Sí, en tres ocasiones. Pero no por causas imputables intrínsecamante a su persona -salvo en la última de ellas-, sino por motivaciones de dependencia familiar -siendo todavía menor de edad y debiendo continuar liderando sobre los escenarios a sus hermanos para que éstos no se vieran, así, abocados a un deambular efímero por sí solos en los oropeles de la fama y la visibilidad mediática, con la consiguiente merma en la porción de ingresos a percibir a cambio de todo ello-, como de oportunidad de volar en solitario, otorgándosele la ventana de oportunidad propicia para, al fin, dar rienda suelta a su creatividad e ingenio, algo que sólo pudo conseguir a partir de 1979, con
Off the Wall, gracias a la buena acogida de
Destiny el año anterior.
Las enumero a continuación:
- The Jacksons TV Show (1976-1977). No debemos sino contemplar el vídeo que os adjunto, correspondiente al registro dancístico de Michael en el número en que se versionaba el tema I Shot the Sheriff, para constatar que un talento, ya más que presente en el pasado desde niño, había brotado, a la espera de su eyección definitiva, siendo debidamente pulido a la perfección, a través de proyectos que, en lo personal, se hallaran a su altura en medios y posibilidad de desarrollo y ejecución.
No es de extrañar, cuanto menos, que Michael renegara de dicha producción televisiva, ante el riesgo más que plausible de carbonizarse en el proceso, por exceso de exposición pública, sin rendimiento musical aparente para el grupo y, por supuesto, para sí mismo. Hizo bien en apearse en cuanto la coyuntura se lo permitió. En ese período, bien podría haber dispuesto del poso suficiente de confianza de la discográfica (Epic) como para embarcarse como solista con visos de garantía de éxito, en lugar de empeñar energías baldíamente en artefactos como el referido previamente.
No obstante, en términos generales -y contrariamente al sentir de algunos especialistas y críticos-, me pareció correcto el manejo de su carrera, desde 1969 hasta 1984, puesto que fue conllevado con cierto tiento y prudencia, aprendiendo de los resortes necesarios y esenciales del negocio -en materia compositiva (Stevie Wonder, en el disco en que colaboraron, que nunca llegó a publicarse y que prosigue sumido en el desván de los sueños rotos), o The Corporation); o de producción (de Gumble & Huff)-, y lo más importante de todo, aprendiendo a sufrir (tras el meteórico arranque, con cuatro sencillos consecutivamente lanzados y aupados al número uno en Billboard en 1969-1970), soportando los devaneos de unas posiciones de cabecera en las listas, las cuales cesaron de frecuentar con la regularidad de antaño entre 1973 y 1976, con la excepción de Dancing Machine, en 1974.
- En segundo lugar, el aprovechamiento insuficiente de parte de su discografía, en términos de rentabilidad a efectos estadísticos, entre 1984 y 1993 (optando a una mayor presencia en las listas, de la que ya registró en su día), al ser objeto de lanzamiento temas inéditos, o descartes de sus álbumes de estudio oficiales, sumamente válidos, en períodos de su carrera poco decisivos, o contraproducentes (2003, 2004, o con carácter póstumo a partir de 2009), consolidándose en la mente del respetable la impresión de no haber sido exprimido al máximo el potencial de su catálogo (no, así, de su personaje público, el cual engulló a la persona, venerado y linchado a partes iguales desde tiempos inmemoriales).
En lo que respecta a su solidez y versatilidad como artista, no admite capacidad de discusión. No hay más que divisar el siguiente extracto para que podamos convenir en que Michael Jackson preservó incólumes sus prestaciones durante, prácticamente, cuasi cuatro décadas de plena vigencia. Una proeza sólo al alcance de los elegidos.
Una regularidad excepcional, interrumpida y truncada por una sucesión de errores propios y campañas de extorsión ajenas.
Michael supo codificar lo más fecundo del panorama funk, pop, rock, y soul de los sesenta y setenta, a través de los referentes que veneraba desde el televisor de la casa familiar en que vislumbraba, obnubilado, pasos como los de James Brown, hasta patentar en los ochenta, con su marchamo inconfundible, un sello personal distintivo, reconocible, y en el que podían converger audiencias de múltiples espectros y procedencias. Ésas supusieron las décadas en la que, musicalmente, se sintió más cómodo, hallándose encumbrado a los altares a los que los genios de la disciplina son irremediablemente conducidos, en parte achacable a la inmortalidad de sus obras.
A partir de los noventa, viéndose en la tesitura, quizá, de no conectar con nuevos auditorios acostumbrados a sonidos más urbanos y callejeros, comenzó a encomendarse a productores en el candelero, a fin de, sintetizando lo mejor de su cosecha con sus propias aportaciones e ideas, reinventar su sonido, consiguiendo una enésima vuelta de tuerca con la que perpetuar la senda triunfal de una marca asociada inconfundiblemente al triunfo. La cima de la innovación la alcanzó en Dangerous (1991), en una senda de crecimiento continuo desde Destiny (1978), sin desdecirse en coherencia, ni dar saltos discontinuos demasiados abruptos que terminaran alejando a su seguidor más tradicional.
El caso Chandler, en 1993, puso a prueba su capacidad de adaptación a un entorno en la industria cambiante, voluble, en perpetuo estado de agitación. Y lo hizo, contra todo pronóstico inicialmente reservado, presentando en sociedad HIStory (1995), un álbum conceptualmente personal, producto de la rabia contenida y derramada a borbotones en el estudio de grabación, desde un micrófono. Prácticamente, casi ningún disco coetáneo a él sonaba en los términos diferenciales que caracterizaban al que nos ocupa. Si el margen de evolución de Jackson como cantante pop, en Dangerous, se hallaba próximo a su límite, siendo coherente con su figura, en HIStory supo apurar, si cabe, un poco más la rueda hasta dar con la tecla, estandarizando su particular forma de entender y concebir la música. Con letras más trascendentes, y menos orientadas al puro alarde de entretenimiento. Un álbum para hacer reflexionar, sentir y pensar acerca del mundo que nos rodea, aún hoy, veinticinco años después de su difusión.
Pero, conforme a mi criterio, con un trabajo de corte personal se suele iniciar una etapa de incertidumbre en la trayectoria de un músico. ¿Qué línea habría seguido Jackson, posterior a Dangerous, de no haber mediado el primer episodio de acusación de abusos, sobre el cual edificó, en gran medida, HIStory? Creo que Michael, con este álbum, pospuso hábilmente la resolución de tal dilema hasta nuevo aviso.
Con Blood on the Dance Floor... (1997), obviamente, no obtuvimos respuesta concluyente alguna, al contener pistas excluidas de sesiones previas. Así que la incógnita se reservó para Invincible (2001). Un proyecto plagado de desencuentros, demora en los plazos, incompatibilidad creciente entre las partes, y carencia de un rumbo definido. Un buen álbum, que posiblemente habría subido algunos enteros de haber correspondido una elección más atinada de canciones -que no escaseaban, precisamente, en número, ni tampoco en calidad-, que se distanciaba de la ambiciosa pauta seguida en HIStory, para abrazar, en cambio, una propuesta más ligada al simple artefacto de ocio, destinado como buen pasatiempo a su disfrute.
En virtud de los temas escuchados desde entonces, y hasta hoy, cabe conjeturar con que Jackson, como solista pop, nos habría proseguido despachando óptimos trabajos -de continuar, con vida, con nosotros, hasta su previsible retirada de los focos-, fieles a su legado, sin trascender la cota alcanzada con HIStory, epítome de su recorrido como cantante estrella de masas.
- Pero ello no equivale a sostener que su cuota de genialidad se hubiera detenido en ese culminante punto, ni mucho menos. Le quedaba un último escalón, un peldaño más por escalar. El tercer paso: el de transitar, de un artista pop magistral, sin parangón, al estatus de MÚSICO TOTAL, ávido de profundizar, más si cabe, en las raíces de la música en sí misma, explorar otros géneros -clásica, experimental, sinfónica, psicodélica, jazz, blues...-; en suma, cultivar ciertas nuevas aptitudes en su grado máximo de desenvolvimiento -multiinstrumental, de lectura de partituras, de dirección de orquestas, etcétera-, hasta no restarle resquicio alguno de flaqueza, ni de vulnerabilidad, en ámbito alguno de dicha disciplina.
Como sé que a Michael le seducían los retos, le habría propuesto uno: especializarse en el celuloide, pero desde una perspectiva musical, no actoral, y conseguir, por ejemplo, el Óscar a la mejor canción original, que siempre se le resistió -a punto estuvo de lograrlo con Ben, en 1972-, y no cejar en su empeño hasta conducir a buen puerto tal propósito. Habría supuesto una nueva -y enésima- rúbrica de enorme prestigio que añadir a una andadura colmada de plusmarcas precedentes de indudable valor anotadas en su haber.
Pero, para ello, habría debido disponer de tiempo y mayor margen de maniobra, del que careció entre 2001 y su muerte, por el vendaval de procesos judiciales, polémicas, deterioro de imagen y salud, merma en sus finanzas y, por encima de todo, estabilidad emocional, en que su vida devino en su etapa más oscura.