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CONVERSACIONES EN NEVERLAND CON MICHAEL JACKSON Por William B. Van Valin

Todos aquellos que leímos el libro de Gloria Rhoads -In Search of Neverland-, nos quedamos con ganas de seguir leyendo más. Nos hizo sentir anhelo y nostalgia de momentos que jamás hemos vivido en el lugar que fue el hogar de Michael.
Este libro me recuerda un poco a aquel. Son unos cuantos capítulos muy breves que leí en apenas un par de días y que en algunos casos se trata de simples pinceladas de un recuerdo que parece escrito con el fin de que no se borre por completo de la memoria. Lo que parece seguro es que Barney nunca se olvidará de la amistad tan especial que mantuvo con Michael.

Los empiezo a poner hoy y añadiré en unos pocos días todos los demás capítulos.

Enjoy!


CONVERSACIONES EN NEVERLAND CON MICHAEL JACKSON
Por William B. Van Valin

PRÓLOGO

Esta es una historia sobre conversaciones entre amigos. Una historia sobre alguien a quien echo de menos entrañablemente cada día. Y sí, era un icono mundial, un genio musical y un alma amable. Principalmente era mi amigo. Mi nombre es Barney. El nombre de mi amigo era Michael Jackson.

Mi objetivo al escribir lo que van a leer es compartir al Michael que conocí durante cinco increíbles años.
Creo en realidad que no soy nadie especial para haber tenido el privilegio de entrar en el mundo de Michael, menos aún para escribir sobre ello. No puedo cambiar lo que la gente quiera escribir sobre Michael, pero lo que puedo hacer es contar las conversaciones que tuve con él tras las puertas de Neverland y en mi propio hogar.


CUANDO MICHAEL Y YO NOS CONOCIMOS

Conocí a Michael el 1 de octubre de 2001. Fue a mi consulta buscando un médico de la localidad que hiciera visitas a domicilio, probablemente me localizó en la guía telefónica. Ese día estaba viendo pacientes como de costumbre cuando mi enfermera, Sue, me dijo tranquilamente que el siguiente paciente era Michael Jackson.
Por su sonrisa supe que no tenía que preguntar si era alguien que se llamaba como él. Cuando entré a la sala de consulta, Michael estaba sentado en una silla a mi izquierda vistiendo una chaqueta azul con escudo dorado en el bolsillo izquierdo sobre el pecho, una camiseta con cuello en uve, lo que parecía ser un pantalón de pijama en seda granate, calcetines blancos y zapatos negros. Aunque no había estado lloviendo, Michael llevaba un paraguas que dejó apoyado en la pared a la izquierda de su silla. Me presenté como el doctor Van Valin pero le dije que podía llamarme Barney. Michael se levantó y dijo, “hola doctor Barney. Soy Michael”. Mientras hablaba, unió las palmas de sus manos como si fuera a rezar y se inclinó ligeramente hacia mí. Se sentó y tal y como noté después que hacía siempre cuando se sentaba, puso una revista en su regazo.

Le dije: “Encantado de conocerte, Michael”.

Me dio las gracias y después preguntó: “¿le conozco? Me resulta familiar. Creo que nos hemos visto antes”.

Le dije: “No, no nos hemos visto antes, y estoy seguro de que me acordaría si hubiera sido así. Sin embargo el año pasado te vi en el videoclub de Los Olivos pero no hablamos. Mi hija Bianca vino a decirme que estabas al otro lado de la tienda. Quería ir a verte pero le dije que creía que sería mejor dejarte comprar en paz”.

Después de hablar brevemente de temas de salud pasamos a hablar de otras cosas y encontramos que teníamos varios intereses en común. A ambos nos gustaban las antigüedades, nos gustaba la música de los 60 y de los 70, ambos éramos padres de niños pequeños y nos gustaban las ciudades de Los Olivos y el Valle de Santa Inés. Empezamos a hablar de antigüedades y era obvio que tenía una buena colección. Le dije que mis padres habían sido dueños de una tienda de antigüedades en Solvang y que yo había sido el principal proveedor desde 1971 hasta 1984 cuando dejé México para ir a vivir a Chicago. Me preguntó: “¿Qué clase de cosas compraba en México?”

Le dije que mis favoritos eran los carruseles. Los llaman tío vivo y no sabía por qué les llamaban así. Le dije que mis favoritos eran los que estaban hechos en miniatura para niños como el del zoo de Santa Bárbara. Pensé que mi entusiasmo le podía aburrir pero dijo, “No recuerdo haber visto nunca un carrusel en miniatura, ¿tiene alguno todavía?”

Le dije: “El último se vendió hace mucho tiempo y no sé a dónde fue a parar.” “Las tiendas de antigüedades en México son muy distintas de las de aquí, Michael. No se hacen publicidad y tenía que ir de un lado a otro de la ciudad preguntando a la gente si había algún lugar en donde vendieran antigüedades. Me di cuenta de que mucha gente no conocía la palabra y que aquellos que sí la conocían me decían que tendría más suerte preguntando por cachivaches. Me dieron direcciones de un sitio sin letreros, tan solo un número indicando la dirección. Allí me dijeron que encontraría cachivaches en abundancia. Llamé a la puerta y pasé a una pequeña cocina donde, tras una puerta, entré a lo que para mí era el país de las maravillas en un mundo perdido. Verdaderas antigüedades de varios cientos de años, incluidas pinturas muy antiguas, no solo en lienzo sino en estaño y cobre. Había maderas talladas de la época colonial, Santos de las viejas catedrales de los alrededores de México, cofres, bancos, todo tipo de muebles de madera tallada, animales de carrusel, candelabros e incluso cosas que ni siquiera sabía lo que eran. Nada tenía etiqueta de precio. Solo tenía que preguntar y podía regatear un poco pero los precios estaban ajustados. Con el tiempo, conocí a cada comerciante y cada tienda de antigüedades de Guadalajara”.

Michael estaba sentado escuchando educadamente mientras yo hablaba sin parar hasta que finalmente me dijo: “Me encantan los carruseles también. De hecho tengo uno en el rancho”.

Le pregunté: “¿Está hecho realmente con caballos de madera?”

“Sí, lo compré en Los Álamos”, dijo. Se refería a una ciudad a unos 15 minutos de su rancho en Los Olivos. “Me gustaría que lo vieras. Creo que te encantará”.
Se estarán preguntando si estaba emocionado, abrumado o sin palabras por estar a solas en una habitación con el Rey del Pop. Verdaderamente, tras la sorpresa inicial cuando la enfermera me dijo que Michael Jackson era el próximo paciente, y después de hablar con él durante un rato, me sentí como si hubiera vuelto a hablar con un viejo amigo.

Al final de la visita Michael me invitó a cenar esa noche en Neverland. Le pregunté si podía llevar a mi hijo Mason, de nueve años. “Por supuesto, tráelo. Se lo pasará muy bien”. Dijo. Cuando Michael se levantó para marcharse apuntó a una revista –People- que estaba en la mesita y dijo: “No deberías comprar eso. Es una revista horrible.” Le dije riendo: “OK.”


CENA EN CASA DE MICHAEL

Cuando terminé de ver a mis pacientes de ese día llamé a mi esposa, Criss. Le dije que había conocido a Michael Jackson y que me había invitado a cenar, junto con Mason, esa noche. Le pedí que no le dijera a Mason a dónde íbamos, solo que se vistiera porque tenía una sorpresa para él.

Cuando llegué a casa estaba preparado para salir con unos pantalones caqui, una camisa blanca y una corbata. “Vamos a un lugar asombroso esta noche, Mason”. Mientras salíamos a la carretera, Mason me miró sonriendo y dijo, “Vamos a casa de Michael Jackson, ¿verdad papi?”

No estoy muy seguro de por qué lo adivinó, excepto porque en realidad solo había un lugar asombroso al que se pudiera ir en esa zona: Neverland. Mason ya conocía la generosidad de Michael con las escuelas del Valle de Santa Inés. Solía invitar a varios cursos de las escuelas de la zona a su rancho, para comer o cenar, subir en las atracciones, visitar el zoo y ver una película. Lo hacía frecuentemente. En los años siguientes escucharía muchas veces a Michael decir: “Nadie paga por nada en Neverland”.

Miré a Mason con una sonrisa y asentí diciendo: “Sí, allí vamos”.

Y así empezó todo: casi cinco años de amistad como ninguna otra.

La entrada de Neverland estaba a unas seis millas de mi casa en Ballard (una parte de la ciudad de Solvang). Hay que conducir a través de Los Olivos, por la carretera 154, pasar por el rancho Chamberlin hasta las puertas exteriores que llevan al rancho de Michael. Un rancho de unos 2.800 acres.

El camino hasta su casa serpentea a través de un campo abierto lleno de colinas, robles y artemisas, y había siempre jabalíes, liebres y ciervos al acecho cruzando la carretera. La casa de Michael no era visible desde la puerta principal, donde era requerido detenerse y firmar antes de entrar en el rancho. Era un formulario acerca del comportamiento dentro del rancho cuando eras invitado y en el que se advertía que estaban completamente prohibidas las fotografías en el interior. Por tanto, todas las cámaras y celulares con posibilidad de hacer fotos tenían que quedarse allí ser recogidos a la salida.

Desde la puerta de entrada había un camino de una milla y media aproximadamente hasta las puertas de hierro forjado de Neverland. Esas puertas no eran visibles hasta que se subía una colina desde la cual se veía uno de los lagos y parte de la casa, dando una idea de la grandeza del lugar. El ganado vagaba libremente por el rancho y a veces se quedaba echado en medio del camino teniendo que ahuyentarlo para continuar. Michael me había dicho cuando estuvo en la consulta que tuviera cuidado y “condujera despacio”.

Mientras me acercaba a las puertas se abrieron automáticamente. Eran enormes y muy ornamentadas. En la cima de las mismas con forma de arco se leía en letras doradas ”Neverland”, y sobre ellas, el nombre de Michael Jackson escrito horizontalmente sobre un lazo dorado.

Al pasar las puertas, el camino se dividía a derecha e izquierda bordeando el lago. Me habían dicho que siguiera el camino de la derecha. Al final se atravesaba un puente de piedra en el que había una cascada sobre un segundo lago, casi del mismo tamaño que el primero y bajo el que pasaba un arroyuelo que unía ambos lagos. Esparcidas a orillas del lago había estatuas de bronce de tamaño natural de niños jugando. Al otro lado del puente pude ver un chofer cerca de cuatro limusinas Rolls Royce negras que nos hizo señas para que aparcara a su lado.

Cuando salimos del coche la puerta principal de la casa estaba abierta y ocho personas del servicio se alinearon en las escaleras para darnos la bienvenida. Michael estaba esperando al final de las escaleras, en la puerta. El personal nos dio la mano y se presentaron uno a uno mientras pasábamos. Este era un Michael diferente al que había visto en mi consulta. Estaba mucho más a cargo de la situación. Parecía muy acostumbrado a estarlo mientras daba indicaciones al personal para volver a sus quehaceres.

Cuando se marcharon presenté a Mason a Michael, quien a su vez nos presentó a Prince y a Paris (de tres y dos años) quienes se habían quedado detrás de él mientras salía a recibirnos. Paris era bastante tímida y tenía ambos brazos alrededor de la pierna izquierda de Michael mientras nos miraba atentamente detrás de él. Prince se comportó mas como un caballero mientras se adelantaba, nos estrechaba la mano y dijo que estaba encantado de conocernos. Michael intentó que Paris dijera hola, pero todo lo que hizo fue esconder su cabeza en los pantalones de su padre. Eso hizo reír a Michael y le dijo: Oh Paris, “applehead”.

Después de escuchar esta palabra varias veces en los meses siguientes me imaginé que “applehead” era un término cariñoso que Michael usaba para alguien que estaba haciendo el tonto. Incluso se lo decía a Mason a veces. Cuando no había gente alrededor, Michael era mucho más tierno, como la persona que había conocido en la consulta.

Al entrar por la puerta principal, lo primero que noté fue un adorable aroma en el ambiente que supuse procedía de un cuenco con popurrí que había sobre una mesa a la izquierda de una puerta. La segunda cosa que noté fue que estaba rodeado por una tranquila música clásica. El sistema había sido cuidadosamente diseñado para que la música pareciera que estaba en el ambiente sin ningún altavoz visible en ninguna parte.
En la puerta de la izquierda que daba entrada al comedor había un maniquí de tamaño natural vestido como un mayordomo inglés con el brazo estirado y en la palma de su mano tenía una bandeja con cookies frescas y recién hechas. A mi izquierda, bajando un pasillo, estaba la que luego supe que era la habitación de Michael. A mi derecha, un poco más adelante había una escalera con barandilla de roble tallado que llevaba a la segunda planta. En la pared opuesta a la escalera, colgaba de la pared una gran pintura mostrando a Michael sentado en un lecho de flores con una larga hilera de niños siguiéndole y rodeándole. Había varias pinturas similares por la casa, todas del mismo artista, de un estilo inconfundible. Me sentí como si estuviera paseando por un museo.

Michael, Prince y Paris dirigían el camino hacia el comedor donde Michael se sentó a la cabeza de la mesa. Mason se sentó a la derecha de Michael, Prince a su izquierda, yo me senté junto a Mason frente a Paris que pasó poco tiempo en su silla prefiriendo sentarse en el regazo de Michael. Entonces entró una mujer desde la cocina con una bandeja en la que había toallas de mano humeantes y aromatizadas para limpiarnos antes de cenar.

Nos dio un menú a cada uno de nosotros con siluetas de niños saltando en la hierba, hecho especialmente para esa noche. Recuerdo muy bien esa noche. Aunque se imprimía un menú nuevo diariamente, los platos no variaron mucho en las siguientes cenas respecto de la primera. Siempre había perritos calientes, hamburguesas, palitos de pescado, de pollo y chimichanga. Los platos venían con guarnición de judías verdes y maíz o zanahorias. Esa noche tomé chimichanga y Mason y Prince tomaron perritos calientes. No recuerdo que Paris comiera mucho de ninguna cosa, sentada todo el tiempo junto a Michael. Michael tomó palitos de pescado con judías verdes y maíz.

Mientras estábamos cenando, Michael y yo charlábamos y Prince, que había estado escuchando nuestra conversación, dijo: “Eh, Barney, ¿sabes que vamos a ir después de cenar a la sala de juegos?” Antes de que pudiera contestar Michael le dijo: “Prince, ¿Qué fue lo que hiciste?” y Prince, mirando primero confundido se volvió hacia Michael y dijo con una sonrisa: “Oh sí, me entrometí.” Y Michael dijo: “Exacto, eso hiciste. ¿Y ahora qué?” Prince, sonriendo todavía y orgulloso de haber respondido bien a la pregunta, se volvió hacia mí y me dijo: “Lo siento, me entrometí, Barney.” Le dije que la disculpa era aceptada y que hablaría con él en un minuto. Volviéndome hacia Michael me dijo: “Está excitado porque va a ir a la sala de juegos esta noche.” Después me dijo Michael que la sala estaba restringida excepto para ocasiones especiales y dijo: “Si no lo hago así se aburrirán y ya no la verán como algo especial. No quiero que la den por descontada.”

Todos los vasos en la mesa tenían lo que parecía ser cubitos de hielo pero en realidad eran cubitos de plástico con luces rojas y azules en su interior. Michael estaba muy orgulloso de ellos y fuimos los primeros en usarlos. Cualquier otra bebida que pudieras desear o que pudieras imaginar se podía encontrar en la cocina. Recuerdo que Michael tomaba zumo de manzana Martinelli. Como casi siempre para cenar. Nunca le vi beber té o café. Ni tampoco le vi beber cerveza, vino u otra bebida alcohólica.
Michael estaba vestido con la misma ropa que había llevado a mi consulta. Para otras cenas en el rancho su vestimenta no difería mucho de la de esa noche. La mayoría de su ropa era de diseño propio, pero cualquier cosa que se ponía le sentaba bien.


LA SALA DE JUEGOS

Después de cenar se sirvió el postre en la sala de juegos justo detrás de la casa. Yo había estado en ese edificio muchos años antes, poco tiempo después de que la casa fuera construida por un amigo de la familia llamado Bill Bone. Fue construido entre la piscina y la pista de tenis. Cuando vi la pista de tenis recordé haber jugado dobles allí unos años antes. Al entrar en la sala vi que había una segunda planta que no recordaba haber visto antes. De hecho, la única cosa que reconocí fue la escalera que bajaba a lo que entonces era una bien surtida bodega.
Ahora, cada tipo de video-juego que puedan imaginar ocupaba cada centímetro del espacio del interior del edificio. Había máquinas de pinball, una cabina de fotos e incluso una de esas máquinas para grabar peniques. Sonaba música rock en todas las máquinas y el ruido en el lugar era tal que tenías que gritar para hablar con alguien a tu lado. Recuerdo que pensé que la factura de electricidad debía ser enorme.

Había un gran video-juego, en el que de hecho subí, que ocupaba el espacio que había sido la entrada a la pista de tenis. Una vez dentro del juego era como si fuera un piloto de caza dentro de una cabina de avión. Cuando te ponías el cinturón y la puerta se cerraba, había una pantalla frente a mí en la cual podía ver a los aviones enemigos disparando en pleno vuelo. Si giraba el volante a derecha o izquierda, todo el aparato hacía lo mismo. Si lo echaba hacia atrás, la máquina entera se giraba hacia arriba y me ponía de espaldas de modo que un poco más y me daba la vuelta entera! Tan divertido como parecía ser, te dejaba tan desorientado que me hacía sentir un poco enfermo y tuve que parar y salir. Le dije a Mason que lo probara pero creo que era algo intimidante para él porque se negó.

Había un bar en una de las paredes que servía helado de chocolate, vainilla y una mezcla de los dos sabores si querías. También un refrigerador con puertas de cristal para poder ver el interior. Había toda clase de helados, Eskimo, Pies, Big Stcks y Haagen Dazs. Cerca de él había un mostrador con el frente de cristal tras el cual había toda clase de chucherías que se pueda imaginar.

Todos fuimos de un lado a otro probando diferentes juegos. Recuerdo haber mirado a Michael en un momento dado cuando la música estaba sonando con gran estruendo y estaba haciendo el moonwalk y bailando como si fuera la única persona en la habitación. No estaba exhibiéndose, solo disfrutaba de la música. Sería la única vez que le vi haciendo esto. En futuras visitas le pedí en diferentes ocasiones que me enseñara cómo lo hacía pero siempre tenía una excusa para no hacerlo (los zapatos no eran adecuados, le dolían los pies, el suelo no era apropiado, etc). Al final me di cuenta de que probablemente le habían pedido hacerlo demasiadas veces.

Una vez le pregunté qué pasaría si lo hiciera a la inversa y él me preguntó: ‘¿qué quieres decir?’ Le dije: “Bueno, cuando haces el moonwalk parece que estás intentando caminar hacia atrás en una cinta transportadora del aeropuerto, yendo en dirección opuesta. ¿Qué pasaría si tratas de hacer lo contrario, parecería que estás caminando de espaldas en una cinta transportadora yendo hacia adelante?” Michael lo pensó por un minuto y dijo: “No lo sé. Tendré que pensar en ello”. Nunca le pregunté si lo había intentado alguna vez.

Creo que la única razón por la que le pedí que me enseñara el moonwalk tan a menudo era porque Michael era famoso por este movimiento. Aunque nunca accedió a hacerlo hay algo más que añadir a la historia. En alguna de nuestras conversaciones volvió a salir el tema y le pregunté: “Cómo se te ocurrió el moonwalk? ¿Estabas trabajando en pasos de baile y tuviste algún destello que te hiciera pensar en ello? Sonrió y me miró de frente diciendo: “¿Realmente crees que yo lo hice?” Le sonreí a mi vez y le dije: “Claro, siempre me lo he imaginado porque no he visto a nadie más hacerlo nunca.”
Michael dijo: “Bueno, nunca lo hice hasta un día en la ciudad de Nueva York. Estaba sentado en la parte de atrás de una limusina mirando por la ventana. Estábamos en alguna calle cuando vi a unos chicos bailando y dando vueltas y allí fue donde lo vi. Uno de ellos estaba haciendo el moonwalk. Tenía que salir y verlo de cerca así que le dije al chofer que parara y retrocediera. Salí y crucé la calle hasta la esquina y le pedí que me enseñara cómo lo había hecho y lo hizo. No puedo concederme el crédito por ello. Fue ese grupo de niños quienes me enseñaron. Después lo probé en el escenario y la gente se volvió loca, de modo que lo mantuve como parte del espectáculo”.

Cuando recuerdo la historia que Michael me contó no puedo evitar sonreír mientras pienso en aquellos chicos; lo que debe haber sido para esos chicos que Michael Jackson se les acercara en la calle de esa manera. Probablemente todavía estén contando esa historia.


LA PLANTA ALTA

Después de pasar casi una hora en la sala de juegos, Michael me dijo que quería llevarnos a la casa para enseñarnos algo. Para entrar de nuevo en la casa había que pulsar un código electrónico para abrir la puerta. Nos llevó arriba a una gran habitación de juegos sobre el comedor. Al fondo había una figura de tamaño natural de Darth Vader hecha totalmente a base de Legos. Después de contarnos su origen; que he olvidado, Michael fue a los armarios y cajones que había por la habitación y empezó a sacar juguetes y a dárselos a Mason. Michael estaba tan entusiasmado sacando juguetes de los armarios como Mason mirando lo que sacaba de ellos.

Le recuerdo sacando una máscara de goma de Darth Maul y dándosela a mi hijo diciendo: “Toma Mason, quiero que tengas esto. ¿Sabes quién es Darth Maul?”

Mason respondió, “Sí, lo sé pero no puedo aceptarlo. Sé cuánto cuesta y es muy cara”. Michael dijo: “No, está bien, de verdad. Insisto en que te la quedes”. Mason me miró y le sonreí asintiendo. Se volvió hacia Michael y dijo: “OK. Me la quedaré con una condición”. Michael preguntó: “¿Cuál?” Mason contestó: “Que la firmes en el interior”. Michael se rió mirándome, abrió los ojos un poco y asintiendo dijo: “Chico listo!”.
Michael volvió la máscara del revés y procedió a firmarla. Escribió: “Para Mason, tu amigo Michael Jackson”. Aunque Michael intentó darle muchos más juguetes, Mason se quedó completamente satisfecho con la máscara de Darth Maul.

Después de dejar la habitación de juegos Michael nos llevó al cine, a una media milla de la casa. Era un edificio grande con un camino circular frente a algunas estatuas de bronce representando a niños junto a uno de los lados de la entrada.

Entramos al interior donde había un mostrador de cristal repleto con todo tipo de chucherías imaginables. Detrás de mostrador había una máquina de palomitas y a su lado un dispensador de helados. También había otro gran congelador con puertas de cristal deslizables lleno de barras de helado. Nos servimos nosotros mismos unos helados con algunos de los acompañamientos que había en los dispensadores. Michael llamó al operador de cabina para que bajara a hacernos unas palomitas. “Mantengo todo esto bien surtido para que los niños que vienen de las escuelas a pasar el día en Neverland puedan tener todo lo que quieran. No hay caja registradora aquí porque nadie paga nada en Neverland,” dijo Michael.

A cada lado del mostrador había puertas que dirigían al teatro. Las sillas podían reclinarse hacia atrás y uno podía mecerse en ellas. Eran tan grandes y confortables como los asientos del salón. El frente de la sala tenía grandes cortinas que se abrían dejando ver la pantalla detrás. Ésta se levantaba para dejar ver un escenario con suelo de madera donde Michael dijo que practicaba sus bailes para sus videos.

En la parte de atrás del cine había dos grandes ventanas de cristal en la pared. A través de ellas se podían ver una cama en cada una. Michael dijo que las había incluido en el diseño de la sala para que los niños postrados en cama pudieran disfrutar de una película en un cine real. Esa noche no vimos una película pero vimos muchos dibujos animados y algunos de los videos de Michael. Con el tiempo vimos en ese teatro muchas películas que se estaban proyectando al mismo tiempo en los cines. Michael tenía algún tipo de trato para poder recibir cada nuevo estreno. De hecho, camino del teatro había posters anunciando los estrenos o los próximos estrenos en Neverland colgados en grandes paneles de cristal a ambos lados de la carretera.

Después de salir del cine fuimos a una enorme feria llena de cacharros como los que podrían encontrarse en un parque de atracciones. Toda la zona estaba iluminada con brillantes luces de colores. Sonaba la música en todas las atracciones y Michael nos llevó primero a los coches de choque. Siempre había dos hombres jóvenes allí para llevarnos a la atracción que quisiéramos. Los coches de choque eran de hecho una de las más divertidas y Michael era salvaje, yendo tan rápido como podía, intentando chocar con todo el que estuviera desprevenido. Después se daba la vuelta y salía pitando riéndose.

Fuera de la casa de los coches de choque había un montón de pantallas de al menos tres pisos de altura en las cuales Michael decía que podías jugar con los juegos de Xbox, Game Cube o incluso ver películas. Habían sido utilizadas en principio en el escenario de su gira mundial como parte del atrezzo y también como pantallas para ver el concierto. Pasamos este lugar y subimos unas escaleras al lado de la colina llevando unos sacos de yute sobre los cuales rodamos deslizándonos por un tobogán con colinas y cauces profundos muy parecido al que se vería en una feria del condado, solo que mucho mayor. Era lo bastante divertido como para repetir varias veces y Michael parecía pasarlo tan bien como nosotros.

Desde allí me llevó a ver el carrusel del que me había hablado antes. Era toda una belleza. Había animales y asientos tallados a mano en madera que parecían trineos y tenían cabezas de dragón talladas a los lados. A todo alrededor de la atracción estaban las escenas originales pintadas a mano y espejos. Había espejos también en el centro en donde te podías mirar mientras dabas vueltas y salía música detrás de ellos. La música sonaba como un calíope pero no recuerdo haber visto las flautas que podrían producir ese sonido único.

Subimos al Sea Dragon que era en realidad un barco vikingo que subía tan alto que parecía que te ibas a caer de él. Mason se subió en él con reparos y se tapó los ojos todo el tiempo. De hecho paramos la atracción antes de tiempo porque estaba asustado. Había puestos de helados y palomitas diseminados entre las atracciones. Otra atracción en la que estuvimos fue las Sillas Voladoras. Una cosa buena de las atracciones allí era que no había tiempo límite. Tan solo hacías una señal al operador para que parara o siguiera en marcha.

Cuando nos hartamos de atracciones, Michael llamó a uno de los Rolls Royces limusinas para recogernos y llevarnos de vuelta a la casa. Michael nos dijo adiós desde la puerta principal y añadió: “Gracias por venir. Me lo pasé muy bien”.

Respondimos lo mismo agradeciéndole por el tiempo tan maravilloso y salimos hacia nuestro coche. Mientras conducía a la salida, dijo Mason: “Eh papi, ¿qué es eso?” Miré en el asiento de atrás y había tres grandes bolsas llenas con todos los juguetes que Mason había rechazado educadamente en la sala de juegos. Eso incluía una Xbox y una Game Cube con unos cuantos juegos para cada una. En otras visitas al rancho sucedió siempre lo mismo. Cuando salía, Michael siempre hacía llenar el asiento de atrás del coche con regalos. Y con el tiempo, cuando Michael empezó a venir a nuestra casa, nunca llegaba sin un puñado de DVDs.

Al día siguiente, Mason fue al colegio y durante el recreo contó a la clase que había estado en casa de Michael Jackson y había cenado con él. Muchos en la clase se rieron y se burlaron diciendo: “Sí, claro. Seguro que fuiste, Mason”. No quisieron creerle. Desde entonces, Mason nunca habló de ello. Guardó para sí mismo todas las visitas de Michael y los viajes al rancho. Con el tiempo, fui a casa de Michael (solo o con mi familia) o él venía a mi casa; a menudo acompañado de Prince y Paris. Nos veíamos o hablábamos por teléfono casi cada semana durante los siguientes cuatro o cinco años excepto cuando él estaba fuera por negocios.


FAMA O DIOS

Un día me llamó Michael y me preguntó si quería pasar un rato con él. “Sí”, le dije como siempre. Cuando llegué al rancho me llevaron a la biblioteca donde Michael me esperaba siempre. Cuando nos sentamos, Michael tenía su habitual libro sobre las rodillas y mientras me hablaba hojeaba las páginas. Había un gran álbum de fotos en piel sobre la mesita y sonreí al ver las fotos de Michael con el presidente Ronald Reagan, la princesa Diana, Elizabeth Taylor y otras celebridades. También se veía a Michael marchando a la cabeza de algunos desfiles militares. Me impactó que esa fuera en realidad la única cosa dentro de la casa que indicara quién era o el nivel de su fama.

El elegante mobiliario o el terreno tan bien cuidado solo apuntaban a un hombre muy rico. Nunca vi ni recortes de periódicos, trofeos, discos de oro u otros premios que esperarías ver en algún lugar de la casa. Le pregunté sobre eso y me dijo sonriendo: “Todo eso lo tengo en una casa al otro lado de la propiedad”. Le pregunté: “¿Por qué no pones algo aquí donde todos puedan verlo?”

“Bueno, no me gustan los presumidos y no quiero ser uno de ellos. Si mantengo todas esas cosas a mi alrededor donde todo el mundo pueda verlas acabarán siendo el tema de conversación y hay muchas cosas mucho más interesantes de las que hablar. No quiero que me recuerden quien soy y lo que he hecho y acabar pensando más en mí mismo de lo que sería bueno”, respondió.

Pensé en eso durante un minuto y le dije: “Te das cuenta, Michael, que tienes más que derecho a ser presumido, egoísta e imposible que ninguna otra persona en el mundo, aunque nadie tenga derecho en realidad a serlo y tú no eres de esos.
Siempre oigo hablar de lo imposibles de tratar que son algunos actores o gente famosa o de trabajar con ellos o lo exigentes que son. Oyes hablar sobre lo crueles que pueden ser pidiendo ayuda. Mi hermana Jewel, que es azafata en Delta, me habló una vez sobre una señora que volaba en primera clase y no hablaba con las azafatas cuando le preguntaban si necesitaba algo. Una de ellas le preguntó a su marido: ‘Perdone señor, ¿Su esposa es sorda?’ ‘No, es que no habla con las azafatas’, respondió. A eso me refiero.

Pareces haber salido de eso completamente ileso. ¿Cómo lo has conseguido?”

Michael me miró y dijo simplemente: “Porque no soy yo”.

“¿Qué quieres decir?”, pregunté

“Quiero decir que es un don lo que tengo. Es un regalo de Dios. Él me dio todo esto y no es realmente mío. Decidí hace mucho tiempo que sería mejor concederle a Él el crédito que debería concederme a mí mismo. De ese modo no estaré tentado a hacerlo, casi cada cosa que tengo que me recuerda a mí mismo la quito de mi vista en esta casa”, respondió. Recuerdo pensar qué respuesta más perfecta.

Sonriendo le dije: “¿Michael, me llevarás uno de estos días a enseñarme esa casa?” Me miró sonriendo y dijo: “Uno de estos días”.


MICHAEL ME HACE UNA VISITA

A veces abría la puerta de mi casa para ir al trabajo y Michael estaba allí parado frente a ella. No había llamado, lo que era curioso pero típico de él. Él esperaba afuera hasta que alguien salía. Decía: “Hola Barney” con su tranquila y suave voz, “¿Puedo entrar?”

“Por supuesto”, le decía, “pero tengo que ir a trabajar. Tengo pacientes esperando en la consulta. Entra y siéntete en casa. Le diré a Criss que estás aquí”. Le preguntaba siempre cuánto rato había estado esperando y siempre decía: “solo unos minutos” o “acabo de llegar”.

Ese día en particular recuerdo que le pregunté a su chofer al salir, se llamaba Manuel Rivera, cuánto tiempo habían estado esperando y mirando su reloj me dijo que habían estado sentados en el coche unos treinta minutos.

Michael entró, cogió una revista de la mesita y se sentó en el que se convertiría en su rincón favorito del salón. Era una silla bastante simple, sin brazos, de color crema y tapizada en terciopelo negro. Entré a despertar a mi esposa y a decirle que Michael estaba en el salón. Ella dijo: “Dile que ahora salgo”, cosa que hice y me despedí para ir al trabajo. Criss me dijo después que fue al salón y le dijo a Michael buenos días y le preguntó: “¿Tienes hambre, Michael? ¿Puedo prepararte algo para desayunar… un bol de cereales?” Michael dijo: “No, gracias, Criss”. Pero al marcharse del salón la miró cambiando de opinión y le dijo con una sonrisa: “¿Qué tienes?” Devolviéndole la sonrisa le respondió: “Cornflakes, Raisin Bran, Alpha-Bits…”

“Tomaré eso”, le dijo.

Mi esposa me llamó al mediodía para decirme que Michael estaba allí todavía. Los niños se habían levantado y le encontraron en el salón y ella decidió dejarlos en casa para jugar con él y hacerle compañía. Dijo que estaban viendo todos una película y comiendo pizza. Michael había enviado a Manuel a por el almuerzo y algunos snacks.
Cuando llegué a casa sobre las seis de la tarde todavía estaba aparcado su coche delante de la valla. Manuel estaba sentado leyendo un libro esperando pacientemente las instrucciones de Michael.

Dentro de casa, Michael y mi hija Bianca estaban sentados en el suelo jugando al Monopoly. Había cojines esparcidos por toda la habitación. Cajas de pizza aquí y allá y algunas botellas vacías de zumo de manzana Martinelli sobre la mesa. Aparte de esto había otros juegos medio abandonados que pudieron dejar de interesarles en algún otro momento. Ponían dibujos animados en la televisión.
Cuando entré en el salón, Michael me miró sonriendo y dijo: “Hola Barney. ¿Qué tal fue el día?”

“Bien, gracias. ¿Qué tal el tuyo?”, le dije

“¡De lo mejor!” contestó

En una de sus innumerables visitas a la casa recuerdo que me preguntó: “Barney, ¿qué tengo que hacer para que mis hijos crezcan tal y como son los tuyos?” Le dije que no tenía que preocuparse, que lo estaba haciendo muy bien. De hecho le dije que estaba haciendo un trabajo mejor que el mío a juzgar por el buen comportamiento de Prince y Paris (Blanket aun no había llegado). Le dije: “Tus hijos son increíblemente bien educados. Siempre dicen gracias y lo siento cuando es apropiado. Creo que son un buen ejemplo para los míos”.

Si Michael venía a casa traía a menudo a Prince y Paris y a veces Gracie (su niñera) venía con ellos para ayudarle. Ella era como una madre para Prince y Paris y estaba casi siempre con ellos cuando iba al rancho. Era muy buena cuidando de ellos y muy atenta a sus necesidades como habría sido una madre.

Cuando le pregunté a Michael por qué abandonaría el rancho por nuestra pequeña casa en Ballard, en cada nueva visita, siempre me daba la misma razón: “Tengo compañía en el rancho y no me apetece estar con ellos. Sé que estarán bien atendidos por mi personal y son libres de usar el rancho como si estuvieran en su casa. Solo quiero pasar el rato aquí”.

Michael parecía curioso sobre cómo vivía otra gente y aunque no era algo sobre lo que él preguntó nunca, creo que se preguntaba si hacíamos cosas diferentes a las que él hacía. Digo esto por algunas preguntas que hacía. En concreto, cuando iba al cuarto de baño solía mirar en los cajones de los muebles que había allí. Curioso seguramente por saber lo teníamos comparado con lo que tenía él. Salía oliendo a alguna de las colonias que encontraba en un armario diciendo: “Nunca hay que ir por ahí oliendo mal”. Y, por supuesto, nunca lo hizo.


DAVID ROTHENBERG

Un día me llamó Michael y dijo: “Me gustaría saber si te gustaría traer a tu familia a cenar. Tengo un amigo aquí y quiero que le conozcáis”. Yo sabía que siempre que decía esa clase de cosas era algo interesante y me iba a encantar hacerlo. Le dije que estaría feliz de ir. Me dijo: “Primero necesito preguntarte algo. ¿Crees que a tus hijos les molestaría conocer a alguien que tiene algunas deformidades a causa de un accidente?”

Le dije: “Michael, puedo asegurarte que mis hijos tratarán a esta persona como si no tuviera deformidades. Les he enseñado desde pequeños que nunca deben decir nada a nadie que pueda herirle. Especialmente sobre cosas que no pueden evitar. Pero se lo advertiré antes de ir”.

Michael dijo: “Bien. Entonces me gustaría que vinierais a cenar para conocer a David Rothenberg”.
Para entonces, habiendo estado en el rancho tantas veces, nos decían que pasáramos en lugar de hacernos firmar. En esta ocasión también y aparcamos frente a la casa. Aunque le había dicho a Michael en muchas ocasiones que no era necesario, siempre tenía a las asistentas y a los cocineros alineados en la puerta principal para saludarnos mientras entrábamos a la casa. Michael insistía en que era el protocolo y había que seguirlo siempre.

Le dije: “Realmente ya les conozco a todos por su nombre desde que vengo tan a menudo. Me siento culpable por hacerles dejar lo que están haciendo y salir a saludarnos”.

Michael contestó: “No te sientas mal. Es una de las cosas por las que les pago”.

De todos modos, ir a la casa era siempre un placer. Era un asalto encantador en todos los sentidos. Desde la puerta principal nos dirigimos al comedor, a la izquierda. Al fondo había una gran chimenea frente a una barra de bar. Esa noche, el invitado de Michael estaba sentado a la derecha de la chimenea. Michael nos miró y dijo: “Chicos, este es David Rothenberg” y nos presentó uno a uno. Le saludamos toda la familia. Los chicos salieron corriendo a entretenerse dejándonos a Criss, a Michael y a mí para hablar con David.

Imagino que hay fotos por ahí de David para aquellos que quieran verle pero es suficiente decir que fue destrozado por las llamas en un momento de su vida. Lo que recuerdo bien ahora mismo es que tenía un mechón largo de pelo cayendo por su espalda y había una joven, creo que una prima de Michael, que le estaba haciendo una trenza meticulosamente mientras David nos contaba cómo había pasado el día en el rancho.

Cuando nos sentamos todos a cenar Michael se volvió hacia él y le preguntó: “David, ¿has pintado hoy?”
David contestó: “Sí, lo hice. Creo que he hecho uno de mis mejores trabajos”.
Michael dijo: “Bien. Quiero que salgas a pintar cada día de los que estés aquí. Quiero que te expreses”.
David le aseguró que lo haría.

Más tarde Michael y yo fuimos al lago donde tenía un caballete y pinturas y me enseñó algunos de los cuadros de David. Consistían en pájaros en forma de V. Michael me dijo que “no me importa si no se convierte en un gran pintor. Solo creo que es importante para él hacer esto mientras está aquí. Quiero que siempre esté ocupado”.

Le pregunté a Michael: “¿Y cómo os conocisteis David y tú?” Michael me dijo: “Cuando él era muy joven, su padre le roció con gasolina y le prendió fuego. La razón no importa. En realidad no había ninguna.
De cualquier forma, acabó sobreviviendo y le he estado viendo a lo largo de los años.

No hace mucho tiempo, leí un artículo en un periódico diciendo que David Rothenberg había intentado suicidarse. Estaba desanimado por no poder conseguir un trabajo. Así que hice que lo trajeran. Uno de mis chóferes fue a recogerlo y lo trajo al rancho. Cuando llegó aquí le dije que había oído lo que pasaba. David me dijo que era verdad y que estaba deprimido porque quién iba a contratar a alguien con su aspecto. Le miré y le dije: ‘Yo lo haré. Quiero que trabajes para mí. ¿Lo harías?’ David dijo: ‘Sí, me gustaría’. Así que le puse a trabajar”.

Le pregunté a Michael: “¿De verdad tenías un trabajo para él?”

Él dijo: “En realidad, no. Se puede decir que me lo inventé”.

“¿Cuál fue? ¿Qué le hiciste hacer?” Le pregunté.

Dijo: “Le doy cartas y paquetes y le hago llevarlos a otras ciudades diciéndole que es importante que sean enviadas por correo desde allí. Por ejemplo, le envío a Los Ángeles o San Diego y le digo que envíe algo cuando llegue. Le di un coche para ir a donde él quiera y tiene un lugar al que llamar hogar. Había perdido el sentido de tener un objetivo y yo quería que él supiera que tenía uno”.

Nunca volví a ver a David de nuevo y nunca le pregunté a Michael qué pasó con él. Ahora sé que cuando David tenía seis años, allá por 1983, su padre –Charles-, en lucha por su custodia con la madre de David –Marie-, le prendió fuego y quemó el 90% de su cuerpo.

Hay un video en YouTube en el cual David, que cambió su nombre por Dave Dave (lo cual me suena a un nombre que Michael le podría haber dado), le habló a Larry King, justo después del funeral de Michael en 2009, sobre la amabilidad de Michael con él, la cual comenzó cuando Dave tenía solo siete años y su madre mantuvo en secreto siempre. Dave le dijo a King que Michael abrió las puertas de Neverland para él, le aportó apoyo emocional y fue como el padre que nunca tuvo.

Dave Dave: Michael Jackson Was Like A Father To Me - YouTube


EL PARQUE DE ATRACCIONES DE NEVERLAND

Cada año por Navidad, Michael hacía llevar animales al rancho para disfrute de sus invitados por parte de la Organización para el rescate y conservación de los animales Zoo To You. Habrían también otras organizaciones que llevaran animales, pero este es el nombre que yo asociaba con los animales que vi allí.

Un mediodía, cuando mi familia y yo íbamos al rancho, Michael nos hizo entrar para ver un pequeño orangután y un bebé chimpancé. Mis hijos estaban fascinados. Se sentaron en la hierba y jugaron con ellos mientras Michael y yo charlábamos en su oficina. Bianca, hablando recientemente de ese día, dijo: “Un de los cuidadores me dijo que el chimpancé era mentalmente retrasado y sentí pena por él. Recuerdo que los dos tenían puestos pañales y ¡me besaron! El chimpancé saltó a mi regazo y me echó los brazos al cuello abrazándome como si fuera su madre. No quería soltarlo”.

La oficina de Michael era un pequeño país de las maravillas en sí misma. Recuerdo que vi cada tamaño de pantalla de tv que Sony tenía en aquel tiempo. Había tres de ellas en las mesas de sus ayudantes y otras a lo largo de la habitación. Vimos varias películas juntos en esa oficina. Siempre estaba encendida la chimenea. La habitación siempre estaba cálida y ligeramente aromatizada con popurrí. A cualquier parte que mirara dentro de la oficina había un objeto de interés. Tenía relojes automáticos, un trono de pan de oro y tapizado en terciopelo rojo, pinturas al óleo en las paredes (una de ellas mostraba a Prince dormido en ese mismo trono de terciopelo), una colección de pisapapeles de cristal soplado a mano, un viejo vagón rojo para niños restaurado repleto de muñecos de porcelana y estanterías llenas de libros encuadernados en piel.

Mi pieza favorita en la oficina era en realidad una que yo le había comprado en una tienda de antigüedades. La tenía en el centro de la repisa de la chimenea. Merece mención aparte.
Era una escultura japonesa de madera de teka tallada de unos dos pies de altura y casi lo mismo de ancho. Era una sirena en una cueva con una larga cola que enrollaba completamente la base de la figura y acunaba a una pequeña sirena. Formaba parte de una gran colección de muebles japoneses de una pequeña tienda de antigüedades de Solvang. Me había gustado desde el momento en que la vi pero no podía permitírmela.

Se la describí a Michael y le dije que era la única antigüedad que mi esposa había pensado que era hermosa. Me dijo: “Barney, ¿Puedes traerla aquí para que pueda verla? ¿Te dejará la propietaria?” Le dije que sí me dejaría pero ella quería 1.600 dólares por ella. Dijo: “Parece que los merece y es de la clase de cosas que yo colecciono”. Recuerdo que se la entregué en una tarde lluviosa. Su oficina estaba cálida y la chimenea encendida cuando entré. La coloqué en su mesa, destapada. Michael se reclinó en su silla mirándola durante un rato. Después le dio la vuelta para verla por detrás, le miró la base y volvió a colocarla en la mesa. Abrió el cajón de arriba de la mesa y sacó 16 billetes de cien dólares. Sonreí y dijo: “Estaba seguro de que tendrías razón y por eso saqué el dinero de la caja de seguridad. ¡Es una verdadera obra maestra!” Fue hasta la chimenea y quitó algunas cosas del centro de la repisa para poner en su lugar la escultura. Dando unos pasos atrás y mirando, parecía que ese era su lugar.

Aproximadamente una semana más tarde, visité el rancho con mi familia y estaba hablando con Michael en su oficina cuando noté una serie de planos desplegados en su mesa. Cuando le pregunté por ellos, sonrió y dijo: “Estaba esperando que preguntaras”. Esta era una de las cosas divertidas de Michael. Le encantaba dar rodeos. En lugar de decirme: ‘Eh Barney, ven a ver esto’, lo ponía en alguna parte para que le preguntara por ello.

De todos modos dijo: “Son los planos del Parque Temático de Neverland”. Le dije que nunca había oído hablar de que iba a haber uno. Dijo: “Eso es probablemente porque he tratado de mantenerlo en secreto. Los recibí el otro día y quería que los vieras”.

Le pregunté a Michael: “¿Puedo traer a mi esposa y a los niños para que los vean?”

Dijo: “Por supuesto. Ve a llamarlos”.

Salí al prado y tuve que arrancar a mis hijos de los monos prometiéndoles que podrían volver con ellos y jugar un poco más. Les dije que quería enseñarles algo. Volví con Criss y los niños a la oficina de Michael donde había colocado los planos en el suelo sujetos con los pisapapeles. Empezó a explicarnos su visión del proyecto.

El primer dibujo era una maqueta a color de la Torre de Londres. Y se podían ver las calles de piedra debajo de ella. Dijo que había tiendas de todo tipo, desde teterías hasta fish and chips. Michael explicaba entusiasmado con gestos y movimientos: “Hay dos modos de entrar a Neverland. Uno es mediante un arnés que te hace sobrevolar la Torre de Londres mientras te baja a las calles que hay debajo. Todo lo que puedas encontrar en Londres lo podrás encontrar también en esta parte de Neverland.

El otro modo de llegar es a través de un teatro muy grande donde puedes sentarte frente a una gran pantalla de cine y en ella se puede ver La Isla de los Piratas. Esta isla será tres veces mayor que Matterhorn en Disneyland. Empezará una película que te contará todas las cosas que podrás ver en Neverland y tendrás una idea de a dónde ir. En la misma isla podrás ir a la cueva de la sirena, al árbol de los niños perdidos, al campamento indio o a la cueva de los piratas. También habrá un barco pirata de tamaño natural en el que poder subir. Habrá submarinos por toda la isla que irán dejando pasajeros en diferentes sitios.

Cuando se termine la película, la pantalla se abrirá y frente a vosotros aparecerá la verdadera Isla de los Piratas rodeada de agua como se ve en la película. Habrá las típicas atracciones que se pueden encontrar en cualquier parque temático. Habrá montañas rusas sobre el agua que recorrerán la isla igual que en Matterhorn”.

Estábamos entusiasmados por todo esto y por poder ir. Mis hijos incluso se olvidaron de los monos durante un rato. Le pregunté a Michael: “Entonces, ¿para cuándo se hará esto?”

“No lo he decidido todavía. Hay una serie de lugares alrededor del mundo que quieren ponerlo en su país pero tengo que ser cuidadoso porque no quiero cometer los mismo errores que Disney Corporation cuando situó sus parques en otros países. También quiero que esté en un lugar que pueda ser utilizado todo el año, como Disneyland y Disneyworld. Así que tiene que ser un lugar de clima cálido. Quizás como Arizona si se construye en Estados Unidos”, contestó.

“¿Es esto idea tuya?”, le pregunté.

Dijo: “Sí, es algo que he estado planificando durante años y está todo registrado para que nadie pueda apropiárselo. Las posibilidades son realmente infinitas. Ni siquiera las he puesto todas en papel todavía”.

Todos ayudamos a Michael a enrollar los planos y volver a ponerlos en la mesa. Nunca escuché nada de eso después de aquel día.
Cuando habló de sus ideas me acordé de algo que hacía a menudo cuando estábamos juntos. Decía: “Barney, rápido, necesito papel y lápiz”. Aprendí a llevarlos para esos momentos y él cogía el papel y escribía algo en él y lo guardaba en el bolsillo con el lápiz. ¡Y fueron muchos lápices! Cuando le preguntaba qué había escrito me decía: “Son ideas o algunas líneas de una canción. Las cosas llegan hasta mí y tengo que escribirlas, si no lo hago desaparecerán y nunca recordaré que pensé en ellas”. Encontré uno de esos trozos de papel que dejó en mi casa una vez y solo tenía unas pocas palabras inconexas de las que solo Michael podía conocer el significado.


LIZA MINNELLI Y DAVID GEST

Michael y yo pasábamos mucho tiempo viendo cine en su habitación. La puerta siempre estaba cerrada y solo se podía entrar pulsando un código en el lado izquierdo de la puerta. Yo siempre miraba hacia otro lado cuando Michael lo ponía, sabiendo que él era muy cuidadoso con eso. Solo él y la señora de la limpieza lo conocían. Casi nunca nos interrumpían. Sin embargo, le pasaban llamadas frecuentemente a la habitación. El comentario habitual de Michael cuando contestaba al teléfono era: “Diles que estoy reunido”.

Cuando Michael llamaba desde la habitación o desde mi casa era para hablar con alguien cuyo nombre era Evie. Ella parecía conocer cada aspecto de la vida de Michael y la llamaba bastante a menudo, incluso desde mi casa. Normalmente era para conocer alguna información sobre algo que él necesitaba en ese momento o para averiguar si ella sabía algo sobre lo que le había pedido que investigara. Pero a veces era solo para charlar. Ella era un misterio para mi y todo lo que me dijo acerca de ella es que era muy importante para él.
Una tarde mientras estaba en su habitación, Michael contestó al teléfono y dijo mientras me miraba: “Sí, pásamelos”. Tenía una mirada traviesa mientras me miraba ponía su dedo en los labios para decirme que estuviera callado. Entonces puso el teléfono en manos libres y las voces al otro lado eran las de Liza Minnelli y el promotor de conciertos David Gest.

Después de los saludos dijo Liza: “Oh Michael, tengo que darte las gracias. Gracias, gracias, gracias, por presentarme a este hombre increíble. Estoy tan contenta y feliz y tenía que agradecértelo”.

Michael dijo: “Oh, de nada Liza” con ese acento arrastrado del sur. “Estoy feliz por los dos”.

Entonces escuché a David Gest decir: “Hey Michael, pequeño negrito, te digo lo mismo que ella.” Michael solo sonrió y los felicitó por su próximo matrimonio.

Después de algunas bromas más dijo adiós y colgó el teléfono. Me miró y dijo: “Oh Barney, nunca debí presentarlos”.

“¿Piensas que no hacen buena pareja?”, dije.

“De ninguna manera”, dijo.

“Entonces ¿no crees que durarán?”, le pregunté.

“No lo creo”, dijo. Cuando le pregunté por qué, me dijo: “Porque a David le gustan las chicas negras altas y delgadas… Liza no es su tipo”.

Después le pregunté a Michael por qué dejó a David llamarle negrito. Le dije que no era una palabra que debiera usar. “Oh, eso es solo cosa de David. Él siempre nos lo ha dicho a todos nosotros y nunca ha sido con mala intención”, dijo.

He sabido por viejas historias que David Gest ha sido amigo de los Jackson desde que se mudaron a Los Ángeles en 1970. David y Liza se casaron en marzo de 2002 en Nueva York y Michael fue su padrino. Tristemente, se separaron en julio de 2003 y se divorciaron tal y como Michael estimó que pasaría.


EL ARMARIO DE MICHAEL Y EL RELOJ DE UN MILLÓN DE DÓLARES

La habitación de Michael estaba llena con cosas incluso más interesantes que su oficina. Una pieza que me gustaba particularmente estaba sobre la repisa de la chimenea, apoyada contra la pared. Era un oleo sin marco de casi un pie y medio por uno de ancho que retrataba a Alfred E. Neuman, el personaje de MAD magazine vestido con un brillante traje negro, calcetines en color plata, guante blanco y sombrero, en una de las poses de baile de Michael, de puntillas. A primera vista se podría decir que era Michael, hasta que le mirabas la cara.

A él le encantaba el cuadro. Dijo que el artista que lo pintó para la portada de MAD se lo dio. Lo tomé como cierto como todo lo que me contaba. Pero a veces algunas de las cosas que me contaban no eran verdad. Cuando conocía la verdad le encontraba cierta lógica al engaño. Por ejemplo, Michael tenía un bonito Lincoln Navigator negro. Tenía pantallas de tv para ver dvds en la parte de atrás de los asientos. Era la primera vez que había visto algo así en un coche, aunque ahora sea algo común. Le pregunté a Michael dónde compró el coche tratando de imaginarlo yendo a una tienda de coches a escoger uno. Me dijo: “Oh, no lo he comprado. Fue un regalo de Bill Gates”.

Años después supe por su chofer, de nombre Kato, que el coche no fue un regalo de Bill Gates. Había sido comprado por uno de los ayudantes de Michael a petición suya y a nombre del ayudante. Michael hacía esto para evitar que le sobrecargaran el precio porque sabía que algo asociado a su nombre subía de precio inmediatamente. Kato me dijo que cuando despidieron a ese hombre del rancho, se llevó el coche. Decía que como lo había comprado a su nombre era suyo. Pasó un tiempo antes de que consiguieran recuperar el coche. Nunca entendí la parte de Bill Gates.

En la habitación de Michael había un sofá-cama tamaño gigante siempre abierto como si estuvieras en un hotel. Frente a él estaba la televisión más grande que había visto en ese momento. Poníamos una película, pedíamos algo a la cocina cada vez que teníamos hambre y veíamos películas hasta bien entrada la noche. Si Michael se quedaba dormido mientras veíamos una película, bajaba el volumen muy despacio, la desenchufaba (porque si usaba el mando hacía mucho ruido) y salía en silencio de la habitación para irme a casa. Recuerdo que hice eso una noche y salía de puntillas por la puerta cuando escuché a Michael decir: “Hasta mañana, Barney”.
Por la razón que fuera, a Michael le resultaba difícil dormir. Por eso, si se quedaba dormido, tenía mucho cuidado de no despertarlo. A veces me pedía que le leyera algo y yo buscaba un libro y leía en voz alta y después me iba sigilosamente cuando parecía que estaba dormido.

Por una puerta a la izquierda de su televisión había un cuarto de baño y a través de otra puerta se llegaba aun jacuzzi que dijo que nunca había usado. Pasando la puerta del baño había una gran caja verde de seguridad que requería un código para ser abierta. Aparte de muchos papeles lo que me llamaba la atención cuando la abría eran unas cajas dentro de las cuales había unas pequeñas cajas en terciopelo azul de relojes. En cada una había una pieza de oro de veinte dólares y debía tener unas cien de ellas allí. A lo largo de los años, en una ocasión especial o un cumpleaños en que estábamos juntos, Michael me daba una de esas monedas o se las daba a cada uno de mis hijos.

Al otro lado de la tv había un armario bajo una escalera que llevaba a la habitación de Michael, que nunca le vi utilizar, porque siempre se dormía en el sofá cama frente a la tv. La habitación era sencilla excepto por la cama de gran tamaño cubierta por un edredón de lentejuelas. Era muy pesado y nada confortable pero muy bonito de ver cuando la luz le hacía brillar. Fue algo que Michael encargó hacer y fue hecho según su propio diseño.

El armario bajo la escalera estaba lleno de trajes que había usado en sus conciertos. Todas las chaquetas, pantalones y zapatos y cuatro o cinco de sus famosos guantes colgados de la pared. Un día Michael nos llevó a Mason y a mí dentro del armario para enseñarnos un reloj del que me había hablado cerca de un año antes. Dijo que le había costado un millón de dólares y le había pedido que me lo enseñara algún día. En el interior del armario, Michael señaló un látigo y le preguntó a Mason si lo había visto antes. Mason dijo que pensaba que no. Entonces le dijo Michael que era de la película En Busca del Arca Perdida. “¿Te acuerdas del látigo de Harrison Ford? Es ese. Salió a la venta y lo compré.”

Michael fue a la parte trasera del armario y sacó una caja de detrás de las camisas. La puso en el suelo y la abrió. En ella había varios Rolex cada uno con una historia especial. Señaló uno que era un regalo especial de Eddie Murphy. En el centro estaba el reloj del millón de dólares. Estaba hecho en platino puro y la pulsera tenía unas dos pulgadas de anchura. Estaba cubierta de diamantes que rodeaban también la esfera, pequeña incluso en comparación con el resto del reloj. No recuerdo quien lo hizo pero era muy bonito y también muy pesado.

Me volví a Mason y le dije: “Póntelo en la muñeca, Mase”.

Él dijo: “No creo que deba”.

Michael dijo: “Está bien, Mason, póntelo”. Cuando Michael se lo puso en la muñeca le dije: “Mason, ahora puedes decir que te has puesto un reloj de un millón de dólares”.

Todo lo que dijo Mason fue “Guau!” Se lo quitó rápidamente y Michael lo puso en su caja de terciopelo verde, guardándola de nuevo detrás de las camisas.


TRUCO O TRATO CON MICHAEL Y LOS NIÑOS

Un año, Michael, Prince y Paris vinieron a casa por Halloween para hacer Truco o Trato con nosotros. Prince y Paris tenían disfraces como para no ser reconocidos. Michael llevaba gorro y máscara quirúrgicas, camisa de Spiderman, un estetoscopio alrededor del cuello, zapatos de Spiderman y parecía bastante reconocible bajo el disfraz. Sin embargo, nadie le paró para pedirle un autógrafo o hablar con él en toda la noche.

Yo creo que de algún modo le gustaba que le reconocieran pero al mismo tiempo poder pasear libremente como cualquier otro. Digo esto porque le había dicho a Michael que se asegurara de venir después de que anocheciera en el coche azul y aparcara en mi plaza de aparcamiento. Bien, pues vino después del anochecer pero en la limusina blanca más grande que he visto jamás. Intentó aparcarla en el aparcamiento pero no cabía y el chofer tuvo que dejarla en la calle con gran trabajo también. Prince y Paris entraron en la casa con mi esposa y los niños y yo entré en la limusina con Michael. Le dije: “Se suponía que ibas a venir en el coche azul”. Él dijo riendo: “Oh! Pensé que dijiste que trajera la limo blanca” y se rió de nuevo.

Le pregunté: “¿Cómo esperas pasar desapercibido en esta cosa?” Los niños ya estaban llamando a las ventanillas y tratando de ver el interior. Él dijo: “Tengo un plan”. Abrió las puertas de la limo y dejó que pasaran algunos niños adentro. En ese momento no llevaba mascarilla ni estetoscopio sino una chaqueta negra con escudo dorado en el bolsillo sobre su camisa de Spiderman. Varios niños le preguntaron si era Michael Jackson, a lo que él contestó: ”No, solo me disfrazo de él por Halloween”. Los niños parecieron satisfechos con la respuesta y uno dijo: “Guau! Es un gran disfraz!”

Algunos niños le preguntaron por la limo y lo guay que era. Michael dijo: “¿Quieres ver lo que hace?” y sin esperar respuesta dijo: “¡Mira esto, cierra las puertas!” Pulsó algunos botones y el estéreo empezó a sonar a toda potencia y pulsó alguno más y todo se llenó de niebla. Después puso la música aún más alta y encendió una luz que se sincronizaba con ella. Aquello parecía una discoteca. Michael les preguntó varias veces si les gustaba y creo que esa era la razón para esta limusina en particular. Tenía otras cuatro que podría haber llevado pero ninguna de ellas hacía lo que esta.

Michael y yo salimos después y fuimos a casa para ponerse el disfraz. Estaba tan entusiasmado como Prince y Paris por poder salir a jugar a truco o trato. Mi esposa tuvo que pararle varias veces para que no se fuera antes de ponerse bien su camisa, el cuello y los cubrezapatos para no arrastrarlos. Le ayudó con la máscara y el gorro tratando de hacerlo menos reconocible. Después le preguntó: “Entonces, ¿Quién eres?”

“Soy Spiderman… con algún añadido”. Respondió mientras tocaba el estetoscopio.

Salimos a hacer truco o trato por Ballard. La gente que reconoció a Michael le dejó en paz. Al día siguiente me dijeron que me habían visto con él paseando.

Como a Michael no le gustaba que se tomaran fotografías en el rancho y no estaban permitidas las cámaras allí, la única fotografía que tengo con él es una que me dio. Siempre respeté las reglas y no le hice ninguna, incluso en mi casa.
Sin embargo hay un video mío y de Michael haciendo truco o trato sin que la persona interesada lo sepa siquiera. Un vecino mío estaba filmando a todo el mundo con la cámara cuando llegaban a su puerta. Los niños estaban delante pidiendo caramelos y Michael y yo estábamos hablando. De repente dijo a los niños: “Cámara!” Rápidamente sacó a los niños fuera del objetivo casi cayendo en el intento. Creo que todo fue grabado pero nunca les pedí a los vecinos que me lo enseñaran para ver si lo habían grabado.


DANNY BONADUCE Y DONNY OSMOND

A lo largo de los años que pasamos juntos hablamos de casi toda nuestra vida. Muchas historias las he olvidado pero afortunadamente muchas otras están todavía claras en mi memoria. Estábamos hablando una noche sobre la escuela superior. Le dije que había ido a una escuela de chicos en Los Olivos llamada Dunn School. Él la conocía y no quedaba lejos de su casa. Le dije que era parecida a la que hay frente a la entrada de su rancho llamada Midland School, excepto que ésta era mixta.

Le pregunté a Michael a qué escuela superior había ido y me dijo que era un sitio especial en Los Ángeles para hijos de famosos y estrellas de cine. Aparentemente, esta escuela, como todas, tenía sus pandillas. Una de ellas era un grupo de “chicos duros” de los que Michael tenía miedo. Siempre tenía miedo de pasar delante de ellos cuando estaban dando vueltas por ahí. Sin embargo, el líder no oficial entre ellos era Danny Bonaduce, de la famosa Familia Partridge. Michael siempre se sentía aliviado cuando pasaba por delante de ellos y Danny le decía: “Hey Michael”.

Decía que le hacía feliz que Danny estuviera allí porque sentía como “que nadie se atrevía conmigo porque antes tenían que preguntarle a él. Le estoy agradecido por cuidar de mí incluso aunque él no supiera que lo estaba haciendo”.

En otra ocasión me contó Michael que estaban hablando él y Donny Osmond sobre la desvanecida carrera de éste. Dijo que Donny le preguntó: “Michael, ¿Qué debería hacer? ¿Cómo puedo volver a donde estaba?”

Le pregunté a Michael: “¿Qué le contestaste?”

Dijo: “Le dije: ‘Hazte arrestar’”.

Cuando Donny preguntó por qué, la respuesta de Michael fue: “Porque necesitas un empujón. Ya sabes, como adoptar la imagen de un chico malo sobre la de un buen chico. Créeme, eso es lo que haría, Donny”.
Le pregunté a Michael: “Siguió tu consejo?” Michael dijo: “No, Dijo que no era una buena idea. Pero estoy seguro de que habría funcionado el truco”.


LA CASA DE LOS RECUERDOS

Michael me pidió un viernes por la noche que fuera a ver una película con él a las 10. Le pregunté a mi esposa si no le importaba y me dijo: “Ve y diviértete”. Aunque las películas en casa de Michael eran las mismas que ponían en los cines, era mucho más divertido salir a ver una con él. Llegué a casa de Michael y estaba en la puerta principal. Fuimos a través del comedor y la cocina hacia la puerta de atrás mientras charlábamos sobre los eventos del día.

Subimos al Navigator y vi a Michael conducir por primera vez desde que lo conocí. Por consejo de sus abogados, a Michael no le permitían conducir fuera de la propiedad por, estoy seguro, un montón de razones. Seguramente la menos importante de todas ellas no sería que Michael no era un buen conductor.

Puso sus manos en posición diez y diez sobre el volante correctamente y condujo muy despacio. Acercó el asiento tanto que su barbilla estaba rozando la parte superior del volante mientras miraba sobre el mismo. Frenaba y aceleraba constantemente y se torcía y corregía incluso yendo en línea recta. Estaba más interesado en hablar que en conducir y me miraba mientras me hablaba.

Esa noche en particular recuerdo que vimos una de las películas de la saga del Señor de los Anillos que acababa de estrenarse. Recuerdo que me serví helado con sirope de chocolate y almendras picadas. Cogí algunas palomitas y coca cola y fui a reunirme con Michael que se había adelantado. Michael nunca hablaba mucho durante las películas salvo para hacer algún comentario sobre cómo se hizo un plano en particular o para opinar sobre las técnicas utilizadas en la película.

Cuando terminó la película me dijo Michael: “Barney, vamos a ver la casa de los recuerdos. Te dije una vez que te llevaría. No he estado allí desde hace más de un año y ahora es probablemente un buen momento”.

Así que nos dirigimos hacia la casa frenando y acelerando, pasamos la estación de tren y subimos una colina al oeste de la propiedad donde nos detuvimos en una casa pequeña rodeada de robles.
El salón estaba lleno de pilas de grandes libros encuadernados en piel atados y del tamaño de un periódico. Trofeos y carteles adornaban las paredes. Michael cogió un gran libro y yo cogí otro y empezamos a verlos. Eran artículos sobre los Jackson 5, Michael, Janet y su familia. De vez en cuando Michael encontraba algo que le hacía reír o decía: “Barney, mira esto”. Y me leía un artículo.

De todas las cosas que leí y hablamos esa noche solo puedo recordar una claramente. Michael estaba mirando una fotografía de los Jackson 5 de una actuación en el Este cuando comentó: “Sabes, en ese tiempo cuando actuábamos, la gente nos arrojaba dinero al escenario y nuestro padre nos dejaba coger todo el que pillábamos. Era estupendo porque no tenía dinero si no era de esa manera. Cuando el dinero estaba en el escenario bailábamos alrededor, lo agarrábamos y lo metíamos en nuestros bolsillos. Me encantaba porque miraba el dinero en términos de cuantos caramelos me podría comprar”. Le aseguré que yo hacía exactamente lo mismo con mi dinero cuando era niño. “Algunas noches conseguíamos mas de treinta o cuarenta dólares así”.

Le dije: “Recuerdo que conseguía un cuarto de dólar por cortar el césped y pensaba que era rico. No me puedo imaginar lo que eran treinta o cuarenta dólares. Recuerdo que gastaba el cuarto de dólar en treinta y cinco piezas de chicle Double Bubble o la misma cantidad de tiras de regaliz.

Después de ir a ver las demás habitaciones y armarios de la casa nos aburrimos y nos dimos cuenta de que teníamos hambre. Eran las 3 de la madrugada. Miré a Michael y dije sonriendo: “¿Sushi?” Él dijo: “Vamos”. Por supuesto los dos estábamos pensando en la bandeja del refrigerador que Michael hacía preparar diariamente para estas ocasiones.


SUSHI CON MICHAEL

Michael casi nunca se cansaba y siempre estaba preparado para comer por las noches cuando no podía dormir. Así que frenando y acelerando, bajamos a la casa principal y entramos por la puerta trasera de la cocina. Saqué la bandeja del frigorífico y la puse en la barra de bar que había frente a la cocina.

Cuando digo frigorífico la gente probablemente imagina uno de esos que hay en sus casas, pero como todo en la casa de Michael, este era diferente. Este tenía cinco puertas de cristal y ocupaba una pared entera en la cocina. Había toda clase de bebidas frías que se pueda imaginar y aproximadamente un estante para cada tipo de ellas, zumos, refrescos, agua, soda… De hecho, la bandeja de sushi no tenía sitio. Siempre la ponían sobre las bebidas de soda.

Michael quería zumo de manzana y yo tomé Perrier. Como ya mencioné, nunca vi a Michael beber alcohol y nunca le escuché hablar mal. Mientras comíamos, Michael cogió un sushi de gambas y preguntó: “Barney, ¿es cierto que las gambas tienen una pequeña línea de…?” se detuvo buscando la palabra y dijo: “¿…doo doo a lo largo de su espalda?” Pasando su dedo a lo largo de la gamba. Me reí bien alto y él también. Puedo decir que no estaba muy seguro. Le dije: “Sí, es cierto Michael. Pero tus cocineros se han asegurado de quitarla antes de poner la gamba en el arroz. No tienes que preocuparte. Te la puedes comer con seguridad”.

De allí nos fuimos a su habitación donde decidimos abrir y ver algunas de las grandes cajas que habían llegado el día anterior. Estaban alineadas en el pasillo que llevaba a su cuarto y había por lo menos diez de diferentes tamaños. Estaban llenas de libros (una de las cosas favoritas de Michael) que había pedido por catálogo. Mientras Michael abría una y yo otra, me dijo que siempre había soñado con tener una gran biblioteca llena de sus libros favoritos y tenía muchos.

Mientras miraba en una caja saqué un enorme libro de tapas duras sobre arte y arquitectura Barroca y Rococó. Siendo este uno de nuestros mutuos intereses, este era uno de los que principalmente habíamos estado buscando de entre la pila de libros. Nos sentamos a verlo en su habitación página por página. Muchas de las fotografías eran lugares en los que él ya había estado.

Me dijo: “Creo que hay aquí una fotografía de una fabulosa puerta de entrada de hierro forjado”. Poco después volvió una página y dijo: “Esta es”. Señaló lo que sin duda alguna era el más hermoso trabajo de hierro forjado que habían visto mis ojos. Partes de ella habían sido hechas con láminas de oro como las puertas de Neverland. Michael dijo: “Voy a hacer una copia de estas para las puertas que dan al lago. Quitaré esas y pondré una copia de estas”. Él sabía todo acerca de quien las hizo y donde se encontraban. Incluso trató de comprarlas. “Intenté comprarlas una vez hace muchos años pero no estaban a la venta a ningún precio. Lo sé porque ofrecí bastante”.

Para aquellos interesados en verlas pueden buscar en Google: Puertas de hierro de la Plaza Stanislas. Están en una ciudad llamada Nancy en Francia y fueron la inspiración para la portada del libro.

Una tarde estábamos mi esposa y yo con Michael en la biblioteca mirando ese libro. Michael la miró y dijo: “Criss, voy a pedirte algo y tienes que decir que sí”. Hacía esto muchas veces y siempre quería decir que quería darte algo o enseñarte algo que sabía que te gustaría.

Ella preguntó: “¿De qué se trata?”

Él dijo: “No, no dijiste la palabra mágica”.

Se corrigió a si misma diciendo: “¿De qué se trata, por favor?”

Él dijo riendo: “No, sí es la palabra mágica”.

“Ok, sí entonces”. Dijo ella riendo.

“Quiero darte este libro. Sé que te gusta este tipo de arquitectura porque me lo has comentado alguna vez”. Dijo. Le pidió que se lo dejara y abriéndolo por la primera página escribió: “Para Criss, Todo mi amor a la primera familia de amor. Con Amor, Michael Jackson”.

Michael sabía que me mantenía con él toda la noche en muchas ocasiones. Durante el curso de nuestro vagabundeo nocturno se le fijó la idea de que mi esposa no estaba entusiasmada con el hecho de que estuviera fuera toda la noche, aunque fuera con Michael Jackson. Por lo tanto creo que el libro fue una forma de disculpa en son de paz por separarnos algunas veces.


LA OPINIÓN DE CRISS

Un día no hace mucho tiempo, Criss y yo estábamos almorzando y hablábamos de este libro. Le pregunté: “¿Si tuvieras que definir a Michael con una palabra, cual sería?” Pensó durante un minuto y dijo: “Es difícil pero yo diría que ‘Exuberante’ es la palabra y creo que la portada trata de reflejar eso”.

Estuve de acuerdo. Estuvo callada durante un minuto y después me miró y dijo: “La cuestión es que con Michael no se trataba de que fuera una persona famosa. Si él nunca se hubiera convertido en famoso te habría impactado de la misma manera, no importa lo que hiciera. Era adorable solo el hecho de estar a su lado. Amo cada minuto que pasamos juntos. Era encantador y divertido y soy afortunada de haber podido contar con él como amigo”.


LA TIENDA DE ANTIGÜEDADES DE SOLVANG

Siempre me he sentido afortunado de que Solvang – una ciudad orientada al turismo de aspecto danés muy cerca de Ballard- tenga una de las mayores tiendas de antigüedades de California: The Solvang Antique Center. A lo largo de los años he comprado y vendido muchas cosas allí. A Michael y a mí nos encantaba ir. Él no podía ir de día así que convencí a los dueños, Julie y Ron Palladino, para abrir la tienda a última hora de la noche para que pudiera recorrerla minuciosamente. Me llamaba y me decía que nos encontráramos allí para poder explorar el lugar por completo. No solo la tienda principal sino todas las demás habitaciones. Lo quería ver todo.

En esas ocasiones Michael solía llevar una pequeña bolsa de papel marrón con unos treinta mil dólares en efectivo, los cuales solía gastarse antes de que se acabara la noche. Cuando compraba alguna cosa no sacaba el dinero de la bolsa sino que lo contaba en el interior y sacaba la cantidad necesaria para pagar. Me preguntaba a menudo mi opinión sobre este o aquel objeto. Teníamos el mismo gusto en cuestión de antigüedades aunque prefiero el palo de rosa a otro tipo de madera y al Barroco y el pan de oro en el que Michael ponía sus ojos.
Le daba mi opinión, lo que no creo que hiciera cambiar nada y después llamaba a Ron y decía: “Quiero esa pieza pero quiero que me pongas el mejor y más bajo precio que puedas”. Ron miraba la etiqueta y se pensaba el mejor precio y se lo decía a Michael. Si no se acercaba al que pensaba, seguía regateando con él. Bastante a menudo dejaba la pieza sin comprar. Cualquier cosa que compraba se la llevaban al día siguiente al rancho. Estuve hablando recientemente con Ron sobre esas noches y dijo que Michael tenía muy buen gusto para las antigüedades y tenía algunos relojes de pared que demostraban que sabía lo que compraba.

Una de esas noches, mientras paseábamos por la segunda planta, me dijo Michael: “Barney, voy a pedirte algo y tienes que prometerme que dirás que sí”.

“Ok, sí”, dije.

“Voy a comprar ese cuadro que hay en la pared”. Señaló un poster de la Primera Guerra Mundial de una enfermera sosteniendo en sus brazos a un soldado muerto que me recordaba a La Piedad de Miguel Ángel. “Quiero que lo cuelgues en la sala de espera de tu consulta. Creo que a la gente le gustará”, dijo. Lo compró y lo hizo enrollar. Me lo entregó y le di las gracias. Mis colegas y yo lo enmarcamos y lo colgamos durante unos años en la pared de la sala de espera de la Clínica Médica de la ciudad de Solvang.


¿TENÍA MICHAEL BUEN PALADAR?

Una tarde, Michael mandó llamar a Manuel Rivera. Creo que era su empleado favorito. Le había enviado a una escuela especial para que aprendiera a manejar una máquina de vapor del tren que hacía el recorrido hasta el zoo. Le hizo venir con un coche para llevarnos a Santa Bárbara a comer algo. Michael vio un restaurante japonés en la parte alta de State Street mientras circulábamos y me preguntó si era bueno. Le aseguré que lo era y dijo: “Bien, ¡vamos allí!” Manuel nos llevó hasta allí y encontró una plaza de aparcamiento detrás. Íbamos en el Lincoln Navigator pero los cristales estaban tintados y no había peligro de que Michael fuera reconocido.
Este tipo de salidas a cenar se hacían dentro del coche, por supuesto, no en el restaurante. Esa noche le pregunté: “¿Estas seguro de que no quieres entrar a cenar en una mesa ya que es tarde y no hay casi nadie? Puedo pedirlo y cuando ya esté todo listo en la mesa, Manuel puede venir a buscarte”.

Michael dijo: “Barney, me gustaría pero no sabes lo que me estás pidiendo. Podríamos salir heridos incluso. La gente, aún con toda la mejor intención que puedan tener, nos rodeará y nos empujará hasta el punto de que te llega a aterrar. Además he aprendido por experiencias anteriores que alguien puede anotar todo lo que he pedido y hacer un análisis psiquiátrico con ridículas conclusiones sobre mi salud mental por la comida que haya en la mesa. Sé que puede pasar porque fui a una perfumería una vez y compré pasta de dientes, un cepillo, champú, cuchillas y desodorante. Unos días después una revista de cotilleos lo había usado para evaluar mi personalidad”. Riéndose, Michael concluyó: “Así que me conformaré con quedarme aquí en el coche”.

Les pregunté a Michael y a Manuel qué querían y ambos dijeron que no tenían ninguna preferencia especial, tan solo un poco de todo, una selección del menú en realidad. Lo pedí todo para llevar y me llevé una caja llena de sushi y tres sopas miso que colocamos entre el asiento de Michael y el mío para que Manuel pudiera alcanzar también. En ocasiones como esta, siempre me aseguraba de que llevaba suficiente dinero para pagar la cena. Sé que era algo en lo que Michael no pensaba realmente. No porque fura tacaño o quisiera que pagara yo; es simplemente que nunca pensaba en ese aspecto porque siempre se ocupaba de esas cosas otra persona. Además a mí me hacía feliz hacerlo. Nunca podría haberle devuelto la generosidad que había demostrado a mi familia.

Así que los tres empezamos a comer en el coche y esa noche fue cuando tuve la primera impresión de que Michael pudiera no tener muy buen sentido del gusto. Y la tuve porque la primera cosa que cogió fue una gran porción de huevas de salmón rodeadas de algas. Era de unas dos pulgadas de grande y con algo así como mayonesa encima. Era definitivamente algo más que un bocado. Probé una de las huevas y aunque me gusta el caviar esto tenía un desagradable y fuerte sabor a pescado que pensé que solo los más acérrimos comedores de sushi podrían encontrarlo comestible. Michael simplemente lo devoró y me reí. Él levantó la vista y me preguntó: “¿Qué pasa?”

Le pregunté: “¿Está bueno?”

Dijo: “Sí!” Y siguió comiéndose el sushi de erizo de mar sin quejarse. A mí me gustan los erizos de mar cuando los he comido frescos en la playa. De hecho, creo que están bastante buenos de esta manera. Sin embargo, del modo en que terminó en el sushi había pasado por una serie de cambios degenerativos que, en mi opinión, no parecía nada fresco en modo alguno. De hecho, encontré el sabor cuestionable. No lo sé, pero eso, más lo que comía en casa -que nunca sazonaba las comidas- me hizo pensar si no habría perdido un poco el paladar.

Nunca le pregunté por eso, por supuesto. Le pregunté por qué no tenía un cocinero francés o chino para mezclar un poco. Él dijo: “Oh, no. No lo necesito. Tengo tres cocineros que pueden preparar de todo”. Sin embargo, nunca vi un menú para cenar en la casa que no tuviera otra cosa que varitas de pescado, perritos calientes, palitos de pollo, hamburguesas y chimichangas. ¡Me encantaban esas chimichangas recién hechas! Recuerdo que las pedíamos desde la habitación de Michael cuando estábamos viendo una película.


LA SEÑORA DANVERS

En los primeros años de nuestra amistad, Michael tenía un ama de llaves que llevaba la casa. Siempre parecía estar en todas partes en segundo plano completamente quieta y observando todo lo que pasaba. Después de verla muchas veces en mis visitas, le pregunté a Michael un día si sonreía alguna vez. Él contestó: “Sabes, nunca me he dado cuenta, pero supongo que sí”.

“Probablemente lo hace cuando yo no estoy aquí”, dijo. Era pequeña, bastante delgada y siempre llevaba pantalones y chaqueta a juego. Michael parecía inconsciente a lo que yo interpretaba como un continuo estado de irritación. Me recordaba mucho al personaje de la película de Alfred Hitchcock, estrenada en 1940 –Rebeca- protagonizada por Sir Laurence Olivier y Joan Fontaine. La mujer que hacía el papel de ama de llaves -la señora Danvers- lo interpretaba Dame Judith Anderson, era muy parecida por el modo de vestir. Creo que ella era lo suficientemente cortés como para que Michael no lo notara, como la señora Danvers en la película, pero todo el mundo en la casa parecía mantenerse alejado de ella.

Un día en casa de Michael me di cuenta de que esta mujer ya no estaba desde hacía un tiempo. Le pregunté a Michael: “Esa señora que solía estar a nuestro lado cuando cenábamos, la del traje pantalón que llevaba la casa…” Me dijo el nombre porque yo no lo recordaba, “¿Todavía trabaja aquí?”.

Michael movió la cabeza y dijo: “No, tuve que despedirla. Resultó ser parte de un grupo de gente que habían estado robando antigüedades y cosas del rancho para venderlas”.

“¿Cómo te diste cuenta?”

“Me di cuenta porque alguien vio una de mis mesas en el Santa Inez Inn y me lo dijo. Así que fui allí y me aseguré de que era mi mesa. Lo confrontamos con la gente involucrada y tuve que despedirles. Ella era una de ellos”, dijo.

“¿Lo denunciaste?”, le pregunté.

“No. Nunca lo hago”, dijo. Implicando que algo parecido ya había pasado antes. Entonces le pregunté a Michael si había hecho devolver la mesa. “No. Todavía está allí”, dijo.

“¿No la querías?”, le pregunté.

“No, parecía encajar bien allí y hablando con la policía y con todos los trámites que había que hacer, no merecía la pena el precio que valía la mesa. Nunca presento denuncia en estos casos principalmente por las mismas razones”.


MARCEL AVRAM

Una tarde fui a casa de Michael y fui conducido hasta su habitación mientras estaba al teléfono. Poco después de mi llegada colgó y parecía estar molesto. Creo que había estado hablando con uno de sus abogados (una vez me dijo que había tenido 15 contratados a la vez). Le pregunté si estaba todo bien y dijo: “En realidad no, me han demandado. Un manager de la última gira llamado Marcel Avram. Fue arrestado en Alemania por problemas de impuestos cuando estaba de gira y tuve que contratar otro manager. Ahora Marcel me demanda por 10 millones de dólares. Sabes, no está bien. Incluso fui al Canciller de Alemania en aquel tiempo y me aseguré que le sacaran pronto de prisión. Ahora el tipo me demanda por 10 millones de dólares que es lo que dice que hubiera ganado si no lo hubiera sustituido”. Su voz se quebró ligeramente como si fuera a llorar y movió su cabeza ligeramente de un lado a otro.

Un año después aproximadamente le pregunté qué había pasado y me dijo que acabó pagándole. No le pregunté cuanto, solo le dije que lo sentía. Recientemente me encontré con una pareja de Alemania que eran fans de Michael Jackson y les hablé un poco sobre mi amistad con él. Les pregunté por esta persona. En ese momento no recordaba su nombre pero ellos me dijeron: “Sí, era Marcel Avram”. Le había pagado 10 millones de dólares. Añadieron que Michael y Marcel se habían reconciliado y vuelto a ser amigos antes del fallecimiento de Michael.


LAS CANCIONES DE LOS BEATLES

Michael y yo estábamos un día hablando de música y me dijo que había comprado el mayor catálogo de canciones que existía y con el que había ganado casi un billón de dólares.

“Presumo que es el catálogo de las canciones de los Beatles que le ganaste a Paul McCartney”.

Él dijo: “Sí, es ese. Paul se enfadó un poco conmigo por eso. Pero fue él quien me habló del mejor modo de ganar dinero en el negocio de la música siendo dueño del valor de producción de las canciones. Y el catálogo era una enorme colección no solo de canciones de los Beatles sino de unos pocos miles más también”.

En ese momento sonó el teléfono y mientras Michael atendía la llamada salí afuera a pasear y a disfrutar del paisaje. Unos diez minutos después Michael salió a reunirse conmigo.

“¿Buena o mala llamada?”, le pregunté.

“Bueno, no te había dicho nunca que mantuve aparte siete canciones de los Beatles para no utilizarlas nunca hasta que aumentase su valor. Las compañías quieren usar canciones famosas para películas o anuncios y les pagan a la mía por utilizarlas si están en mi catálogo. Esa llamada era de un representante de una compañía canadiense ofreciéndome ocho millones de dólares por usar una de las siete canciones de los Beatles para un anuncio de un coche”.

“¿Aceptaste?”, le pregunté.

“Nop”, contestó. “todavía las mantengo guardadas”.

“Es mucho dinero por una canción, Michael”.

Se rió un poco y dijo: “Cuanto más tiempo las mantenga inaccesibles más valor alcanzarán. Estoy esperando el precio adecuado y no sé cual es este todavía”.


PRINCE Y PARIS

Una tarde Michael y yo estábamos sentados en su habitación charlando mientras Prince y Paris jugaban alrededor su silla. Tenían unos pequeños coches de metal y llevábamos escuchando un rato el sonido de sus risas. Michael paró de hablar y se volvió hacia los niños diciendo: “¡Prince, Paris! Barney y yo estamos hablando y apenas podemos oírnos el uno al otro con vuestro ruido. Tratad de bajar un poco el tono”.

“Ok, papi”, dijeron los dos al unísono. “Lo sentimos”.

“Os perdono”, dijo Michael y seguimos con nuestra conversación. No pasó mucho tiempo sin que el ruido de su juego hiciera volverse a Michael hacia ellos de nuevo y les dijera que no fuera tan alto. Se volvieron a disculpar y jugaron un poco más silenciosos durante un rato. Cuando el ruido aumentó de nuevo Michael me miró con una sonrisa y movió la cabeza. Se volvió a Prince y Paris y les dijo: “Sabéis chicos, yo ya habría sido azotado por esto”.

Le pregunté si de verdad habría sido el caso y dijo: “Absolutamente. Mi padre solía pegarnos bastante. Cuando era niño recuerdo que cuando entraba por la puerta al llegar del trabajo todos salíamos corriendo a escondernos. Le teníamos miedo. Me prometí a mí mismo hace años que nunca golpearía a mis hijos o les haría temerme del modo en que yo temía a mi padre”.

Estoy seguro de que se están preguntando si conocía a algún familiar de Michael. De vez en cuando me decía que Janet o su madre, Katherine, habían estado visitándole pero nunca coincidí con ellas. En varias ocasiones durante el curso de una conversación, había mencionado que amaba a su madre. Una vez me dijo que había renombrado una montaña, que estaba en la parte de atrás del rancho, Monte Katherine por su madre. Me dijo que lo había cambiado de modo oficial para que apareciera así en los mapas. Es la montaña a la que los del valle llamamos Monte Pelado. Siempre estaba cubierta de amapolas color naranja en primavera y de nieve en invierno.

Le dije a Michael que había conocido a La Toya unos años antes cuando estaba él en la ciudad para filmar el video con Paul McCartney. Recuerdo que Paul se había alojado en el Palacio del Río (una encantadora mansión sobre una colina al otro lado del río). “Pero vosotros estabais en el Chimney Sweep Inn que era propiedad de mis padres en ese tiempo. Tu te alojabas en una de las casitas de atrás”, le dije. “Oh, recuerdo eso”, dijo Michael. “Había un viejo caballo de carrusel colgando de la pared de la planta baja”. “Sí. Era uno de los que traje de México. Y el cabecero de la cama de la planta alta era una ventanilla de caja en bronce y roble de un viejo banco que compré al sur de Illinois.

Pues bien, yo estaba en la oficina cuando entró La Toya preguntando por alguna tienda de ropa. Yo iba camino a la panadería y le dije que la acompañaría hasta la tienda. Unas pocas manzanas más abajo señalé la tienda cruzando la calle y le dije que se divirtiera y yo me fui a la panadería. Recuerdo que me sorprendí cuando me di cuenta de quien era mientras hablamos.

No sabía que tuvieras hermanas. Era una chica muy bonita, Michael!” Se rió de eso y dijo sonriendo: “Lo sé, y es simpática también”. Seguí contándole a Michael que mi madre había charlado un buen rato con la suya que estaba allí también. Me dijo que la encontró una mujer muy entrañable. Era bastante accesible y modesta. Michael solo sonrió con aprobación.


JABALÍES

Una tarde estábamos paseando Michael y yo por el lago donde había construido recientemente una pequeña torre mirador. Me estaba contando sus planes para el lago. Iba a poner una gran cascada en la zona oeste y ampliarlo mucho más para poder hacer Jet ski. Aunque el lago tenía unos cinco acres de tamaño, parecía demasiado pequeño para hacer jet ski y en algunos lugares era demasiado poco profundo.

Mientras paseábamos me decía Michael: “¿Ves las flores diseminadas alrededor del lago? Les he dicho a los jardineros que las pongan al azar como si hubieran crecido allí y salieran de forma natural”. Así era el caso pero recuerdo que pensé que debía ser probablemente la pesadilla de los jardineros porque tenían que cortar el césped entre las flores con tijeras mientras el resto solo había que podarlo. Michael gastaba una fortuna mensual en flores y recuerdo un cálculo estimado del jefe de los jardineros de algo como 30.000$ al mes. Era difícil imaginar que alguien pudiera gastar tanto en flores pero cuando miraba alrededor me daba cuenta de que estaban por todas partes.

Había un gran lecho de flores cerca del cine y recuerdo un día en que uno de los más grandes lechos estaba arrancado por completo y los jardineros estaban replantando. Le pregunté a Michael qué había pasado y dijo: “Hay una familia de jabalíes que bajan del cañón y se vuelven locos en estos lechos. Ya no sé cuantas veces he tenido que replantarlos y no parece que haya unas flores que no les guste comer”.
Le dije: “Sabes Michael, cualquiera de estos tipos que hay por aquí probablemente estaría feliz de llevarse uno de esos cerdos a casa para la cena. O podrías atraparlos y hacer que se fueran al rancho vecino, al otro lado del pueblo donde no puedan molestarte”.

“No, yo no haría eso. Me instalé en su hogar, sabes”, me dijo.


BILLIE JEAN

Mientras Michael pulsaba el código para entrar por la puerta trasera de la cocina una tarde, le pregunté por el sistema de seguridad figurándome si alguien lo había descubierto alguna vez. “De hecho sí, alguien entró a la casa una vez. Realmente no sé cómo lo hizo. ¿No te he contado nunca la historia?”, me dijo.

“No, no creo”, contesté.

“Bueno, hubo una chica que atravesó el rancho hasta la casa y subió hasta la tercera planta”.

“¿Cómo se dieron cuenta de que estaba allí?”, le pregunté.

“Alguien vio movimientos en el monitor que vigila a los niños en la sala de escuela de arriba”, dijo. Después me preguntó si conocía la historia de Billie Jean. Le dije que no aunque conocía la canción bastante bien.

“Bien, era ella. Era una fan extremadamente entusiasta a la que llamé Billie Jean aunque no era su verdadero nombre. Esta chica estaba siempre alrededor de la entrada de mi casa cuando vivía en Encino y continuó siguiéndome hasta Neverland cuando me mudé aquí. Hizo varios intentos de entrar en la casa pero la pararon. Antes de entrar a la casa principal había intentado entrar por la valla de la finca antes de que la cogieran”. Michael continuó. “Cuando la cogieron en la casa dijo que había estado allí varias horas. Solo la acompañamos hasta la salida de la propiedad y la dejamos ir. Ya la conocía bien en ese momento pero nunca pensé en ella como una amenaza y nunca la denuncié a la policía”.

Le pregunté a Michael si alguna vez le había dicho lo que quería. “En realidad no. Ceo que además de querer verme, quería ver si realmente podía conseguirlo. Unos pocos meses después, mientras yo salía del rancho, ella estaba parada fuera de la puerta principal, como siempre, pero esta vez tenía un llavero con llaves sujeto de dos dedos y balanceándolo para que lo viera. Yo estaba en la limusina e hice parar al conductor y bajé la ventanilla. Le pregunté: “¿Qué es eso?” Ella no dijo nada. Caminó hacia mí, me dio un manojo de llaves y se marchó. Resultaron ser las llaves que abrían todas las puertas de la casa”.

Le pregunté si tenía idea de cómo las había conseguido y dijo: “Nunca lo averiguamos. Y esa fue la última vez que la vi”.


MICHAEL VE UN FANTASMA

Mason, Michael y yo estábamos hablando de fantasmas mientras íbamos en el Navigator hacia el teatro desde la casa principal. Mason tenía unos doce años entonces. Michael le preguntó a Mason si había visto alguna vez un fantasma. Mason contestó: “Sí, solía ver cosas en mi habitación cuando era pequeño. No se si era realmente un fantasma pero a mi me lo parecía en ese momento. Solía ver un cerdo de ojos rojos que entraba en mi habitación. A veces veía a la muerte con la guadaña con un traje de fraile y veía a un hombrecillo del tamaño de un enano también con el mismo traje flotando en una esquina de mi habitación. Me metía bajo las sábanas cada vez que los veía y me quedaba asustado hasta que me dormía”. Mason le preguntó entonces a Michael si había visto uno alguna vez.

“Sí. Estaba acostado en mi cama una noche y vi a un viejo sentado en una esquina fumando una pipa. Estaba muy asustado y le pedí a Jesús que le hiciera marcharse”, dijo Michael. “¿Lo hizo?”, preguntó Mason. “No. Se convirtió en una cabeza de águila flotando sobre los pies de mi cama y mirándome. Después la cabeza se volvió y desapareció. Eso me asustó tanto que al final hice derribar la casa y construir otra nueva. Nunca vi otro fantasma después de eso”.


BLANKET

Creo que es buen momento para mencionar que las invitaciones a cenar en el rancho casi llegaron al punto de ser completamente abiertas, pero nunca nos aprovechamos de eso. Solamente íbamos cuando Michael nos llamaba para ir o hacía que alguien nos llamara. Mis hijos habían llegado al punto de que algunas veces había declinado alguna invitación por otro evento mas interesante esa tarde. Michael decía: “Si cambian de opinión le diré a Kato que vaya a recogerles en una de las limos”.

Esa tarde en particular, mientras entrábamos por la puerta principal, Criss echó un vistazo a un cochecito de bebé que había en el salón y recuerda que estaba muy bien vestido en azul y crema. Me dijo más tarde que sabía que había un bebé en la casa.

Cuando terminaba la cena nos dijo Michael: “Tengo una sorpresa para vosotros, chicos. Vamos al primer piso”. Después de darle las gracias a la cocinera por la cena, nos llevó a la primera planta a la habitación del bebé, que no había habido ninguna antes, pero se adaptó para la ocasión. Vimos a Michael ir hacia una cuna y sacar a un bebé. Se lo puso en los brazos a mi esposa y dijo: “Este es Blanket. Es mi nuevo hijo. Ha llegado hoy”.

Mientras mi esposa acunaba a Blanket de un lado a otro me echó una mirada satisfecha que me pareció una encantadora mezcla de ‘te lo dije’ con ‘qué agradable fue tener de nuevo un bebé en brazos’. Mientras ella y las dos chicas que cuidaban de Blanket hablaban, Michael me llevó a un lado y me contó el camino que había seguido el bebé hasta allí. Le pregunté a Michael: “¿Por qué le llamaste Blanket?” “Es solo de forma temporal. He estado considerando llamarle Michael Jackson”, contestó. “Quieres decir Michael Jackson II”, contesté. “No. Solo Michael Jackson. Estoy planeando tener unos cuantos más y voy a ponerles a todos el mismo nombre. Igual que George Forman hizo con todos sus chicos. Creo que les dará alguna ventaja en la vida. ¿Tu que opinas?” Le dije que ciertamente sería un factor de confusión a resolver pero no había ninguna duda acerca de la parte de la ventaja.


CUMPLEAÑOS

Aunque Michael había sido criado como Testigo de Jehová, me dijo una vez que nunca le gustó la parte sobre no celebrar Navidades ni cumpleaños, de modo que un día simplemente decidió olvidarse de esas dos reglas junto con algunas otras. Siempre quise preguntarle sobre esas otras reglas pero nunca me acordaba. Hizo apuntar a alguien todas las fechas de cumpleaños de mi familia para hacerle saber cuando estaba próximos y así poder planear una fiesta, su cosa favorita. Hacía instalar una carpa blanca cerca del cine para una merienda con pastel y toda clase de regalos.

Solía enviar a casa a Kato vestido con un uniforme blanco, incluidos los guantes, en un bonito y brillante viejo Bentley azul oscuro para recoger a los niños y a sus amigos. Después iban a Neverland para una fiesta de cumpleaños. Bianca tenía toda su fiesta preparada y los elefantes destrozaron todo en su paseo diario por los alrededores de la casa. Derribaron las carpas y se comieron el pastel. Ella lo recuerda muy divertida. Recuerdo que Mason tuvo dos cumpleaños en un año.
Michael llamó un mediodía y dijo que ya lo tenía todo preparado para Mason. “¿Para qué, Michael?”. “Para su cumpleaños, ¡por supuesto!”, contestó él. “Pero no es su cumpleaños, ya le hiciste una fiesta en abril”, le dije. Después de una pausa contestó como solía hacerlo: “Qué importa, vamos a hacer otra. ¡Creo en los no cumpleaños, sabes!”


MICHAEL Y LA MUERTE DE MI MADRE

El día que falleció mi madre yo me encontraba en Neverland con Michael. Ella se había estado sintiendo mal durante unos tres meses y yo se lo había dicho a Michael de vez en cuando. Él siempre me recordaba la importancia de estar rodeado por música clásica. Le dije que me había cuidado de eso aunque era algo en lo que ella había insistido siempre también.
Cuando recibí la llamada de mi hermana Pam de que nuestra madre parecía estar a punto de fallecer, le dije a Michael lo que pasaba y que me tenía que ir. Él me preguntó: “¿Estaría bien si voy contigo a verla, Barney?”, le dije que sí. Michael subió a mi coche y fuimos a casa de mi madre. Manuel nos siguió con Prince y Paris en el Navigator.

Unos diez minutos antes de llegar a la casa mi madre había expirado. La teníamos en una cama de hospital en el salón junto a la chimenea, donde falleció. Michael me siguió hasta allí, miró a Pam a quien había visto antes una vez y le dio el pésame. “Creo que sería bueno rezar junto a ella, ¿les parece bien?”, preguntó mirando a Pam. Ella dijo: “Estoy de acuerdo”. Michael tomó la mano derecha de mi madre y yo tomé la izquierda con Pam y Manuel entre nosotros. Prince y Paris se quedaron en otra habitación jugando. Recé una corta oración pidiéndole a Dios que acogiera a mi madre en sus brazos y todos dijimos amén.

Después de la oración Michael se volvió a mi hermana y le preguntó: “¿Fue una buena madre para ti, Pam?” Dio en el punto exacto y Pam no pudo contestar. Simplemente le miró con los ojos llenos de lágrimas como si le dijera silenciosamente “no”.

Saben, mi madre había sido dura con mi hermana. Era la mayor de cuatro hermanos y la había dejado a nuestro cuidado mientras ella pasaba la mayor parte del tiempo en cama con dolores de cabeza. Como resultado, no tenía buen recuerdo de su infancia o de su relación con nuestra madre. En cambio yo, al no haber estado en la misma posición de mi hermana no tenía más que buenos recuerdos.

Michael se acercó a mi hermana, la rodeó con sus brazos y amablemente le dijo: “lo siento”, abrazándola mientras lloraba.


SHIRLEY TEMPLE

Sé que no es mucho este capítulo, pero en lo poco que supone, para mí dice mucho de Michael. Le pregunté un día si había conocido a Shirley Temple. Dijo: “Sí, la he conocido”. Después le pregunté qué le pareció el encuentro.

Me dijo: “Me llevaron hasta su habitación y me dejaron solo. Ella entró por la puerta del otro lado y mientras caminábamos el uno hacia el otro, ella empezó a llorar. Y yo sabía la razón. La rodeé con mis brazos y dije: “¿Tu sabes, ¿verdad?” y ella asintió con la cabeza, llorando en mi hombro. Lo que compartíamos era un anhelo por la infancia que nunca tuvimos”.



LIZ

Recibí una llamada de Michael una tarde y, como siempre, lo primero que dijo fue: “Barney, soy Michael”. Ya le había dicho muchas veces que la segunda parte no era necesaria porque su voz era muy reconocible. Sin embargo, nunca cambió. Parecía pensar que debía identificarse a sí mismo. Después dijo: “Voy a pedirte algo y tienes que prometerme que dirás que sí”.

Esto siempre me hacía reír y siempre decía: “Está bien, sí”.

“Ven al rancho. Tengo una sorpresa para ti”, dijo.

Cuando llegué allí estaba saliendo de la casa. Le dije: “Eh, Michael, ¿de qué se trata?”

“¿Te parece que te presente a una muy buena amiga mía?”

“Claro”, le dije.

“Está bien, sígueme”, dijo. Caminamos hasta la casa del lago junto al aparcamiento. Michael llamó a la puerta. Un hombre joven, que recuerdo que Michael me presentó como Jean Claude, abrió. Michael le preguntó si el perro estaba fuera de la habitación y Jean Claude le aseguró que sí. Mientras entrábamos, dijo Michael: “Elizabeth, este es mi buen amigo Barney”.

Ella me miró y dijo: “Encantada de conocerte, Barney. Soy Elizabeth Taylor”. Caminé hacia ella, le di la mano y le dije que el placer era mío. “¿Conoces a mi ayudante, Jean Claude?”

“Sí, le conozco”, dije mirándole con una sonrisa. “Michael nos presentó de camino hacia aquí”. Elizabeth estaba sentada en la cama con almohadones detrás suya y una colcha sobre sus piernas. Michael y yo nos sentamos en el alfeizar de la ventana a su izquierda. Michael subió las piernas asegurándose de que estaban fuera del alcance del perro. Cuando entró más tarde vi que era solo un pequeño caniche blanco que no nos prestó atención a ninguno de nosotros, caminó hasta un cestito de Louis Vuitton y saltó adentro para echarse a dormir.

Nos quedamos sentados en la ventana preguntando solo de vez en cuando durante las siguientes dos horas mientras Elizabeth nos ponía al corriente sobre su vida. De sus siete maridos, aunque nos dejó claro que había amado algo en especial de cada uno, el único del que realmente estuvo enamorada fue Michael Todd, quien murió en un accidente de avión en 1958. Murió cuando llevaban alrededor de un año de matrimonio. Ella contó que estaba sentada a la mesa, no recuerdo dónde, cuando vio entrar a una amiga y dirigirse hacia ella. Dijo que sabía lo que iba a escuchar incluso antes de que hablara. No pudo explicar cómo lo supo pero mientras se levantó se dio cuenta de que su esposo estaba muerto.

Elizabeth era muy bien hablada, con un ligero acento más bien de clase alta en el modo de pronunciar ciertas palabras. Tenía una adorable sonrisa y un precioso color de ojos. Todavía era evidente su belleza. Michael y Elizabeth fueron buenos amigos durante años. De hecho, su ultima boda se había celebrado en Neverland.

No recuerdo de qué terminamos hablando esa tarde pero recuerdo que mientras Michael y yo caminábamos de vuelta a casa me preguntó qué pensaba de ella. Le dije que me pareció una mujer encantadora pero mi impresión en conjunto era que esta mujer había perfeccionado el arte de utilizar a los hombres. Lo perfeccionó hasta un punto en que ninguna mujer que haya sacado provecho de un hombre podría hacerlo, porque Elizabeth Taylor les hizo sentirse orgullosos. Como ellos decían: ella es un valor en su género. Tenía un museo en joyas de calidad, pinturas, mobiliario y no solo procedentes de sus maridos.

Michael dijo: “Lo sé. ¿No es genial?”

“Supongo que estaría de acuerdo contigo”, le contesté.

“¿Quieres ver lo que me regaló por Navidad?”, me preguntó Michael.

“Claro que sí, déjame verlo”, le dije.

Fuimos a su oficina. De un cajón de su mesa sacó una carta abierta, tijeras, grapadora y otras cosas de oficina. Cada una de ellas tenía al menos una parte de cristal dentro del cual había cientos de diminutos diamantes flotando en aceite transparente. Michael agitó los objetos para enseñarme como se movían los diamantes por el aceite y brillaban a la luz.

Le dije que me parecían muy bonitos y después le pregunté qué le había comprado a ella por Navidad.

“¿Recuerdas el reloj del millón de dólares que te enseñé?”, dijo.

“Nunca lo olvidaré”, le dije.

“Le conseguí la versión para mujer del mismo”, dijo.

“Dios mío, Michael, ¿un reloj de medio millón de dólares?”, le dije.

“Casi”, dijo con una tímida sonrisa.

Recuerdo que pensé mientras salíamos de la oficina, “Ella es algo único”. Me recordaba a un verso de una canción de James Taylor: “Ella recibe largas cartas, a cambio envía postales”.

Michael y yo entramos a casa a cenar y después nos reunimos con Elizabeth en el cine para ver una película. Los tres nos echamos en una de las camas de hospital, Elizabeth y yo a cada lado de Michael. En realidad vimos muy poco de la película por todo lo que estuvimos hablando y riendo. Cuando me fui, salí sin hacer demasiado ruido dejándolos a los dos en medio de una profunda conversación. Elizabeth se fue al día siguiente en helicóptero, del mismo modo en que había llegado.


INOCENTE

En algún momento del tiempo que pasé con Michael el tópico de Martin Bashir salió en la conversación. Le dije a Michael que había visto el documental y me había sentido entristecido por el cambio de actitud de ese hombre. Actuó como si estuviera preocupado y mostraron planos suyos sentado solo como si tuviera un propósito distinto. Estas actitudes parecían diseñadas para hacer sentir a la gente que en el fondo estaba muy preocupado por el modo en que Michael se comportaba con los niños. Como si estuviera debatiéndose entre si debía decir una cosa o no. Creo que cuando lo mostraban pensativo consigo mismo como luchando con su preocupación, en realidad creo que sus pensamientos iban más en la línea de: ‘Esto no tiene un demasiado buen final. Haré mucho mas dinero y será mucho más interesante si le añado sensacionalismo. Mostraré lo preocupado que estoy porque Michael podría haber abusado de niños con algunas preguntas cuidadosamente construidas y algunas tomas de mí mismo profundamente pensativo’.

Una clase de situación similar me estaban imponiendo disfrazada de obligación de sensacionalizar esta historia que yo había escrito, hablando de los temas médicos de Michael. En realidad me dijeron que si no hablaba de ellos estaba siendo hipócrita.

De todos modos, cuando hablé con Michael sobre este tipo me dijo: “Él me traicionó. Le dejé entrar en mi vida y convirtió cosas inocentes en ‘qué vergüenza de cosas’. Nunca discutí ninguna parte del juicio con Michael. Debería haber sido un juicio desestimado antes de gastar millones de dólares de impuestos del contribuyente.

Después de comenzar el juicio, Michael solo vino a mi casa una vez a pasar la tarde. Nada sobre el juicio se discutió jamás. Este había sido siempre un lugar seguro para él fuera de las preocupaciones y siempre lo mantuvimos de esa manera. La última vez que vi a Michael fue el día antes del veredicto. De nuevo, no hablamos del juicio. Le dije adiós después de una corta visita y nunca volví a verle desde entonces. Hay tanto que quería decirle. Aunque él sabía cuanto atesoraba nuestra amistad, así que quizás no había nada que decir.

Vi el veredicto al día siguiente: ¡Inocente de cada cargo! Salió del tribunal y dejó el país inmediatamente. Lo comprendí. Estoy seguro de que se sentía vulnerable en el rancho. Si la policía quiso entrar e invadir su privacidad con poca o ninguna razón, creo que él solo quiso escapar.

Michael me preguntó una vez si alguna vez había permanecido de pie en el pasillo del avión cuando está despegando. Le dije: “No. Nunca he tenido la oportunidad. Siempre me obligan a ponerme el cinturón”.
Él dijo: “Deberías hacerlo alguna vez. Es tan divertido. Simplemente te sujetas a los asientos y te inclinas hacia delante. Después te sueltas de los asientos y te inclinas en un ángulo increíble. Es muy divertido. Siempre lo hago cuando vuelo”.

Solo para que se sepa. Ni mi familia ni yo creímos nunca que Michael molestara o tuviera un comportamiento inapropiado con ningún niño. Nosotros sabíamos que los nuestros estaban seguros a su lado y les permitíamos pasar tiempo con él cuando querían. No observé nada jamás que lo pudiera haber sugerido y nada de lo que yo conocí de este hombre podría haber permitido jamás atribuirle ningún comportamiento de ese tipo.

Cuando mi hijo Mason, de diecisiete años, vio en las noticias de la televisión que Michael había fallecido, apagó y se fue a su habitación sin decir una palabra. Se encerró allí toda la tarde y nunca dijo a la familia qué había estado haciendo. Solo descubrí días mas tarde, mientras miraba videos en You Tube, que Mason había escrito una canción: una declaración personal para Michael, quien había formado parte de su vida de un modo inmenso durante casi cinco años. En la descripción de la canción escribió lo que Michael había significado para él.

Mason terminaba diciendo: “Te veré en el cielo, Applehead”.

*******​

SOBRE EL AUTOR

Nací y me crié en el Valle de Santa Inés en California, al norte de Santa Bárbara. Fui a la escuela al sur de Illinois, a la Facultad de Medicina de Guadalajara, México, e hice mis prácticas como médico de familia en La Grange, Illinois.
Después volví al Valle donde continúo practicando la medicina.
Mi esposa Criss y yo tenemos cuatro hijos: Mason, Bianca, Pauline y Robyn.
Me gustaría agradecerles a todos ellos por su contribución en este libro.
 
Última edición:
Tu REGALO de Reyes...
No hay palabras para explicar las emociones que afloran dentro cuando lees estos relatos. Neverland provoca mucha nostalgia, mucha. Una mezcla tremenda de sentimientos.

G.R.A.C.I.A.S.

Feliz Noche...............
 
No sé porqué, pero desde que vi el título, me caen las lágrimas, no pude apenas leer....Ay Dios.....

Bluecita, qué puedo decirte. Este relato es maravilloso. Los veo, los escucho, los siento...:eek:
 
Tu REGALO de Reyes...
No hay palabras para explicar las emociones que afloran dentro cuando lees estos relatos. Neverland provoca mucha nostalgia, mucha. Una mezcla tremenda de sentimientos.

G.R.A.C.I.A.S.

Feliz Noche...............

Quizá debería decir mejor mi regalo del Rey. Por él y para él lo hago....:cor:

Gracias a ti y Feliz noche a todos :*)
 
En esta noche tan especial, leer este relato sobre Neverland, el hogar de Michael, ese lugar tan maravilloso que él creó, tan lleno de magia, de su magia… me ha hecho sentir tantas cosas…., me ha llegado profundamente al corazón…

Gracias Blues :*)
 
E

Espinete-Oscuro

Guest
Hay momentos que te llevan donde no existe el tiempo, donde sólo estás tú, tus sentimientos y tus recuerdos mezclados de sueños. Momentos donde encuentras algo quizás cercano a la paz.

La lectura de estas pocas, pero infinitas, palabras bordadas sobre una pantalla me ha brindado uno de esos momentos.

Muchas gracias, Blues.
 
Blues que cosa más bonita!! Muchísimas gracias por un regalo de reyes adelantado, EL REY. Con estos relatos me siento como si estuviera al ladito de él, aunque sólo sea como espectadora, puedo incluso visualizarlo.

Que nostalgia produce Neverland... ese lugar tan mágico. Me encanta la elegancia y la educación de Michael junto con su humildad. Como dijo en una ocasión: "Hay que ser humilde pero con clase". Por supuesto, esa educación se la inculcó a sus hijos. Paris tenía lo que yo le digo "papitis", cosa que no me extraña... :eek: Siempre agarrada a sus piernas y sentada en su regazo.

Que hombre tan generoso, abría su casa a todo el mundo.

En esto tiene mucha razón el Sr. Barney

cualquier cosa que se ponía le sentaba bien.

Esta foto es de unos años después, pero con vuestro permiso se me antojó.

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We love you and we miss you Michael :cor:

Siento el rollo, pero podría destacar tantas cosas :eek: Por cierto, como siempre estos regalos de Blues me los guardaré, si alguien lo quiere que lo diga y lo cuelgo cuando Blues acabe de subir ;)
 
Última edición:
Wow, que buen relato, me gusto mucho, además lo detalla tan bien que parece que uno esta viendo todo ese momento en algún lugar, allí mismo pero invisible, se ve e imagina a los demás menos uno mismo. Él siempre tan gentil, sencillo y con atención, recibiendo a la gente que iba. Sabía que Michael invitaba a niños de las escuelas, pero no tan detalladamente como algo rutinario, algo que acostumbraba a hacer seguido. Gracias Blues!
 
Blucita!!:ven:

La verdad es que nos haces regalos de Reyes, de Navidad, de verano , de septiembre.........Cada dia es una fiesta con lo que nos traes:)

El mismo sentimiento que teneis todos, parece que estas disfrutando de esa cena, de esa estancia , de ese aroma del ambiente.....

Gracias:eek:
 
Lauritaaaaaa !! Me leíste el pensamiento !
Harías un PDF ?? :reza:

Es que me quedé tan shockeada al leer, que me olvidé de pedírtelo...:eek:

Por los comentarios veo que sentimos lo mismo, que estábamos allí, viéndolos.......ainsss...


Michael estaba vestido con la misma ropa que había llevado a mi consulta. Para otras cenas en el rancho su vestimenta no difería mucho de la de esa noche. La mayoría de su ropa era de diseño propio, pero cualquier cosa que se ponía le sentaba bien.

:amores::cor:
 
Lauritaaaaaa !! Me leíste el pensamiento !
Harías un PDF ?? :reza:

Es que me quedé tan shockeada al leer, que me olvidé de pedírtelo...:eek:
Claro que sí Mabi, yo me los guardo para mí de todas maneras así que no me es ningún esfuerzo compartirlo con vosotros :*) Siempre que a Blues no le importe claro.

Por los comentarios veo que sentimos lo mismo, que estábamos allí, viéndolos.......ainsss...

Michael estaba vestido con la misma ropa que había llevado a mi consulta. Para otras cenas en el rancho su vestimenta no difería mucho de la de esa noche. La mayoría de su ropa era de diseño propio, pero cualquier cosa que se ponía le sentaba bien.

:amores::cor:
Si es que la belleza y la elegancia es innata, ainssss... :cor:
 
Claro que sí Mabi, yo me los guardo para mí de todas maneras así que no me es ningún esfuerzo compartirlo con vosotros :*) Siempre que a Blues no le importe claro.


Si es que la belleza y la elegancia es innata, ainssss... :cor:

Yo tambien quiero:D, pleaaaassseeeee

Ayy si, elegante hasta en pijama:eek:, muy estiloso
 
Gracias blues!
Ese hombre y su hijo estuvieron literalmente dentro de un cuento... que buen relato! muy lindo.
 
Después de leer esta primera parte, sabes qué voy a hacer ahora a pesar de la hora, no? :p

Es como han ido diciendo, es muy fácil visualizarles mientras vas leyendo. Es como si las letras desaparecieran y comenzaras a ver la imagen que se refleja en tu mente. Ojala con solo cerrar los ojos, se pudiera estar allí...

Gracias Blues :*)

Edit: 6.30 a.m. Terminado.
 
Última edición:
Mi primer regalo de Reyes, Muchas Gracias Blues.

Precioso relato, el silencio que hay a estas horas ayuda mucho y me ha sido muy fácil
auto-invitarme a esa cena según leía.

No tardes en escribir el siguiente capítulo por favor.
 
es hermoso..! es imposible dejar de llorar cuando un relato es tan REAL..! creo q hemos aprendido cuando algo, repecto a michael, es cierto. ese era nuestro michael un tipo con un inmenso corazon, con el q se podia platicar y pasarla super bien..! :)

GRACIAS BLUES..!
 
Me alegro de que hayáis disfrutado con esta primera parte de la historia. Hoy sigue, como no podía ser de otra manera, llevándonos a todos al parque de atracciones... Solo hay que dejarse llevar por la imaginación y la magia hará el resto... :)
 
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