Diamantes, elefantes y Disney: la extravagante amistad entre Michael Jackson y Elizabeth Taylor
Solían quedar para comer sándwiches de huevo duro y ver películas de Disney. Ella le regaló en una ocasión un elefante, él le pagó a ella su boda de más de un millón y medio de dólares. A los dos les perdía un buen diamante, sobre todo a ella. Michael Jackson y Elizabeth Taylor mantuvieron una profunda y sincera amistad a lo largo de tres décadas que ahora se contará en un libro y una película.
En Elizabeth and Michael: the Queen of Hollywood and the King of Pop, a Love Story, su autor, Donald Bogle, revela detalles nunca conocidos de una relación que tuvo algunos momentos muy públicos (cuando Jacko acogió y pagó la boda de Elizabeth de Larry Fortensky, cuando fueron juntos a los American Music Awards en la salida del armario de su amistad) pero sobre todo se cimentó en muchas veladas íntimas, como cualquier otra amistad, que Jackson y Taylor pasaban jugando con sus muñecos y sus animales y hablando de sus respectivas infancias. Los dos fueron niños prodigio. Michael cantaba con sus hermanos desde los cuatro años y Elizabeth saltó a la fama a los ocho, como la niña imposiblemente adorable de ojos violeta en National Velvet y ninguno dejaría ya de ser famoso hasta el día de su muerte.
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La relación, no siempre bien entendida desde fuera, entre el músico y la actriz empezó en 1984. Taylor acababa de enviudar del amor de su vida, Richard Burton, y Jackson, que era fan desde siempre, le envió entradas para uno de sus conciertos. “Él la cortejaba como un joven amante”, según Bogle. Ella acudió pero se marchó a mitad porque no veía bien el espectáculo. A él le entristeció saberlo y decidió llamarla por teléfono. Tres horas más tarde, ninguno había colgado aún. “Algo mágico pasaba durante esas conversaciones, estaban enganchados el uno con el otro”, escribe el autor, que especula con que Jackson sacaba “el lado maternal de Elizabeth” y que él la trataba como una “madre-diosa”. Hasta el punto que Katherine Jackson, la madre del cantante, llegó a sentir celos de la actriz. Cuando él estuvo hospitalizado por dolores en el pecho y “cansancio extremo” tras la gira de Dangerous en 1990, la matriarca de los Jackson sólo podía visitar a su hijo previo aviso, mientras que la actriz podía presentarse allí en cualquier momento. Había recaído en su adicción a ciertos medicamentos y engordado mucho. Exitosos y desdichados, sólo encontraban consuelo el uno en el otro.
A pesar de lo unidos que estaban, Jackson no le contó a su amiga que se iba a casar con Lisa Marie Presley y le dolió mucho enterarse cuando la boda ya se había celebrado. Tampoco le contó que pensaba tener hijos con Debbie Rowe y Taylor no fue demasiado simpática con ella. Cuando Rowe llamó a su oficina para conocerla, ésta le contestó con una foto firmada como a una fan cualquiera.
Extravagantes como pocos, se intercambiaban regalos cada vez más fabulosos. Ella se presentó un día en Neverland con el elefante Gipsy, él encargó que pintaran una suite de su mansión de violeta, el color de sus ojos, y solía ganársela a base de joyas. Le regaló varias pulseras y collares de diamantes y varios relojes de rubíes. En una ocasión, le entregó por error un collar que en realidad no había comprado sino tomado prestado y tuvo que pedírselo de vuelta, algo que a ella le sentó fatal y les tuvo un mes sin hablarse. En cualquier caso, para las navidades de 1993 reinaba la armonía. Esas eran las primeras que celebraba Jackson, porque se había criado como un Testigo de Jehová, y su amiga Elizabeth le inundó a juguetes y muñecos, como para compensar por todas sus navidades infantiles (multiplicado por 25). Aunque, probablemente, el regalo de más valor que le hizo fue la defensa a ultranza en los medios después de que Jackson fuese acusado de abusos sexuales a niños. “Michael es absolutamente inocente y será reivindicado”, dijo ella en varias ocasiones.
Según Bogle, a Jackson le gustaba hacer el papel de partenaire caballeroso cuando ambos acudían a algún acto juntos, respetando la antigüedad en la jerarquía de estrellas, aunque hubo algún momento en que la diplomacia se le fue de las manos. Una noche a principios de los 90, revela el libro, Jackson tenía planes para cenar con Diana Ross. Entonces le llamó Taylor también proponiéndole cenar. Él intentó juntarlas a ambas pero la ex Supreme se lo tomó fatal: “así no se hacen las cosas”, le riñó, y se negó a compartir mesa y mantel con la protagonista de La gata sobre el tejado de zinc.
Cuando murió Jackson, Taylor se declaró “rota”: “Mi corazón y mi mente están destrozados. Amaba a Michael con toda mi alma y no puedo imaginarme la vida sin él. Teníamos tanto en común y nos lo pasábamos tan bien juntos”. Para entonces ella pasaba casi tanto tiempo en los hospitales como en su casa de Bel Air. Moriría dos años más tarde, en 2011. Le había dado tiempo a cambiar sus planes respecto a su tumba. Ya no quería yacer junto a los restos de Richard Burton en Suiza sino en el Forest Lawn Cemetery, en Glendale, California, el mismo lugar donde descansa su amigo Michael.