Cindy Sil Jackson
HideOuter Obsesivo
En mi post de hace unas semanas: MICHAEL EN ARGENTINA, 1993. MI EXPERIENCIA conté lo que fue la venida de Michael en octubre de 1993 y mencioné a mi mejor amiga, que era presidente del fan club "Heal The World" conoció a Michael cuando éste fue a visitar al Presidente Menem y luego lo volvió a ver en el backstage del 3er y último recital.
Lo que quiero presentarles ahora es su relato en primera persona donde encontrarán apreciaciones que no puse cuando preparé el otro informe. Me pareció que ameritaba otro post diferente y relatado tal cual ella lo había hecho en su momento. Este relato fue publicado en el fanzine que tenía el club e incluso, investigando para mi fan fic, llegué a este sitio http://mjfcmoonwalk.com/ y buscando y rebuscando me encontré con el relato de Mary nuevamente. Palabra más, palabra menos, otra versión de la misma historia. Cuando se lo comenté a ella me dijo que no tenía idea que su relato había llegado hasta Japón, allá por 1995. Puede encontrarlo bajo el apartado Report 2, con el título Cara a cara con MJ @ Argentina '93.
Las fotos todos las conocemos, pero amerita que las vuelva a poner, al igual que el video donde Michael se encuentra con el Presidente y le arregla el pañuelo y la corbata. Aquí vamos:
Siempre creí en mis sueños, siempre. Y el más grande de todos ellos se cumplió un 7 de octubre de 1993. Durante 10 años había sido admiradora incondicional de ese ser mágico y maravilloso llamado Michael Jackson y como todos los fans había soñado despierta con el momento de poder verlo en Argentina durante un concierto.
Por fin llegó el día en que Michael haría su primera visita a nuestro país. ¡Dios,! el deseo de miles de fans se había cumplido y la noche anterior a su llegada, con Silvana y Mariana, dos de mis mejores amigas jacksonmaníacas, nos mantuvimos despiertas en vigilia, de todas maneras aunque hubiésemos podido, la emoción era enorme y no nos cabía en el corazón.
El día 6 de octubre Michael llegó a Ezeiza y allí estaba todo el club de fans “Heal The World,” del cual yo era presidente y fundadora, con su bienvenida preparada. Pero la seguridad argentina no nos permitió acceder a la zona donde el jet privado de Michael había aterrizado. ¿Para qué habíamos esperado tantas horas en el aeropuerto si ni siquiera habíamos podido ver a Mike desde lejos? La primera desilusión tuvo lugar. Alguien de seguridad nos informó que Michael subiría a su combi y partiría rumbo al hotel Park Hyatt cuanto antes; así que todo el fan club se ubicó en las combis que habíamos contratado para seguir a M.J. adonde quiera que fuera y nos ubicamos en la salida de catering de Ezeiza. Diez minutos o una hora. La espera se hace larga y corta al mismo tiempo cuando uno está esperando ver a la persona a quien ama más que nada en este mundo.
De pronto, un gran alboroto y gritos, la larga fila de autos, combis y transportes de todos los medios periodísticos que estaban aguardando junto con nosotros comenzó a movilizarse. Allí venía la combi de Michael, una Tronador azul que durante la próxima semana se convertiría en el principal objeto de mi adoración. La Tronador pasó rápidamente junto a la combi donde un grupo de 10 chicos del fan club y yo estábamos sentados y lancé un grito de emoción: a través de una cortina se había asomado una mano y nos había saludado. La persecución dio comienzo. Nuestra combi comenzó a quedar cada vez más atrás en una larga caravana, quedamos demasiado rezagados por el tráfico y al llegar al hotel nos enteramos que Michael había salido al balcón interno de La Mansión Alzaga Unzué para saludar a la multitud congregada frente al edificio. Sentí que me moría de tristeza. La visión de una mano no bastaba para convencerme de que Peter Pan en persona había llegado a la Argentina y lloré a escondidas. No podía dejar que el resto del fan club me viese. Yo, como presidente, tenía que mantenerme firme. Más tarde comprendería que muy poca gente valora lo bueno que uno haga y el esfuerzo que ponga en ello. La maldad y la envidia pueden llegar a ser extremadamente hirientes.
El resto del día estuve triste. No podía convencerme de que Michael hubiese salido a saludar y yo no lo hubiese podido ver por haber llegado tarde a causa del tráfico. Tampoco imaginé que Dios estaba conservando para mí un milagro que me cambiaría la vida. En esa tarde Michael salió a conocer Patio Bullrich, pero todo lo que pude ver de él fue su sombrero.
Ya de noche, frente al hotel, se acercó a mí el camarógrafo personal de Michael y me preguntó por qué estaba tan triste. Le dije que no había podido ver a M.J. todavía y que lo había estado esperando por 10 años. El camarógrafo, “Angel,” como lo llamábamos, no entendía por qué no lo había podido ver, si hasta había salido a saludar. Le expliqué todo con lágrimas en los ojos y entonces encendió su videocámara. “Explicalo todo como si estuvieras hablando con Michael,” me dijo y comencé a hablar entrecortadamente mientras él me filmaba. Al apagar la cámara “Angel” sonrió: “Esto lo va a ver Michael,” aseguró y aunque no le creí, me puse a llorar.
El día 7 nos dijeron que Michael se entrevistaría con el presidente Menem en horas de la tarde. Y esa mañana, un miembro de la comitiva del “Dangerous Tour” salió a buscarme. Le habían dicho que yo estaba a cargo del fan club y quería hablar conmigo. Esa persona era Bob Jones, spokeman de Michael y vicepresidente de MJJ Productions. Toda una leyenda en el show business.
Cuando me acerqué a la reja del hotel para hablar con él, me temblaban las piernas al haberme dado cuenta de quién era. Ese hombre había visto a crecer a Michael, ya que trabajaba en Motown por la época en que los Jackson Five grababan en ese sello.
¿Y quería verme a MI? ¿A MI? Sólo pude pensar en que quizás era mi única oportunidad de hablarle a alguien allegado a Michael sobre el fan club y todo lo que habíamos preparado para Mr. Jackson, como lo llamaban ellos. Así que comencé a hablar en mi desprolijo inglés como si de ello dependiera mi vida. El señor Jones escuchaba atentamente, parecía interesarle mi charla. Me hizo entrar al hotel y de pronto me dijo: “¿Podés conseguir 6 niños de entre 6 y 11 años?” “¡Claro!,” aseguré. “A la 5 de la tarde tienen que estar aquí para acompañar al señor Jackson a visitar al presidente.” Ante semejante declaración lo único que pensé fue: “Afortunados chicos.” Bob Jones continuó recalcando: “No estoy diciendo que VOS” y recalcó el vos; “vayas a ver a Michael Jackson.” Ni siquiera había pasado esa idea por mi cabeza así que respondí: “¡No, claro que no!” ¿Cómo podía pretender YO, YO, una vil mortal y vulgar súbdita ver al Rey en persona?
Para las 5 de la tarde los 6 niños pedidos entraron de mi mano al lobby del hotel. Allí había 9 chicos más, hijos de productores, jefes de seguridad y amigos del empresario Héctor Cavallero que también habían sido invitados a acompañar a Michael a la Casa de Gobierno. Un micro nos esperaba para trasladarnos. Los otros niños subieron con sus padres y luego los chicos del fan club y yo, como acompañante, también nos acomodamos. Yo sabía que no iba a ver a Michael, pero igualmente estaba emocionada. Tal vez, con mucha suerte, podría verlo pasar a lo lejos, al fin y al cabo, todavía no había podido verlo ni siquiera así.
El micro llegó a Casa Rosada y todos descendimos. Un guardia del cordón de seguridad ordenó: “Sólo los niños” y todos los mayores nos quedamos parados allí viendo como los chicos se alejaban rumbo a la entrada. Inesperadamente, al verme con el gorro y la remera del fan club, el guardia se acercó y me dijo: “Hay orden de que alguien del fan club que viene con los chicos pase, ¿sos vos?” No había nadie más allí así que debía ser yo. “Vos hacete cargo de todos los chicos” fue la última recomendación y me dieron paso.
Nunca había visto la famosa Casa Rosada por dentro, así que al ingresar miré todo con suma curiosidad. Un grupo de periodistas esperaba en el patio interno y los pude ver a través de las ventanas. Ellos estaban afuero y yo, ADENTRO. Increíble. Senté a todos los chicos en el hall de entrada. ¿Qué iba a hacer con ellos? Había una nena muy chiquita de 2 años, Antonella, y 14 chicos más a mi cuidado. Con mi alma de maestra innata, los senté en la escalinata del hall de entrada y les conté un cuento para que la espera fuese menos aburrida. De pronto, comenzamos a escuchar gritos, mi corazón latió más de prisa: Michael estaba cerca.
Los periodistas golpeaban las ventanas tratando de obtener las mejores posiciones para ver a Michael y fotografiarlo o filmarlo. Los chicos se asustaron y traté de calmarlos con tanta vehemencia que antes de que me diese cuenta y pudiera terminar de acomodarlos en fila, M.J. había hecho su ingreso. Lo miré, venía seguido por Bill Bray y toda su habitual comitiva, incluído Bob Jones, a quien no distinguí sino meses después cuando alguien me dijo que allí estaba él y me lo mostró en una grabación de TV. ¿Era de verdad Michael?
Estaba a menos de 10 metros de distancia de los chicos y de mí. Sentí que mi sueño estaba más que cumplido. Pero entonces ocurrió lo inexplicable. Sin que nadie lo esperara, Michael se acercó a los chicos como atraído por un imán. Obvio, a él siempre le atrajeron los chicos, pero esa no era la ocasión adecuada para que lo hiciese y, sin embargo, lo hizo. Les acarició la cabeza a uno por uno, los saludó y al llegar a mí me dio la mano diciendo: “Hi!” Yo estaba petrificada, sabía que tenía que dominarme porque si no sus guardaespaldas me sacarían de allí a toda velocidad; y tomé su mano, suave, blanda, extremadamente blanca. Pensé: “Si muero ahora ya no me interesa nada.” Pero había más: “Síganme,” me dijo. Yo obedecí, al Rey no se le cuestionan las órdenes y alzando a Antonella en brazos, guié a todos los chicos detrás de Michael, escaleras arriba hacia el despacho presidencial.
Las cosas no estaban preparadas todavía así que tuvimos que esperar. Michael se paró cerca de mí y volví a mirarlo. Tenía sus lentes negros puestos, una chaqueta verde oscura de estilo militar, sus pantalones negros y sus mocasines clásicos eternos. Era mucho más alto de lo que me imaginaba. Me llevaba casi una cabeza de diferencia y su extremada delgadez inspiraba deseos de abrazarlo y protegerlo, contrastando con la imagen segura de superestrella que en ese momento tenía. Observé sus rasgos: perfectos, absolutamente perfectos. No me pareció que tuviera mucho maquillaje puesto y también pude ver las famosas manchas en su piel producto del vitiligo. Su cabello era super brillante, de un negro azabache, tan negro que parecía tener destellos azulados. Todos los detalles en su persona estaban cuidados al extremo.
Hasta su perfume no era lo que yo esperaba. Siempre había creído que Michael con su personalidad tan dulce y retraída, tendría un suave aroma a bebé. Craso error. Una fragancia como Fahrenheit, de Christian Dior, no era precisamente suave o de bebé, sino seductora y muy masculina. O al menos eso me pareció a mí.
Durante unos minutos no me atreví a hablar. Michael estaba parado frente a mí de perfil a menos de un metro de distancia y me tenía hipnotizada. Entre él y yo sólo estaba uno de los chicos y me decidí: o le hablaba en ese instante o iba a arrepentirme por el resto de mi vida. “¿Cómo estás?” pregunté en inglés sin poder evitar que mi voz temblara levemente. No esperaba que me respondiera, pero se volvió hacia mí y sonriendo suavemente contestó: “Bien, muy bien, gracias.” Su voz fue dulce y pausada, pero no aguda como solía ser en la época de “Thriller.” Le pregunté cómo se había sentido el día anterior en que había ido a Patio Bullrich sufriendo una persecución de curiosos y fans aterradora. Y amablemente me dio a entender que se sentía bien y que ya había vivido con anterioridad peores momentos que ese.
Entonces algo mágico ocurrió: Michael pareció sentirse cómodo y empezó a conversar sobre los chicos y la forma en que estaba vestido uno de ellos, igual a él (Pablito.) Reía con una risa muy particular que voy a guardar en mis oídos por siempre y hasta el tono de su voz era distendido. Una persona de seguridad se acercó y dijo que ingresáramos. Supuestamente los chicos y yo quedábamos fuera de su entrevista con el presidente, pero Michael me miró con una orden implícita en su expresión y obedecí. Los hombres de seguridad lucían desconcertados, pero a él no le importó. Parecía que si nosotros no entrábamos, él tampoco lo haría, así que la decisión estaba tomada y yo entré, más que feliz, con todos los chicos por delante mientras MICHAEL JACKSON, el verdadero Michael Jackson, me cedía el paso como todo un caballero.
CONTINUA
Lo que quiero presentarles ahora es su relato en primera persona donde encontrarán apreciaciones que no puse cuando preparé el otro informe. Me pareció que ameritaba otro post diferente y relatado tal cual ella lo había hecho en su momento. Este relato fue publicado en el fanzine que tenía el club e incluso, investigando para mi fan fic, llegué a este sitio http://mjfcmoonwalk.com/ y buscando y rebuscando me encontré con el relato de Mary nuevamente. Palabra más, palabra menos, otra versión de la misma historia. Cuando se lo comenté a ella me dijo que no tenía idea que su relato había llegado hasta Japón, allá por 1995. Puede encontrarlo bajo el apartado Report 2, con el título Cara a cara con MJ @ Argentina '93.
Las fotos todos las conocemos, pero amerita que las vuelva a poner, al igual que el video donde Michael se encuentra con el Presidente y le arregla el pañuelo y la corbata. Aquí vamos:
“EL DIA QUE CONOCI A MICHAEL”
Siempre creí en mis sueños, siempre. Y el más grande de todos ellos se cumplió un 7 de octubre de 1993. Durante 10 años había sido admiradora incondicional de ese ser mágico y maravilloso llamado Michael Jackson y como todos los fans había soñado despierta con el momento de poder verlo en Argentina durante un concierto.
Por fin llegó el día en que Michael haría su primera visita a nuestro país. ¡Dios,! el deseo de miles de fans se había cumplido y la noche anterior a su llegada, con Silvana y Mariana, dos de mis mejores amigas jacksonmaníacas, nos mantuvimos despiertas en vigilia, de todas maneras aunque hubiésemos podido, la emoción era enorme y no nos cabía en el corazón.
El día 6 de octubre Michael llegó a Ezeiza y allí estaba todo el club de fans “Heal The World,” del cual yo era presidente y fundadora, con su bienvenida preparada. Pero la seguridad argentina no nos permitió acceder a la zona donde el jet privado de Michael había aterrizado. ¿Para qué habíamos esperado tantas horas en el aeropuerto si ni siquiera habíamos podido ver a Mike desde lejos? La primera desilusión tuvo lugar. Alguien de seguridad nos informó que Michael subiría a su combi y partiría rumbo al hotel Park Hyatt cuanto antes; así que todo el fan club se ubicó en las combis que habíamos contratado para seguir a M.J. adonde quiera que fuera y nos ubicamos en la salida de catering de Ezeiza. Diez minutos o una hora. La espera se hace larga y corta al mismo tiempo cuando uno está esperando ver a la persona a quien ama más que nada en este mundo.
De pronto, un gran alboroto y gritos, la larga fila de autos, combis y transportes de todos los medios periodísticos que estaban aguardando junto con nosotros comenzó a movilizarse. Allí venía la combi de Michael, una Tronador azul que durante la próxima semana se convertiría en el principal objeto de mi adoración. La Tronador pasó rápidamente junto a la combi donde un grupo de 10 chicos del fan club y yo estábamos sentados y lancé un grito de emoción: a través de una cortina se había asomado una mano y nos había saludado. La persecución dio comienzo. Nuestra combi comenzó a quedar cada vez más atrás en una larga caravana, quedamos demasiado rezagados por el tráfico y al llegar al hotel nos enteramos que Michael había salido al balcón interno de La Mansión Alzaga Unzué para saludar a la multitud congregada frente al edificio. Sentí que me moría de tristeza. La visión de una mano no bastaba para convencerme de que Peter Pan en persona había llegado a la Argentina y lloré a escondidas. No podía dejar que el resto del fan club me viese. Yo, como presidente, tenía que mantenerme firme. Más tarde comprendería que muy poca gente valora lo bueno que uno haga y el esfuerzo que ponga en ello. La maldad y la envidia pueden llegar a ser extremadamente hirientes.
El resto del día estuve triste. No podía convencerme de que Michael hubiese salido a saludar y yo no lo hubiese podido ver por haber llegado tarde a causa del tráfico. Tampoco imaginé que Dios estaba conservando para mí un milagro que me cambiaría la vida. En esa tarde Michael salió a conocer Patio Bullrich, pero todo lo que pude ver de él fue su sombrero.
Ya de noche, frente al hotel, se acercó a mí el camarógrafo personal de Michael y me preguntó por qué estaba tan triste. Le dije que no había podido ver a M.J. todavía y que lo había estado esperando por 10 años. El camarógrafo, “Angel,” como lo llamábamos, no entendía por qué no lo había podido ver, si hasta había salido a saludar. Le expliqué todo con lágrimas en los ojos y entonces encendió su videocámara. “Explicalo todo como si estuvieras hablando con Michael,” me dijo y comencé a hablar entrecortadamente mientras él me filmaba. Al apagar la cámara “Angel” sonrió: “Esto lo va a ver Michael,” aseguró y aunque no le creí, me puse a llorar.
El día 7 nos dijeron que Michael se entrevistaría con el presidente Menem en horas de la tarde. Y esa mañana, un miembro de la comitiva del “Dangerous Tour” salió a buscarme. Le habían dicho que yo estaba a cargo del fan club y quería hablar conmigo. Esa persona era Bob Jones, spokeman de Michael y vicepresidente de MJJ Productions. Toda una leyenda en el show business.
Cuando me acerqué a la reja del hotel para hablar con él, me temblaban las piernas al haberme dado cuenta de quién era. Ese hombre había visto a crecer a Michael, ya que trabajaba en Motown por la época en que los Jackson Five grababan en ese sello.
¿Y quería verme a MI? ¿A MI? Sólo pude pensar en que quizás era mi única oportunidad de hablarle a alguien allegado a Michael sobre el fan club y todo lo que habíamos preparado para Mr. Jackson, como lo llamaban ellos. Así que comencé a hablar en mi desprolijo inglés como si de ello dependiera mi vida. El señor Jones escuchaba atentamente, parecía interesarle mi charla. Me hizo entrar al hotel y de pronto me dijo: “¿Podés conseguir 6 niños de entre 6 y 11 años?” “¡Claro!,” aseguré. “A la 5 de la tarde tienen que estar aquí para acompañar al señor Jackson a visitar al presidente.” Ante semejante declaración lo único que pensé fue: “Afortunados chicos.” Bob Jones continuó recalcando: “No estoy diciendo que VOS” y recalcó el vos; “vayas a ver a Michael Jackson.” Ni siquiera había pasado esa idea por mi cabeza así que respondí: “¡No, claro que no!” ¿Cómo podía pretender YO, YO, una vil mortal y vulgar súbdita ver al Rey en persona?
Para las 5 de la tarde los 6 niños pedidos entraron de mi mano al lobby del hotel. Allí había 9 chicos más, hijos de productores, jefes de seguridad y amigos del empresario Héctor Cavallero que también habían sido invitados a acompañar a Michael a la Casa de Gobierno. Un micro nos esperaba para trasladarnos. Los otros niños subieron con sus padres y luego los chicos del fan club y yo, como acompañante, también nos acomodamos. Yo sabía que no iba a ver a Michael, pero igualmente estaba emocionada. Tal vez, con mucha suerte, podría verlo pasar a lo lejos, al fin y al cabo, todavía no había podido verlo ni siquiera así.
El micro llegó a Casa Rosada y todos descendimos. Un guardia del cordón de seguridad ordenó: “Sólo los niños” y todos los mayores nos quedamos parados allí viendo como los chicos se alejaban rumbo a la entrada. Inesperadamente, al verme con el gorro y la remera del fan club, el guardia se acercó y me dijo: “Hay orden de que alguien del fan club que viene con los chicos pase, ¿sos vos?” No había nadie más allí así que debía ser yo. “Vos hacete cargo de todos los chicos” fue la última recomendación y me dieron paso.
Nunca había visto la famosa Casa Rosada por dentro, así que al ingresar miré todo con suma curiosidad. Un grupo de periodistas esperaba en el patio interno y los pude ver a través de las ventanas. Ellos estaban afuero y yo, ADENTRO. Increíble. Senté a todos los chicos en el hall de entrada. ¿Qué iba a hacer con ellos? Había una nena muy chiquita de 2 años, Antonella, y 14 chicos más a mi cuidado. Con mi alma de maestra innata, los senté en la escalinata del hall de entrada y les conté un cuento para que la espera fuese menos aburrida. De pronto, comenzamos a escuchar gritos, mi corazón latió más de prisa: Michael estaba cerca.
Los periodistas golpeaban las ventanas tratando de obtener las mejores posiciones para ver a Michael y fotografiarlo o filmarlo. Los chicos se asustaron y traté de calmarlos con tanta vehemencia que antes de que me diese cuenta y pudiera terminar de acomodarlos en fila, M.J. había hecho su ingreso. Lo miré, venía seguido por Bill Bray y toda su habitual comitiva, incluído Bob Jones, a quien no distinguí sino meses después cuando alguien me dijo que allí estaba él y me lo mostró en una grabación de TV. ¿Era de verdad Michael?
Estaba a menos de 10 metros de distancia de los chicos y de mí. Sentí que mi sueño estaba más que cumplido. Pero entonces ocurrió lo inexplicable. Sin que nadie lo esperara, Michael se acercó a los chicos como atraído por un imán. Obvio, a él siempre le atrajeron los chicos, pero esa no era la ocasión adecuada para que lo hiciese y, sin embargo, lo hizo. Les acarició la cabeza a uno por uno, los saludó y al llegar a mí me dio la mano diciendo: “Hi!” Yo estaba petrificada, sabía que tenía que dominarme porque si no sus guardaespaldas me sacarían de allí a toda velocidad; y tomé su mano, suave, blanda, extremadamente blanca. Pensé: “Si muero ahora ya no me interesa nada.” Pero había más: “Síganme,” me dijo. Yo obedecí, al Rey no se le cuestionan las órdenes y alzando a Antonella en brazos, guié a todos los chicos detrás de Michael, escaleras arriba hacia el despacho presidencial.
Las cosas no estaban preparadas todavía así que tuvimos que esperar. Michael se paró cerca de mí y volví a mirarlo. Tenía sus lentes negros puestos, una chaqueta verde oscura de estilo militar, sus pantalones negros y sus mocasines clásicos eternos. Era mucho más alto de lo que me imaginaba. Me llevaba casi una cabeza de diferencia y su extremada delgadez inspiraba deseos de abrazarlo y protegerlo, contrastando con la imagen segura de superestrella que en ese momento tenía. Observé sus rasgos: perfectos, absolutamente perfectos. No me pareció que tuviera mucho maquillaje puesto y también pude ver las famosas manchas en su piel producto del vitiligo. Su cabello era super brillante, de un negro azabache, tan negro que parecía tener destellos azulados. Todos los detalles en su persona estaban cuidados al extremo.
Hasta su perfume no era lo que yo esperaba. Siempre había creído que Michael con su personalidad tan dulce y retraída, tendría un suave aroma a bebé. Craso error. Una fragancia como Fahrenheit, de Christian Dior, no era precisamente suave o de bebé, sino seductora y muy masculina. O al menos eso me pareció a mí.
Durante unos minutos no me atreví a hablar. Michael estaba parado frente a mí de perfil a menos de un metro de distancia y me tenía hipnotizada. Entre él y yo sólo estaba uno de los chicos y me decidí: o le hablaba en ese instante o iba a arrepentirme por el resto de mi vida. “¿Cómo estás?” pregunté en inglés sin poder evitar que mi voz temblara levemente. No esperaba que me respondiera, pero se volvió hacia mí y sonriendo suavemente contestó: “Bien, muy bien, gracias.” Su voz fue dulce y pausada, pero no aguda como solía ser en la época de “Thriller.” Le pregunté cómo se había sentido el día anterior en que había ido a Patio Bullrich sufriendo una persecución de curiosos y fans aterradora. Y amablemente me dio a entender que se sentía bien y que ya había vivido con anterioridad peores momentos que ese.
Entonces algo mágico ocurrió: Michael pareció sentirse cómodo y empezó a conversar sobre los chicos y la forma en que estaba vestido uno de ellos, igual a él (Pablito.) Reía con una risa muy particular que voy a guardar en mis oídos por siempre y hasta el tono de su voz era distendido. Una persona de seguridad se acercó y dijo que ingresáramos. Supuestamente los chicos y yo quedábamos fuera de su entrevista con el presidente, pero Michael me miró con una orden implícita en su expresión y obedecí. Los hombres de seguridad lucían desconcertados, pero a él no le importó. Parecía que si nosotros no entrábamos, él tampoco lo haría, así que la decisión estaba tomada y yo entré, más que feliz, con todos los chicos por delante mientras MICHAEL JACKSON, el verdadero Michael Jackson, me cedía el paso como todo un caballero.
CONTINUA