Siberian Husky
Con el alma y mente puestos en mi madre
Buenos días,
En los últimos tiempos, debo admitir que ha aflorado en mí una mayor sensibilización y concienciación, en lo relativo a los hábitos de alimentación y consumo de nutrientes de toda índole (en formato sólido, o líquido) a lo largo de nuestra vida cotidiana, tan plagada de compromisos de diverso género (familiares y profesionales) que nos ciegan la posibilidad de ejercer un mínimo cargo de autoconciencia y reflexión acerca de exactamente qué principios activos y sustancias se componen, durante su tránsito por los procesos de producción, procesado y conservación, las viandas de las que nos abastecemos para sobrevivir, llegado el caso, con cierto decoro. E, igualmente, en productos de aseo y limpieza higiénica personales, tales como geles de ducha y baño, desodorantes, ungüentos de protección cutánea, correctores de pestañas y carmín en los labios (éstas dos últimas, de predicamento singularmente de interés para las mujeres interesadas en su acicalamiento, para ocasiones solemnes).
Y, lamentablemente, conforme he ido informándome con detalle prolijo al respecto, a lo largo de los años, me he persuadido de que, tal y como está aconteciendo en múltiples áreas de nuestra existencia, en la era interconectada y mundializada de la globalización, la asimetría en la provisión de recursos y medios de persuasión, influencia y condicionamiento entre las rentas del capital y del trabajo, el maridaje entre las finanzas y la política (que alejan a ésta última del interés general y, por ende, a los representantes con respecto a sus representados, con el consiguiente descrédito en nuestras instituciones oficiales), la búsqueda incesante en la reducción de costes hasta el infinito (como paradigma de ello, la práctica de la deslocalización, generadora de paro, probreza y desigualdad estructurales en aquellos distritos de población trabajadora de cuello azul dependientes de un único sector -como el inmobiliario, o el industrial- que, aun en el primer mundo, han debido padecer el drama de contemplar cómo se asistía al cierre de su fábrica operativa durante décadas, trasladando la dirección de la misma -perteneciente a una corporación transnacional, radicada en infinidad de puntos del globo- a otro país por la existencia de una legislación laboral más laxa y precaria en lo tocante a los derechos de lo trabajadores y garantías mínimas de protección social en dichos Estados) propicia un hecho, cuanto menos singularmente descorazonador: que máximas de tipo económico en los factores de producción prevalezcan, por encima de cualquier otra consideración, sobre aquéllas que debieran incumbirnos, si de veras el interés por la salud, el bienestar y la integridad del ser humano -y de los animales-, pues ellos también se nutren, con pienso de mayor o menor estándar de calidad, hasta mediar su sacrificio en las granjas, como paso preliminar a su conversión en las piezas cárnicas que podemos otear en los supermercados, grandes almacenes y establecimientos locales que tendemos visiblemente a frecuentar, con mayor o menor regularidad, siempre que precisamos necesidad ávida por adquirir ejemplares en nuestra cesta de la compra, a lo largo de cada semana. Y ello se traduce en calidad de vida, así como en la mayor o menor disponibilidad a la hora de contraer enfermedades de signo diverso, las cuales podrían acortar -o la ausencia de ellas, alargar exponencialmente-, nuestra expectativa de longevidad, en unas condiciones mínimas de seguridad.
Para ello, existen organismos públicos de carácter oficial que, en principio y a priori, deberían velar por la regulación de unas directrices, fundadas en la aportación de información documental, pruebas, ensayos y experimentación continua y sistemática, acerca de la inocuidad -o toxicidad- de determinados componentes, de procedencia natural o artificial, claves en la salubridad de los alimentos que ingerimos de ordinario, a diario. Los dos, uno, a escala regional; otro, en Estados Unidos, revisten particular relevancia: hablo, en primer lugar, en la Unión Europea, de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA); y, en Estados Unidos, de la US Food and Drug Administration, la FDA: para más información, podríais acceder a los siguientes enlaces:
Sin embargo, se han detectado supuestos, con cierta proximidad en el tiempo, que deberían hacernos inducir a cierta reticencia, en relación con el grado de independencia (o de infalibilidad al desprenderse de determinadas presiones, coacciones o manifestaciones de la todopoderosa industria alimentaria que podrían comprometer su servicio al consumidor, y no a la fortaleza o incidencia de determinada compañía en las economías del área objeto de análisis y evaluación) de las citadas entidades que os declaré en el párrafo anterior.
A modo de ejemplo, la mayoría de los estudios que avalan la inocuidad del aspartamo (un aditivo sumamente empleado en los productos bajos en calorías, o light) para su consumo son aquellos encargados “a medida” por la propia industria, o por entidades gubernativas que también podrían tener intereses en el asunto. Sin embargo, los estudios llevados a cabo por laboratorios o instituciones independientes -y de los que apenas emitirán mención alguna los mass-media de mayor difusión, en manos del poder financiero, son los que, en muchos casos, han obtenido resultados preocupantes. Y, de hecho, es plenamente sabido que el propio aspartamo, en Estados Unidos, su autorización se logró en virtud de las maniobras políticas del presidente Ronald Reagan y su amigo Donald Rumsfeld (en los años 80), a pesar de que los estudios iniciales presentados por el laboratorio que lo descubrió para lograr su aprobación, fueron rechazados por haber sido manipulados, e incluso fueron objeto de denuncia judicial. Curiosamente, esa denuncia se guardó en un cajón hasta que pasaron los plazos y el asunto quedó prescrito. El fiscal encargado del caso, y que se olvidó la denuncia sobre el tema del aspartamo, luego fue fichado por el poderoso bufete de abogados que trabajaba para Searle, el fabricante de este edulcorante.
Y no olviden, por supuesto, un fenómeno de cobertura en los medios de comunicación sumamente habitual en países como España. Os hablo del mecanismo consistente en la puesta en práctica de las conocidas como puertas giratorias (mediante confluencia entre el interés público y el privado, militando un mismo individuo en ambos sectores a lo largo de su carrera profesional): así, directivos de empresas son colocados en agencias reguladoras para lograr la autorización de algún producto, y luego regresan a su empresa original. O cuando un responsable público de un gobierno (un Ministro -el de Sanidad y Consumo-, o un Consejero -en la Comunidad Autónoma de turno- que privatiza algún sector a lo largo de su mandato, por ejemplo la gestión de los hospitales públicos, y posteriormente es fichado por la empresa que “obtuvo”, precisamente y de modo casual, el concurso de dicha gestión.
En el ámbito de la Unión Europea, entró en vigor en 2014 la nueva normativa de información de alimentos. Se trata del Reglamento 1169/2011 http://aesan.msssi.gob.es/AESAN/web/cadena_alimentaria/detalle/futura_legislacion.shtml. En la misma, se incorporan algunas novedades con respecto a la predecesora legislación de referencia en la materia, de importancia para el consumidor:
Así pues, a partir de este momento, y en cuanto la agenda me lo posibilite, iré adicionando entregas, todas ellas versadas en torno a las características, atributos, propiedades y riesgos para la salud resultantes de cada aditivo alimentario (conocidas por su prefijo E, o denominación química alternativa) para, en función de ellas, poder suministraros una hoja de ruta básica, fácilmente entendible y módica para los bolsillos, sin necesidad de protagonizar dispendios inasumibles en un contexto tan prohibitivo como el de nuestra actual coyuntura microeconómica, y que salvaguarden nuestra salud, tanto en el medio, como en el largo plazo, con garantías válidas y efectivas, y sin riesgos.
Tengan presente mi ánimo de no desatar la histeria colectiva, o el temor infundado, sino, en cambio, de impulsar y promover un cambio en los hábitos nutricionales, sostenible, viable y realista, que permita una redefinición de nuestra paradigma de consumo que presione, al cabo de los años y una vez advertidas las pérdidas de ganancias por la apuesta por una alimentación más equilibrada y sin tantos aditivos por las corporaciones transnacionales del sector alimentario, por productos encaminados a satisfacer las demandas de un público objetivo más consciente de la inevitabilidad de abordar este problema público, de alcance planetario, como es el siguiente: ¿tenemos en consideración, en realidad, qué comemos y de qué se componen tales alimentos? Hagan su reflexión.
Un cordial saludo a todos.
En los últimos tiempos, debo admitir que ha aflorado en mí una mayor sensibilización y concienciación, en lo relativo a los hábitos de alimentación y consumo de nutrientes de toda índole (en formato sólido, o líquido) a lo largo de nuestra vida cotidiana, tan plagada de compromisos de diverso género (familiares y profesionales) que nos ciegan la posibilidad de ejercer un mínimo cargo de autoconciencia y reflexión acerca de exactamente qué principios activos y sustancias se componen, durante su tránsito por los procesos de producción, procesado y conservación, las viandas de las que nos abastecemos para sobrevivir, llegado el caso, con cierto decoro. E, igualmente, en productos de aseo y limpieza higiénica personales, tales como geles de ducha y baño, desodorantes, ungüentos de protección cutánea, correctores de pestañas y carmín en los labios (éstas dos últimas, de predicamento singularmente de interés para las mujeres interesadas en su acicalamiento, para ocasiones solemnes).
Y, lamentablemente, conforme he ido informándome con detalle prolijo al respecto, a lo largo de los años, me he persuadido de que, tal y como está aconteciendo en múltiples áreas de nuestra existencia, en la era interconectada y mundializada de la globalización, la asimetría en la provisión de recursos y medios de persuasión, influencia y condicionamiento entre las rentas del capital y del trabajo, el maridaje entre las finanzas y la política (que alejan a ésta última del interés general y, por ende, a los representantes con respecto a sus representados, con el consiguiente descrédito en nuestras instituciones oficiales), la búsqueda incesante en la reducción de costes hasta el infinito (como paradigma de ello, la práctica de la deslocalización, generadora de paro, probreza y desigualdad estructurales en aquellos distritos de población trabajadora de cuello azul dependientes de un único sector -como el inmobiliario, o el industrial- que, aun en el primer mundo, han debido padecer el drama de contemplar cómo se asistía al cierre de su fábrica operativa durante décadas, trasladando la dirección de la misma -perteneciente a una corporación transnacional, radicada en infinidad de puntos del globo- a otro país por la existencia de una legislación laboral más laxa y precaria en lo tocante a los derechos de lo trabajadores y garantías mínimas de protección social en dichos Estados) propicia un hecho, cuanto menos singularmente descorazonador: que máximas de tipo económico en los factores de producción prevalezcan, por encima de cualquier otra consideración, sobre aquéllas que debieran incumbirnos, si de veras el interés por la salud, el bienestar y la integridad del ser humano -y de los animales-, pues ellos también se nutren, con pienso de mayor o menor estándar de calidad, hasta mediar su sacrificio en las granjas, como paso preliminar a su conversión en las piezas cárnicas que podemos otear en los supermercados, grandes almacenes y establecimientos locales que tendemos visiblemente a frecuentar, con mayor o menor regularidad, siempre que precisamos necesidad ávida por adquirir ejemplares en nuestra cesta de la compra, a lo largo de cada semana. Y ello se traduce en calidad de vida, así como en la mayor o menor disponibilidad a la hora de contraer enfermedades de signo diverso, las cuales podrían acortar -o la ausencia de ellas, alargar exponencialmente-, nuestra expectativa de longevidad, en unas condiciones mínimas de seguridad.
Para ello, existen organismos públicos de carácter oficial que, en principio y a priori, deberían velar por la regulación de unas directrices, fundadas en la aportación de información documental, pruebas, ensayos y experimentación continua y sistemática, acerca de la inocuidad -o toxicidad- de determinados componentes, de procedencia natural o artificial, claves en la salubridad de los alimentos que ingerimos de ordinario, a diario. Los dos, uno, a escala regional; otro, en Estados Unidos, revisten particular relevancia: hablo, en primer lugar, en la Unión Europea, de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA); y, en Estados Unidos, de la US Food and Drug Administration, la FDA: para más información, podríais acceder a los siguientes enlaces:
- European Food Safety Authority (EFSA): http://www.efsa.europa.eu/
- US Food and Drug Administration (FDA): http://www.fda.gov/
Sin embargo, se han detectado supuestos, con cierta proximidad en el tiempo, que deberían hacernos inducir a cierta reticencia, en relación con el grado de independencia (o de infalibilidad al desprenderse de determinadas presiones, coacciones o manifestaciones de la todopoderosa industria alimentaria que podrían comprometer su servicio al consumidor, y no a la fortaleza o incidencia de determinada compañía en las economías del área objeto de análisis y evaluación) de las citadas entidades que os declaré en el párrafo anterior.
A modo de ejemplo, la mayoría de los estudios que avalan la inocuidad del aspartamo (un aditivo sumamente empleado en los productos bajos en calorías, o light) para su consumo son aquellos encargados “a medida” por la propia industria, o por entidades gubernativas que también podrían tener intereses en el asunto. Sin embargo, los estudios llevados a cabo por laboratorios o instituciones independientes -y de los que apenas emitirán mención alguna los mass-media de mayor difusión, en manos del poder financiero, son los que, en muchos casos, han obtenido resultados preocupantes. Y, de hecho, es plenamente sabido que el propio aspartamo, en Estados Unidos, su autorización se logró en virtud de las maniobras políticas del presidente Ronald Reagan y su amigo Donald Rumsfeld (en los años 80), a pesar de que los estudios iniciales presentados por el laboratorio que lo descubrió para lograr su aprobación, fueron rechazados por haber sido manipulados, e incluso fueron objeto de denuncia judicial. Curiosamente, esa denuncia se guardó en un cajón hasta que pasaron los plazos y el asunto quedó prescrito. El fiscal encargado del caso, y que se olvidó la denuncia sobre el tema del aspartamo, luego fue fichado por el poderoso bufete de abogados que trabajaba para Searle, el fabricante de este edulcorante.
Y no olviden, por supuesto, un fenómeno de cobertura en los medios de comunicación sumamente habitual en países como España. Os hablo del mecanismo consistente en la puesta en práctica de las conocidas como puertas giratorias (mediante confluencia entre el interés público y el privado, militando un mismo individuo en ambos sectores a lo largo de su carrera profesional): así, directivos de empresas son colocados en agencias reguladoras para lograr la autorización de algún producto, y luego regresan a su empresa original. O cuando un responsable público de un gobierno (un Ministro -el de Sanidad y Consumo-, o un Consejero -en la Comunidad Autónoma de turno- que privatiza algún sector a lo largo de su mandato, por ejemplo la gestión de los hospitales públicos, y posteriormente es fichado por la empresa que “obtuvo”, precisamente y de modo casual, el concurso de dicha gestión.
En el ámbito de la Unión Europea, entró en vigor en 2014 la nueva normativa de información de alimentos. Se trata del Reglamento 1169/2011 http://aesan.msssi.gob.es/AESAN/web/cadena_alimentaria/detalle/futura_legislacion.shtml. En la misma, se incorporan algunas novedades con respecto a la predecesora legislación de referencia en la materia, de importancia para el consumidor:
- Se acabó el timo de los “aceites vegetales”. Desde ahora es obligatorio especificar qué tipo de grasa contiene un producto: oliva, girasol, palma, coco… Sin embargo, aún no obliga a indicar a las empresas del sector alimentario la inclusión en un producto, o no, de las grasas saturadas trans, una de las más dañinas para el organismo y que, a la postre, acarrean un incremento en los niveles de colesterol LDL (o perjudicial para nuestra salud) y una reducción simultánea del colesterol HDL (o beneficioso).
- Se establece un tamaño mínimo de 1,2 milímetros para la letra base de la información que aparece en la etiqueta, excepto en los envases pequeños (con una superficie inferior a 80 cm.2) en los que la letra podrá ser de 0,9 mm. como mínimo, debiendo permitir una visibilidad legible. Algo que, como habrán podido atestiguar, de detenerse en la lectura de los envases o recipientes de turno, no ha paliado el inconveniente para los ciudadanos de mayor edad, y con una menor capacidad de legibilidad en las distancias cortas, de acceder con facilidad y sin traumas de ningún género a su visionado, todavía inaccesible para la vista de los menos audaces.
- Buena noticia para quienes padecen algún tipo de alergia alimentaria: las etiquetas deben resaltar mediante la tipografía (negrita, otro color, subrayado…) los alérgenos que contiene el alimento.
- ¿Por qué lo llaman sodio cuando todo el mundo lo llama sal? Son muchos los productos que, hasta ahora, ofrecían la información de la cantidad de sodio presente en el producto. A partir de ahora, se debe informar de la cantidad de sal, no de la de sodio.
- También resultará inexcusablemente obligatorio especificar si un producto se ha elaborado a partir de diferentes trozos de carne/pescado, fundamentalmente, en salchichas, fiambres y derivados.
- El origen de los productos deberá ser declarado, sin matices, especialmente cuando pueda existir confusión sobre su procedencia, afectando especialmente a los productos cárnicos. También será necesario aclarar el país de origen del producto cuando éste no coincida con el de su ingrediente primario (que es el ingrediente que está presente en una proporción superior al 50%), o si han sido expuestos a congelación con anterioridad, no pudiendo volver a ser congelados, tras su compra efectiva.
- Por último, será idénticamente obligatorio advertir de la presencia de gases de envasado, edulcorantes o cafeína, entre otros. Es decir, si un producto contiene aspartamo, pero lo intenta disimular poniendo su código E-951, el nuevo reglamento obliga a incluir el aviso: “con edulcorantes” y, en este caso concreto también: “contiene aspartamo (una fuente de fenilalanina)”.
Así pues, a partir de este momento, y en cuanto la agenda me lo posibilite, iré adicionando entregas, todas ellas versadas en torno a las características, atributos, propiedades y riesgos para la salud resultantes de cada aditivo alimentario (conocidas por su prefijo E, o denominación química alternativa) para, en función de ellas, poder suministraros una hoja de ruta básica, fácilmente entendible y módica para los bolsillos, sin necesidad de protagonizar dispendios inasumibles en un contexto tan prohibitivo como el de nuestra actual coyuntura microeconómica, y que salvaguarden nuestra salud, tanto en el medio, como en el largo plazo, con garantías válidas y efectivas, y sin riesgos.
Tengan presente mi ánimo de no desatar la histeria colectiva, o el temor infundado, sino, en cambio, de impulsar y promover un cambio en los hábitos nutricionales, sostenible, viable y realista, que permita una redefinición de nuestra paradigma de consumo que presione, al cabo de los años y una vez advertidas las pérdidas de ganancias por la apuesta por una alimentación más equilibrada y sin tantos aditivos por las corporaciones transnacionales del sector alimentario, por productos encaminados a satisfacer las demandas de un público objetivo más consciente de la inevitabilidad de abordar este problema público, de alcance planetario, como es el siguiente: ¿tenemos en consideración, en realidad, qué comemos y de qué se componen tales alimentos? Hagan su reflexión.
Un cordial saludo a todos.
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