"Hagamos caso omiso del fotógrafo, buscador de la dudosa y olvidable gloria que da un récord de Guinness. Olvidémonos de las fotografías que tomó: quien retrata a 17 mil personas a ninguna retrata. Donde hay estadística no puede haber arte.
Dejemos a un lado también la torpe conducta de algunos másculos que acudieron al acto movidos por los más bajos instintos (no tenían de otros), y que con morbosidad babeante se dedicaron a tomar fotos con sus celulares. Hablemos, sí, de quienes asistieron a esa gozosa fiesta del cuerpo y el espíritu. Yo creo que el espíritu y el cuerpo son creación divina. Ambos tienen, por tanto, igual sacralidad.
Las religiones han hecho del cuerpo un ente deleznable. Lo consideran enemigo del alma: ésta es de Dios; el cuerpo del demonio. Los místicos y ascetas olvidan que ese cuerpo es también obra divinal, y lo flagelan y castigan con cilicios, ayunos y mortificaciones en cuyo invento muestran grande imaginación.
Pero el cuerpo es la morada del espíritu -"templo del Espíritu Santo", dice la teología católica-. ¿Por qué entonces hacerle daño, o denigrarlo, o juzgarlo cosa ruin? Yo celebro que en la Ciudad de México haya habido mujeres y hombres que con voluntad limpia, sin intención malsana, acudieron a esa celebración del cuerpo, y lo sacaron al sol y al aire, y participaron en esa fiesta no movidos por un propósito político, o erótico, sino para ejercer su libertad de mente, y se desnudaron con la inocencia de los niños, sin miedo a mostrar años de más o bellezas de menos. ¿Que algunos fueron con designio diferente? Allá ellos y sus sordideces. Por mi parte celebro esta celebración. Fue un jubiloso happening, una gozosa instalación que dio alegría a quienes vemos en nuestro cuerpo la misma nobleza y dignidad que tiene nuestra alma".
Y firma: Pipo Lanarts...(crítico de arte)