Me defino como un usuario capaz de pronunciarme, con una mínima dosis de fundamento -la cual únicamente se adquiere, y nunca en cuantía suficiente, a través de la información y la consulta de fuentes sólidas y autorizadas- en cualesquiera temáticas puedan albergarse en este -u otros- foros.
A título personal, siempre procuro, en caso de desconocimiento en torno a alguna materia, optar por el discreto silencio, aguardando a familiarizarme previamente con el contexto e implicaciones de la cuestión a analizar, hasta, una vez alcanzada una noción de la misma mínimamente consistente, emitir mi valoración al respecto. En otras áreas, en cambio, como consecuencia de mi formación académica, no preciso de tan ingente labor de búsqueda, pudiendo reproducir, sin excesivos contratiempos, todo cuanto he aprendido a lo largo de años de paciente estudio e investigación.
Quienes me hayáis leído, o seguido con mayor o menor interés mis intervenciones, os habréis persuadido de que, desde mi ingreso en esta comunidad, hace algo más de seis años, no me he caracterizado por protagonizar incidentes de signo negativo, tales como encontronazos virtuales con otros miembros en un determinado post, emisión de exabruptos y/o lenguaje soez, o cultivo de enemistades con quienes hayan podido expresar su desacuerdo, o disconformidad, con mi visión de los hechos, mi estilo de prosa, o argumentaciones. Estimo que tales episodios a evitar no aportan nada edificante al foro, el cual debe servir, o así, al menos, lo entiendo, como única meta, como faro al exterior del público que nos sigue, aun sin hallarse efectivamente registrado -alguno que otro, menor de edad-, de la mejor versión que, a través de sus opiniones, uno como ciudadano pueda mostrar, enarbolando las banderas de la ética, el compromiso, la honestidad, la tolerancia y el respeto que todos merecemos como iguales, y a quienes nos debemos. Ese espíritu se recoge en las normas que rigen la convivencia en esta comunidad, y a ellas debemos atenernos, como marco regulador de una sociedad democrática, plural y diversa, aun en la disidencia y disparidad de criterios vertidos por cada uno/a. Y yo, por supuesto, el primero.
De todos modos, encajo con deportividad los agravios que puedan serme arrojados, siempre que no falten al respeto de uno, en la certidumbre de que no puedes caer bien a todos. Y añado a lo anterior: puede que, en parte de su crítica, alberguen algo de razón. No los replico en ningún momento, porque considero que retrata más a quien inicia la contienda, con sus declaraciones, que al presunto ofendido. Que los demás juzguen conforme a su conveniencia, si es que les llegan a incumbir tan espinosos -y estériles para la ambiciosa tarea que nos ocupa- entuertos.
Asimismo, admiro encomiablemente la vitalidad de aquellas personas que, como en este foro (o, por parte de determinados usuarios que intervienen en él), sin demasiado margen como resultado de sus deberes personales, familiares y profesionales, no les impide organizarse con ilusión desbordante, consagrando, desinteresadamente y con vocación sincera y consciente, su actividad, volcándola al servicio de los demás, en iniciativas que redundan en provecho del colectivo, con independencia de que éste responda en consonancia con las expectativas deseadas.
De un tiempo a esta parte, observo la emergencia de una nueva generación joven, más latinoamericana que española, que, paulatinamente, está comenzando a escribir los primeros capítulos de su particular travesía en el HideOut, prosiguiendo la estela de muchos otros que, muchos años atrás, hicieron historia, granjeándose el aplauso y aclamación de quienes tuvieron la inmensa fortuna de toparse con ellos, conectados en un mismo punto de la red, aun situados a miles de kilómetros de distancia. Un círculo de amistad compartida lleno de recuerdos, anhelos, anécdotas y vivencias propias de una determinada era de nuestra historia, desde 2001 hasta nuestros días (y los que seguirán, sin duda). Algunos de ellos continúan inasequibles al desaliento, resistiéndose al abandono. Otros, en cambio, terminaron desertando, pues la vida a cada uno nos termina deparando nuevos (y no menos emocionantes) capítulos por cubrir. Pero, a buen seguro, portarán consigo al foro en una parte recóndita de su corazón, puesto que, una porción de ellos mismos, de sus trayectorias, por poco significativa que se precie dada, se encuentra aquí. Y permanecerá para siempre, archivada, recobrando vida gracias a la valiosa herramienta que nos brinda el buscador.
Mi ciclo de vida por estos lares (y en toda de forma de manifestación en la red) se torna próximo a su desenlace. No por el foro en sí, ni por sus integrantes, a quienes les agradezco la exquisitez en su tratamiento hacia mí, sino por una crisis existencial que me conlleva embargando desde que alcancé la madurez, algunos años atrás, convirtiéndome en un crecientemente escéptico por naturaleza en todos los órdenes de la existencia, que nadie ha conseguido hacerme disipar, ni tan siquiera los más allegados: me formulo de vez en cuando algunas preguntas filosóficas, tales como ¿entrañan algún sentido mis juicios de valor en un foro de internet, por muy interesantes que éstos puedan resultar para los demás? A un miembro activo de un determinado foro, ¿le interesa cuanto pueda emitir otro, en el sentido de que pueda comportarle algún beneficio/rédito directo y perceptible a su vida? El usuario participa, ¿en base al reconocimiento social que pueda recibir, o como acto desprovisto de recompensa? ¿Merece tanto la pena recibir un 'Me gusta', a costa de sacrificar en su menoscabo otras aficiones tanto, o más provechosas para uno, como puedan suponer la lectura, el ocio, el emprendimiento, la conservación de los vínculos afectivos/sentimentales con tu familia, pareja y/o amistades? En la sección de 'Comentarios' en los periódicos de índole digital, siempre suele abundar una legión de comentaristas, pontificando acerca de toda laya de noticias. Algunos son community managers (gate-keepers, speakers), encargados por partidos políticos y grupos de presión de variopinta procedencia para la creación de corrientes de opinión. Otros, por el contrario, no. ¿Por qué éstos últimos lo hacen? Me diréis: porque quieren -y pueden- hacerlo, como expresión de su soberana voluntad. Pero, ¿sirve de algo? ¿Te convierte en una mejor persona, o incides necesariamente en el entorno en el que confluyes? Y yo, conforme he ido contrayendo mayor bagaje vital, he ido decantándome por la opción del 'no'.
Porque, muy a mi pesar, el único horizonte del ser humano de nuestro tiempo -con sus excepciones, las cuales existen, y yo venero y ensalzo en estas líneas- se enmarca en el cultivo único y excluyente del 'yo': o lo que equivale a decir, el localismo tribalista de la finca particular en la que nos encapsulamos, frente a cualquier injerencia que nos llegue a importunar del exterior. Mucho hablar, poco escuchar y razonar, menos estudiar. Poco sacrificio para uno mismo, elevadas exigencias -tributadas hacia los demás-, crítica desaforada hacia el vecino de al lado, y escasa cintura para encajar las propias que se nos puedan endosar. Por ese motivo, reacciono con gran tristeza ante la insuficiente acogida en cuanto a recepción, por ejemplo, con la que MjRadio está viéndose abocado al reposicionamiento de su estrategia como proyecto.
¿Veis la paradoja? Me hallo pronunciándome, en este preciso instante, acerca de extremos que, en el fondo, a nadie debiera interesar, salvo a mí. Y que apenas ojeará un reducto de fieles seguidores, sin mayor trascendencia de la que tiene: ninguna.
Por ello, envidio sanamente a quienes preservan intacto el brillo en sus ojos, dispuestos a remar contracorriente, entonando un canto de homenaje hacia quienes, con todo lo llovido, piensan todavía por sí mismos, y no se resignan a ser desplazados por esa "mayoría silenciosa" que embiste hacia todo aquéllo que se escapa por completo de su capacidad de comprensión y de discernimiento. Yo me uno a ellos, aunque ya lo lleve a cabo por simple inercia, y sin demasiada convicción en el triunfo de la causa. Por tal razón, continuaré por aquí, aun a cuentagotas, siempre que la oportunidad lo merezca, con la voluntad de reverdecer los viejos tiempos y de reencontrarme con algunos amigos, a quienes estimo mucho, por el valor inconfundible que me merecen sus sabias y elocuentes palabras.