Episodio III: Revenge of the Sith
Voy a proceder a emitir mi reseña crítica, con la mayor ponderación que la objetividad me lo permita, relativa al Episodio III, tal y como prometí mensualidades atrás.
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Revenge of the Sith (2005).
Puntuación: 7,5 (notable).
Motivación de su nota: año 2005. Se estrena
La Venganza de los Sith, último episodio de la precuela tan largamente anunciada y prometida durante años por George Lucas, y que únicamente dispuso de la oportunidad de plasmarla en el celuloide en forma de proyecto con visos de concreción palpable, una vez los avances en cuanto a desarrollo tecnológico le permitieron, de acuerdo con su criterio, conllevar a buen puerto su tarea de reconstrucción de la República Galáctica.
Si con
The Phantom Menace la expectación de la crítica y pública era notoria (algo lógico, tras la notable factura de la trilogía original y la consiguiente dulcificación con la que la memoria colectiva ensalza a un determinado ramillete de personajes icónicos, así como un universo bien construido, amén de una trama novedosa para la época en el género de la ciencia-ficción conforme se suceden los años, en un ejercicio de nostalgia ante un presente el cual se juzga peor, en términos de estándares de calidad), y se saldó con una respuesta tibia del personal, vorágine acentuada con
Attack of the Clones tres años más tarde, nada hacía presagiar que la tónica de los acontecimientos terminara invirtiendo la percepción de un cierto grado de desencanto de la audiencia público objetivo con la que la saga espacial les encandiló en los ochenta como benjamines y/o adolescentes portadores de sueños y afanes de descubrimiento de un relato con el que evadirse de una cotidianidad, en muchos casos, ajena a la epicidad de una obra como la que nos ocupa.
Pero nos equivocamos de pleno. En esta ocasión, Lucas pareció entender una premisa básica esencial en el cine contemporáneo de nuestra era: a veces, un relato más simple y directo, te conduce a un resultado más óptimo, en cuanto a solidez, como en lo concerniente a la aceptación del espectador: unos, desde la humilde butaca de su localidad en la sala; otros, en cambio, hilvanando desde un prisma de enfoque profesional sus impresiones en los planos de lo emocional, de la técnica actoral, de la factura temática, o, simplemente, fundadas en el dilatado y vasto conocimiento que a un crítico -salvo excepciones, evidentemente- le acarrea el paladear, día sí, día también, un aluvión inconmensurable de piezas de grandeza atemporal, entretenimiento liviano o, directamente, auténticas odas al onanismo más descacharrante.
Sí. Como bien sostenía líneas atrás, Lucas pareció aprender de sus falencias previas (una, la excesiva orientación al márketing en su planteamiento, en detrimento de apartados más vinculados a lo estrictamente artístico en su proposición: por ejemplo, la pretenciosidad marcadamente infantil del episodio I, o, por el contrario, el afán de garantía de fidelidad de ese mismo target, ya adolescente, en el II, con la subtrama amorosa entre Anakin y Padmé) y, aunque en este modelo de filmes la rentabilidad económica debe ser aun mínimamente observada (no en vano, se invirtieron nada menos que 113 millones de dólares de presupuesto en su rodaje e implementación), ello no obstó para que, en la cinta que nos ocupa, Lucas enderezara el rumbo.
¿Y cómo lo hizo? Lo tenía, aparentemente, muy difícil. Pues cualquier buen entendido cinéfilo conocía casi la práctica totalidad de los elementos que iban a definir al cierre de este segundo entremés galáctico: la conversión de Anakin Skywalker en Darth Vader; la caída consiguiente de la forma republicana de gobierno y, por ende, de cualquier vestigio de carácter democrático en sus estructuras sociopolíticas y de gobierno, cediendo, inexorablemente su destino a la causa del incipiente Imperio, encarnado en la figura del maléfico Darth Sidious.
A priori, y sobre el papel, nada más lejos de la impredecibilidad con la que mantener al público, al menos, apegado a aliciente alguno, capaz de justificar con creces su estancia en su proyección a lo largo y ancho del globo.
Pero lo consiguió. Y de una manera muy efectista, y asequible. Nada menos que recurriendo a la tradición de la fecunda literatura de la Antigua Grecia, consistente en la fértil y memorable legión de relatos de tragedia que autores como Homero y Hesíodo, entre otros, nos han legado durante generaciones, para la posteridad.
Anakin cayendo en la senda del lado oscuro, contraviniendo el devenir que le había presagiado el oráculo jedi, víctima de su propia premonición fatalista, incrustada en su inconsciente, tornándose finalmente veraz, a resultas de su incapacidad a la hora de leer el contexto, de otear el paisanaje, más allá de los árboles que lo taponaban, con mesura y prevención.
Todos, en realidad, actúan movidos bajo el impulso de una voluntad maquiavélica, tan siniestra, como vehemente, la cual personifica el intrépido y magistralmente tenebrosa Lord Oscuro de los Sith, quien, en realidad, había figurado al alcance de cualquiera, ejerciendo durante años la más elevada magistratura de una República a la que iba a dejar sumida a cenizas: el Canciller Palpatine.
Ni los caballeros Jedi, ni los políticos y diplomáticos del sistema político republicano, ni tan siquiera los colaboradores necesarios en el complot contra la misma (los prebostes de la Confederación de Comercio) se percataron de que, en última instancia, en el tablero de ajedrez, el movimiento de sus piezas se hallaba condicionado al son dictado por uno de los villanos más legendarios de la historia del Séptimo Arte.
Y todo ello, gracias a la atribución de una labor de interpretación escénica sobresaliente, conllevada impecablemente de forma magistral por Ian McDiarmid (la misma persona que se embutiera en la piel de Sidious, quince años atrás, adoptando la misma caracterización de su personaje), demostrando que, de cierto modo, la veteranía y los gajes en el oficio suponen un valor añadido, lamentablemente, no siempre apreciado en la sociedad de nuestro tiempo.
Prácticamente, casi todas las secuencias de mayor carga trascendente en el largometraje recaen en su figura, permitiendo que el espectador se sienta, imperceptiblemente, abocado a un interés creciente en pos de las intrigas palaciegas que irá tejiendo con eficacia pasmosa, sin necesidad de empuñar un sable láser. Véase, aquí, una muestra -presten atención, además, a la carga de dramatismo con la que el compositor John Williams va envoviendo la conversación, alcánzandose su clímax máximo al término del coloquio entre los dos conferenciantes:
https://www.youtube.com/watch?v=Xx52--WmLQs
Otro dato a considerar, de enorme trasfondo simbólico: una vez confirmados los peores presagios para los Jedi; esto es, la revelación ante Anakin de la identidad de Palpatine como antagonista
https://www.youtube.com/watch?v=dATuq8O3920, y tras la notificación de dicha circunstancia por éste último a sus (todavía) correligionarios de bando, el encargado de forzar su renuncia como Canciller se tratará de Mace Windu (Samuel L. Jackson), un personaje ubicado, de conformidad con la intrahistoria de la saga, a medio camino entre la Fuerza y el Lado Oscuro
https://www.youtube.com/watch?v=W0efr3g9fW8. No es de extrañar que el elegido, ante las acusaciones arteras de Sidious de acaparamiento del poder por los Jedi, vacilara, dubitativo, máxime ante el chantaje emocional del que estaba siendo igualmente objeto, ante el temor a la pérdida irreparable de su amada.
Es también una película en la que la incorruptibilidad invariable de los valores se desvanece y se desdibuja progresivamente en el tiempo: todo comienza, algo que ya se entreveró en el episodio II, con el quebratamiento de la prohibición de compromiso sentimental de Anakin, tras su enlace con Padmé; acto seguido, y conforme va acaparando cada vez más atribuciones de poder, y menor supone su disposición a abandonarlo, por parte de Palpatine, los Jedi le piden a Anakin que le espíe, en flagrante contradicción con su credo y principios
https://www.youtube.com/watch?v=5AvpT3YxQb8; minutos atrás, el Canciller consigue que Anakin ajusticie a un contrincante desarmado como el conde Dooku (con un excepcional Christopher Lee, ahormado perfectamente para la ceremoniosa ocasión; aunque un tanto infrautilizado, en provecho de un nada emblemático general Grievous -uno de los escasos puntos flacos presentes en esta cinta-), en lesivo apartamiento de la filosofía Jedi
https://www.youtube.com/watch?v=eYT3ctPuVRw. El Consejo Jedi, con el maestro Yoda a la cabeza, le deniega tan distintivo rango al aprendiz de Obi Wan Kenobi, acentuando consigo su resquemor
https://www.youtube.com/watch?v=3tav3bI4M6I.
En resumidas cuentas, el caos impera, y, en medio de la confusión, era de prever que terminara imponiéndose el relato oficial de la posverdad, de la mentira infamante, decretada real, por mor del triunfo arrogado bajo la cuasi práctica erradicación y exterminio de tus detractores, eliminando todo género de disidencia.
Aunque en esta tercera entrega su aportación se tornó, en términos de minutaje en pantalla, visiblemente menor, a Natalie Portman se le confirieron algunas de las pinceladas filosóficas de mayor encumbramiento. Sentencias inapelables, tales como
"así como es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso" cuando a Sidious, ya magullado por deformidades, se le proclama por el Senado como Emperador, tras la imposición de su distorsionada versión de los hechos
https://www.youtube.com/watch?v=DgxZr6LLS34. O cuando -aun tratándose de uno de los apartados del filme susceptibles de mejora en su dialogación, pues no alcanzan, ni remotamente, el aura de magia de la conexión existente entre Han Solo y Leia-, esto es, las confidencias amorosas entre Anakin y Padmé, ésta última, en el responso, en plena noche, cuando aquel le confiesa las turbaciones de su conciencia, como consecuencia de las ensoñaciones que le nublan la lucidez, le espeta:
"¿Acaso el amor te ha cegado?" https://www.youtube.com/watch?v=vtjfWvWowgM. Y vaya si le cegó. Hasta el punto de perderlo absolutamente todo, y de malograr la razón de ser de su existencia, hasta mediar, muchos años después, su redención, como ya se comentará en su momento. Una referencia, nuevamente, muy arquetípica en la tragedia de los clásicos griegos.
De igual modo luce muy convincente Ewan McGregor, ya sí identificado sobremanera, y creíble su rol como Kenobi. A resaltar la última toma de contacto, previa a su conversión, con Anakin. Persuádanse de la fotografía, al despedirse ambos: mientras Kenobi permanece abajo, en un entorno de luz; Anakin le profesa el célebre
"May the Force be with you", aupado a la nave, haciendo lo propio, pero acompañado de un fondo sombrío, de oscuridad barroca, preludio de lo que sobrevendría
https://www.youtube.com/watch?v=mm854yq38jY.
Memorables los siguientes lances: los duelos a sable entre Anakin y Kenobi, por una parte, y Dooku, por otra. Entre Palpatine, ya desenmascarado como ogro confabulador del contubernio, y Windu
https://www.youtube.com/watch?v=q0r4jNhG9Z4. La liquidación de éste último, a manos de Anakin. Su rendición al bando del mal. El defenestramiento en Mustafar de la Confederación de Comercio por el nuevo adalid del Emperador, evidenciándose la máxima de que Roma no paga a traidores
https://www.youtube.com/watch?v=vYcUq4g6rGs. La Orden 66
https://www.youtube.com/watch?v=5c7jNYpPFzE. El pogromo Jedi, emprendido por quien fuera referente inspirador de tales pupilos masacrados de manera vil e inclemente. El fastuoso combate, con el Senado como testigo de excepción, entre Yoda y Sidious, forzando al primero al irremediable auxilio
https://www.youtube.com/watch?v=iu3qoIsGzUM. Y, como colofón final, el reencuentro entre dos amigos, ya separados por un abismo de incomprensión, desencuentro mutuo y heridas no cicatrizadas: el combate, con desenlace abrupto, entre Skywalker y Obi Wan
https://www.youtube.com/watch?v=k3frK9-OiQ0.
El presagio en sueños de Anakin se terminaría viendo cumplido, en medio de un erial de víctimas desperdigadas por el camino. La zozobra arrecia, y no se atisba ningún poso de remedio en medio de la destrucción de todo indicio de virtud cívica en una comunidad derruida bajo el influjo totalitario de la dominación Sith, como la que se ha referido en estas líneas. Pero hete aquí que Lucas aboga por un cierre muy atinado, enlazando ambas trilogías, justo en el punto de inflexión en que comenzó todo: con el surgimiento de una nueva esperanza, depositada en los vástagos recién nacidos de las entrañas de un Darth Vader ignorante de ello, inducido por la alcahuetería efectiva de su nuevo señor. La cámara se despide, proyectando su mirada al horizonte, en medio de un sol menguante, próximo al anochecer. Y, de pronto, nos cercioramos de que, afortunadamente, todo encaja.
Un cordial saludo.