Muchas gracias, pussycontrol. En mi fuero interno, intuía segura tu participación, en tu afán permanente de enriquecer, con tu aportación personal, los contenidos del foro, amén de demostrar que, en efecto, eres todo un caballero, impidiéndome, tras inaugurar el post, predicar en el desierto sin réplica alguna de participantes, como, por desgracia, muchos otros han tenido la desdicha de sufrir, habida cuenta la desmovilización que, en los últimos años, sufre esta comunidad.
Ya de paso, estimaría muy enriquecedor conocer de primera mano tus restantes elecciones, en lo tocante a las décadas subsiguientes por analizar y evaluar.
Retomando el hilo del tema planteado, los años sesenta supusieron, en todo el mundo, en los ámbitos político, militar, económico, cultural y social, tanto en el Oeste, como al Este del Edén, una suerte de coexistencia entre una generación, la que había vivido en su seno las dos guerras fratricidas que desangraron al planeta (y, en primera línea de fuego, al Viejo Continente) durante el primer tercio del siglo XX, obsesionada con la estabilidad, la jerarquía obediente a una serie de convenciones morales inalterables, el orden y la satisfacción, en su jerarquía de necesidades, de los bienes materiales; frente a otra, conformada por los hijos y nietos de sus ancestros, cuya infancia y adolescencia se había gestado durante la inmediata segunda posguerra, para quienes la vida debía aspirar y trascender a algo más que a la sujeción a la ortodoxia social y en cuanto a costumbres, mediada por la pertenencia a una colectividad a la que consideraban demasiado rígida y asfixiante, vindicando la emergencia de un nuevo paradigma existencial: la primacía del individuo, en detrimento de la visión comunitarista estricta de las relaciones humanas; la aparición de ideas inéditas hasta entonces, que más tarde serían catalogadas como el germen del posmaterialismo, como el pacifismo, el ecologismo primigenio, o, más centrados en lo más íntimo del ser, o el modo en que encarar la sexualidad, libre de condicionamientos y tutelas; así como la correlación de fuerzas entre el hombre y la mujer, ésta última redimensionada de una manera desconocida desde los ya lejanos tiempos de las sufragistas, o una mayor receptividad, en términos de tolerancia, con respecto a la diversidad étnica, abrazándose la, definida poco tiempo atrás como utópica e irrealizable, noción de la igualdad de razas y credos.
Por lo tanto, el choque de trenes intergeneracional entre lo nuevo y lo viejo, entre aquéllo que iba evaporándose por el mero devenir del tiempo -pero que, todavía, se resistía a extinguirse en su totalidad- y cuanto iba brotando, cual hierba que crece en medio del empedrado, yermo durante décadas de privación y sufrimiento, en las que la supervivencia personal y familiar se revelaba la cuasi única preocupación vital para uno/a, se tornaba inevitable. Y de dicha mezcolanza, convenientemente batida y recombinada, con sus consiguientes devaneos, en los que a un paso hacia adelante, en cuanto a conquista de derechos, le sucedía medio retroceso (por la lógica consecuencia de la resistencia que a los grupos de interés privilegiados, o más tradicionales, les entrañaban tales cambios), nos vimos congraciados en lo musical, siendo testigos de, quizá, uno de los decenios más fértiles en cuanto a géneros, sonidos, planteamientos conceptuales y objetivos a perseguir por la pléyade cuantiosa de solistas y/o grupos que se desenvolvieron sobre el escenario, con mayor o menor fortuna, en aquella era de nuestra historia: aunque en muchos de ellos el incentivo del éxito comercial, al servicio de unas carreras orientadas a dicho fin, prevalecía sobre cualquier otra consideración, en otros, en cambio, subyacía, aparte de él, el reto de legar a sus tribus de seguidores un legado, en cuanto a mensaje y trasfondo, acorde a la explosión de ingenio, transgresión e impulso renovador, que sobreviviera al momento y perdurara con visos de atemporalidad.
Para mí, tres canciones resumen todo cuanto acabo de exponer: la primera, por razones obvias, apuntaba al nuevo marco sociocultural que iba moldeando a la sociedad de ese período histórico, en marcado contraste con respecto al de sus predecesores más inmediatos, quienes presenciaban incrédulos e impotentes cómo su escala de valores, aparentemente granítica y predestinada a la perduración bajo bases firmes y sólidas, iba siendo postergada, hasta hallarse reducida al ostracismo, por aquellos jóvenes desharrapados que invocaban unos principios tan ajenos a los oídos de sus mayores: hablo de
The Times They Are A-Changin' (1963), de
Bob Dylan.
La segunda, presenta la particularidad de que no fue muy bien acogida el día de su primera presentación, en 1967, con motivo de su estreno en primicia, a resultas de su excesiva duración (algo más de siete minutos), debiendo ser recortada, para así tener cabida en la radio. Venturosamente, al cabo de los años, la impresión del público varió sustantivamente, recibiendo el reconocimiento merecido. Me estoy refiriendo al icónico tema de pop barroco,
Nights in White Satin, de
The Moody Blues.
Como tercera opción, aludiendo
ex profeso al empoderamiento femenino, cuyo vigor alcanzó una dimensión de la que el feminismo del último tercio del siglo pasado se vería favorecido por ello, nada más atinado que concluir mi repaso a esta época que revisitar un tema que rompió moldes, al presentar un retrato de la mujer más actual, fresco, dinámico y desenfadado, sin merma alguna de su fuerza y carácter innegables:
These Boots Are Made for Walkin' (1965), de
Nancy Sinatra.