La ópera es un espectáculo que puede causar cierta prevención la primera vez. Si nos pasa esto, merece la pena que nos esforcemos por comprenderla mejor, que nos informemos de los diferentes estilos que existen en la historia de la ópera, del cómico al trágico, y también que intentemos saber más de todas sus partes: los argumentos, la parte teatral, la orquesta y las cosas maravillosas que pueden hacer los cantantes. También puede ocurrir que por falta de costumbre la ópera os parezca un espectáculo un poco extraño o artificial, demasiado largo o con escenas exageradas. Pero la ópera, como cualquier otro género artístico, simplemente tiene unas reglas propias que tenemos que aceptar como una convención a través de la cual podremos disfrutar de diferentes historias y compartir emociones universales y comunes a todos los hombres y mujeres.
La ópera no es más realista ni más artificial ni más falsa que otras artes. Cuando nos gusta y nos emociona somos capaces de creerla y de encontrarla verosímil. Como cualquier otro arte, la ópera tiene unas reglas particulares que tenemos que aceptar. Si nos damos cuenta, estos recursos los aceptamos en el teatro, en el cine o en cualquier tipo de música. En la pintura existe la perspectiva, es decir, la sensación de profundidad en un cuadro. Esto no es más que una trampa del pintor que nos creemos cuando nos gusta un cuadro, porque en realidad, si lo tocamos, es plano. Pasa igual con el cine, en el que la historia que vemos está proyectada sobre una pantalla y sus imágenes son fotografías de escenas inventadas por el director y los actores que, movidas rápidamente, parecen reales como la vida.
En el teatro, en cambio todo lo vemos desde lejos y sobre un escenario por encima de nuestras cabezas. En la vida cotidiana las cosas las vemos en general desde un ángulo más natural, desde la altura de los ojos de una persona de pie o sentada, y en un plano de media distancia. Y aún así, como estamos acostumbrados al cine, las escenas ya nos parecen naturales y no nos extrañan, aunque como hemos visto estén hechas de muchos artificios y convenciones. No son menores que los que se utilizan en una ópera.
Siempre han existido detractores de la ópera.:| Pero es sobre todo en la segunda mitad de nuestro siglo cuando ha sido más criticada, porque la ópera, representada en unos pocos teatros, tenía un público entendido bastante minoritario, y otra parte de público que sólo iba para asistir a un acto social lujoso y elegante.
Esta situación provocó que mucha gente viera la ópera como un capricho de una minoría o como un espectáculo anticuado y ridículo. Estos prejuicios se hicieron más grandes porque la mayor parte de la gente sólo conocía algunas escenas de ópera que, aisladas del conjunto, parecían como caricaturas o exageraciones ridículas.
Cuando la ópera se ha ido popularizando otra vez, o al menos ha ampliado su público por las grabaciones discográficas, las retransmisiones por radio o por televisión o porque los teatros han difundido con mejor propaganda las temporadas de ópera, entonces ha empezado a ponerse de moda y a ser aceptada. Los prejuicios hacia la ópera de hace treinta años, hoy nos parecen absurdos y conviene que repasemos algunos argumentos que se han dicho en contra de la ópera. De esta manera, por oposición, comprenderemos mejor los valores de este maravilloso genero musical.
Por ejemplo, se ha dicho alguna vez que "lo normal es que el hombre hable y es increíble que pase tanto tiempo cantando como pasa en la ópera". Pero los hombres siempre han cantado en las celebraciones o en la vida cotidiana, en los templos o en las fiestas populares. Un filósofo dijo que el canto era el segundo lenguaje después del hablado, que tenía como privilegio el ser humano. Este gran privilegio que tiene el hombre, el canto, ha llegado a su máximo desarrollo por amplitud y dificultad en la ópera.
También se ha dicho que algunos cantantes, hombres o mujeres, resultan poco creíbles por su aspecto físico en los papeles que representan. Pero cuando el intérprete es bueno y su arte esta por encima de su físico, nos hace olvidar el disfraz, el truco o la caracterización que utiliza en la representación teatral. Recordemos que en el teatro existe la caracterización: un actor se pinta y se disfraza de viejo, un hombre de mujer o al revés, etc...
En la ópera pasa igual. Además, si alguna vez vemos un gran actor, ya viejo y sentado en una silla, declamar unos bellos versos de un drama de Shakespeare, comprobaremos como es capaz de hacernos creer que en aquel momento está interpretando, por ejemplo, un joven guerrero o un enamorado. Así se produce lo esencial de toda experiencia teatral, más importante que el resto de las cosas que la rodean: el vestuario, los decorados, la iluminación. Es decir, lo esencial en el teatro es el texto, la calidad de los versos, la voz del actor y su manera de decirlos. Pues bien, nunca hemos de olvidar que en la ópera lo más importante es la música y el canto. Mediante la orquesta y la voz se expresa fundamentalmente el drama con todas sus emociones, aunque también sea importante que el resto de las cosas (la escenografía por ejemplo) estén bien hechas y sean bellas.
Un gran cantante, incluso en los momentos en los que está más quieto, está actuando intensamente con su voz. Lo más importante de la historia lo está expresando con el canto. Ciertamente, seria ideal que además de buen cantante tuviera una bella figura y que se moviera como un gran actor. Como también es importante que la puesta en escena, con el vestuario, la iluminación y la decoración, tengan calidad. Pero no se debe olvidar nunca que dentro de este espectáculo tan amplio, lo fundamental es la orquesta y el canto. Estos son los que impulsan el desarrollo de la ópera, los que la comunican.
En resumen, cualquier arte, como ya hemos dicho, tiene unas reglas o utiliza unas mentiras a las que nos hemos de acostumbrar y que tenemos que compartir inconscientemente. A través de las reglas de cada arte se expresan ideas o emociones como la risa, el amor, el dolor, y otras muchas experiencias de la vida. Cuando seamos capaces de introducirnos en el mundo mágico de la ópera, con sus personajes disfrazados sobre el escenario, entre paisajes o habitaciones pintadas o de cartón, y bajo efectos especiales de luces o proyecciones, entonces percibiremos con naturalidad y sin esfuerzo la belleza musical de los viejos cantos y de los sonidos de la orquesta, el maravilloso placer que puede ofrecernos una ópera, toda la variedad de su mundo mágico y, al mismo tiempo, tan vivo.
Ópera es toda representación teatral que mediante la voz humana y la música nos cuenta una historia. Los cantantes actúan en la escena de un teatro y la orquesta se coloca en la parte de abajo del escenario, en un foso. El texto que se habla en esta historia y su argumento es el libreto de la ópera. El libreto lo cantan una o más voces, por separado o juntas, y a veces hay fragmentos que los canta un coro. La orquesta acompaña el canto de las voces, con más o menos complejidad, según el momento de la representación y según cada época de la historia de la ópera, y también en muchos momentos la escuchamos sola: en la obertura de una obra con el telón todavía bajado, en algunos preludios antes de comenzar cada acto, o en medio de la ópera mientras en la escena continua la acción o está parada y entonces la música de la orquesta nos recuerda con emoción alguna cosa que ha pasado o que va a pasar.
La representación de una ópera se hace en diversos actos. Pueden ser dos actos (como la mayor parte de la ópera cómica italiana del siglo XVIII), tres o cuatro (general en la ópera romántica del siglo XIX) o incluso cinco. Excepcionalmente algunas óperas pueden formar un ciclo como pasa con
El Anillo de los Nibelungos, de Richard Wagner, que es una tetralogía, es decir, está formado por cuatro óperas que, aunque podemos escuchar separadamente, forman una unidad y adquieren su significado más profundo considerándolas como una sucesión.
Después de cada acto, que suele acabar con una escena de especial importancia, hay un descanso. Esta pausa sirve para preparar la escena del acto siguiente, con los cambios de escenografía y de vestidos que necesitará el próximo acto. Hubo épocas, como en los siglos XVIII y XIX en los que los entreactos eran muy largos y el público aprovechaba para comer, beber, jugar a las cartas o a la ruleta y resolver negocios, entre otros actos sociales. A veces en los intermedios se hacía una obra de ballet. La duración total de la mayoría de las óperas es de dos o tres horas. Algunas grandes óperas de finales del siglo XIX, como las de Wagner, pueden durar cinco horas.
