En el pasado, declaraciones como las vertidas por el entrevistado que nos ocupa me habrían podido soliviantar. Ya no surten en mí el más mínimo efecto. La experiencia me dicta que, al unísono que partidarios de alguien, también, por pura lógica dictada por la estadística, deben existir detractores de la reputación, real o fabricada, de uno/a. Y posicionados en medio de ambos sectores, indiferentes a todo cuanto no ocupa sino a uno/a mismo/a, la mayoría de los mortales.
Por mucho que el empeño nos invite a remar en defensa de un alegato, una idea, un concepto, o de una persona, que consideremos justo, siempre imperará un colectivo refractario al modo en que pensemos, o sintamos. Por mucho que la evidencia o el razonamiento nos otorgue el plus de la victoria de nuestra causa.
Nos debe, en cambio, reconfortar el hecho de que, para quien quiera informarse sólidamente acerca de algo, las fuentes abundan, están ahí, flotando en el inmenso magma de la world wide web. Únicamente precisará, para ello, de voluntad de búsqueda de la verdad, de ciertos conocimientos y de tiempo para la tan necesaria indagación. Libros tan brillantes como el publicado hace dos años por Pablo Rodríguez permitirán zanjar cualesquiera indicios de duda que, para los legos en la materia, todavía puedan albergar al respecto.
Así que, en ese sentido, yo no me preocuparía demasiado por una sentencia que define más a quien la emite, que al impacto que sus palabras puedan comportar para aquél que, de veras, tenga sed de veracidad e imparcialidad en el tratamiento de un asunto, por espinoso que pueda resultar para quien procure rastrear más allá de la superficie.
