Respuesta a freddiemercury
Buenos días,
Lamento la demora en mi respuesta, pero acontecimientos ocupacionales me han impedido personarme en el foro desde el pasado sábado. Aparte de ello, agradecer a los usuarios katie y freddiemercury su aportación a esta entrada de post, al igual que aquéllos que hayan seguido con atención mis aportaciones previas, pues el propósito que me había animado a su redacción residía en que esta intervención se convirtiera en un ágora de deliberación, escrutinio y debate, así como de preguntas, dudas, consultas e interrogantes trasladables a mí, acerca del asunto objeto de debate, esto, el análisis en comportamiento electoral de un año tan determinante para el futuro de España como es el relativo a 2015, con tantas reválidas electorales por cubrir a lo largo de los próximos doce meses.
En lo tocante a las nociones sobre las que se ha pronunciado el usuario que me ha precedido, no voy a extralimitarme a solventarlas de un modo meridianamente diáfano y claro, sino que voy a abarcar ópticas, planteamientos y caracteres no suficientemente revelados con profusión, por parte de los medios de comunicación de mayor difusión en nuestro país y que muchos de los aquí presentes no podrán acceder, salvo que se dignaran a sortear los, en muchas ocasiones, prohibitivos costes de acceso y de oportunidad a la información, cuyas barreras infranqueables, aún en una era como la de la información diseminada en la red (o información 2.0) debiera, en teoría y a priori, allanar tales obstáculos a los ciudadanos ávidos de conocimiento en torno a este tipo de lides.
Desde el pasado miércoles, Pedro Arriola (en efecto, salvo y como tú has sostenido, freddiemercury, es de facto el máximo responsable, referenciado de hecho, como gurú en materia sociológica en el seno del Partido Popular; miembro de la máxima y más estrecha confianza de Mariano Rajoy, y también asesor electoral en los tiempos en los que José María Aznar detentaba la presidencia de la formación conservadora, ya en los años 90), ha trasladado a los cuadros de mando y de dirección del PP la siguiente consigna: deparar un tratamiento despectivo hacia Ciudadanos, la plataforma política de Albert Rivera que, tras su experiencia primigenia en Cataluña, ha optado, en las últimas mensualidades, por extrapolar su presencia en las instituciones en el conjunto del Estado español. ¿De qué modo? Muy sencillo: Carlos Floriano, el secretario de Organización (y máximo responsable del diseño de cara a las elecciones municipales y autonómicas del mes de mayo de este año en el PP), con motivo de su última comparecencia pública ante los medios de comunicación en la rueda de prensa oficiada en la sede nacional del PP, radicada en la calle Génova de Madrid, no cesaba de proferir la siguiente consigna, reproducida hasta la extenuación por sus homólogos de partido: Ciutadans. Equiparar al máximo la vinculatoriedad del partido de Rivera con Cataluña, para así alentar la reacción sentimental de habitual rechazo, por parte del electorado medio del PP hacia tal Comunidad Autónoma, en virtud de sus orígenes inequívocamente catalanes. Algo así como plantear el siguiente dilema: votante de derechas, o centro-derecha, ¿estáis convencidos de prestar vuestro apoyo, con vuestra papeleta, por hartazgo, desilusión y/o hastío con nosotros, a un partido impredecible en su historial de voto, y con ramificaciones en nuestra bestia negra, Cataluña? Ello también juega con la acendrada naturaleza castellana que, desde tiempo inmemorial, la derecha en nuestro país siempre ha exhibido, con éxito. La concepción unidimensional de España en lo identitario, frente a tentativas alternativas (y minoritariamente acalladas y contestadas por la derecha) de vías de apertura, planteadas por la rama más liberal de esta concepción ideológica de la vida en comunidad. Como muestra, el fracaso estrepitoso de la operación Roca en 1986, cuando, aun con el respaldo abierto y explícito de la Banca española, el Partido Reformista Democrático apenas cosechó un paupérrimo 2% del voto en toda España. El elector medio de derechas concibió tal artefacto como un intento del nacionalismo catalán conservador, personificado por CiU, de extenderse al resto de la Península, ante la incapacidad de la Alianza Popular de Manuel Fraga, en los años 80, de constituir una genuina y convincente alternativa de gobierno al Partido Socialista de Felipe González.
Sin embargo, la táctica de Arriola dista de mostrarse efectiva, pues Ciudadanos ha enarbolado, con mayor o menor éxito y fortuna, la bandera de la reacción frente al nacionalismo catalán en cualquiera de sus manifestaciones, de ahí que, en el resto del país, se contemple el ataque desmesurado de la plana del PP hacia la nueva formación política, más como una muestra y síntoma de nerviosismo y vulnerabilidad, así como de carencia de elementos de contraataque y de recursos hacia los que procurar convencer y persuadir de las bondades del proyecto propio a tu propio electorado, desde una perspectiva eminentemente proactiva, que la del simple desdén, el vilipendio, o el mismísimo grado de difamación, en la creencia de que una estratagema de coaching negativo (la cual consiste en acentuar, de modo grotesco, las variables de signo negativo de un fenómeno, o exponente, al cual combatir, ante la imposibilidad de resaltar nuestras virtudes, en un contexto –como el que, sin duda, padece el partido en el gobierno de la nación- desfavorable ante la opinión pública-, para así fomentar el principio de la indiferencia, del “todos son iguales” y, así, en medio de la desmovilización electoral, no obtener nada a cambio, ningún rédito, pero impidiendo a tu mayor amenaza crecer a tu costa y a tu merced. La reacción de PP-PSOE hacia Podemos obedeció en parte a tal discurso, y hemos contemplado los resultados. Crecimiento vertiginoso e imparable de la formación de Pablo Iglesias. Y con Ciudadanos podría acontecer (de hecho, ya está sucediendo) de igual modo.
Para el PP, su mayor adversario electoral, paradójicamente no se tratará de Podemos, sino de Ciudadanos. Le araña parte de su ala izquierda e, inclusive, llega a captarle efectivos de su flanco más derechista, pues, en público, o en términos formales de compromiso, algunos gate-keepers (o también denominados speaker, líderes de opinión de la derecha mediática) tan prominentes como Isabel San Sebastián, Herman Terstch, Javier Nart (en el pasado, ubicado en el centro-izquierda antinacionalista catalán), o Alfonso Rojo habrían declarado sus simpatías hacia la formación de Rivera. Así, por primera vez desde 1989, con el CDS de Suárez, al PP podría fracturársele el voto de centro-derecha que tan bien aglutinado había portado desde los tiempos del aznarismo, frente a la sistémica fragmentación de la izquierda que, si bien siempre se había articulardo institucionalmente en torno a dos formaciones políticas de ámbito estatal bien definidas (PSOE, PCE –con posterioridad, IU-), ahora con Podemos se elevaría a la enésima potencia.
¿Por qué han reaccionado con tanta demora? Pues al igual que con Podemos (PP y PSOE): porque les ha estallado en la cara la reacción reactiva (esto es, de repulsa hacia la situación política actual por parte del grueso de la opinión pública) y, hasta que no han detectado el potencial de amenaza sobre el grueso de votantes de ambos partidos, no se han prestado al ataque sobre ellas. Digamos que, de un modo u otro, PP y PSOE coinciden en un componente: han llegado a creerse dueños y depositarios de un cierto número de votos, ante la inexistencia que, hasta hacía relativamente pocos meses atrás, habían contraído en el eje izquierda-derecha de contendientes dignos de ser temidos, amén del sistema electoral que penaliza a los partidos de ámbito estatal con respaldo disperso por el territorio. Como si esos electores les pertenecieran, sin contestación, sin esfuerzo invertido alguno, y rascándose la barriga. Y ello se ha comprobado que no es así (salvo, obviamente, el suelo electoral de ambos partidos, respectivamente, más estable y consistente en el PP -el 25%- que el del PSOE -el cual aún no se conoce, algo, sin duda, dramático, para los socialistas-).
Ciudadanos y UPyD compiten por el mismo espectro: electores de centro-izquierda/centro-derecha, portadores de una visión radial de España, recentralizadores del Estado autonómico, partidarios de una reforma gradual y parcial del sistema político-institucional, y de la misma Constitución, pero incapaces de abogar por Podemos. ¿Por qué el elector de derechas vislumbra con mejores visos a Ciudadanos que UPyD? Muy asequible: Rivera proviene de Nuevas Generaciones del PP; Rosa Díez, del PSOE. Es más contemplado como un ‘pata negra’, de los suyos, frente a una advenediza para los conservadores como es el caso de Rosa Díez. De ahí el decrecimiento paulatino de UPyD que las encuestas recogen, en provecho de Ciudadanos. Y un cierto grado de castigo censurable a Díez por su negativa a constituir una lista electoral única con sus homónimos de centro. En Cataluña, por cierto, se barrunta el rumor según el cual Rivera estaría postulándose en el ámbito de lo estatal con unas siglas renovadas para, en el medio plazo, aceptar una eventual oferta del PP para abanderar el proyecto de renovación generacional del partido de esta última formación citada. Algo así como una andanada de Rivera para hacerle ver al partido de Génova 13 su capacidad de arrastre, en estricto contraste con la incapacidad de la cúpula del PP, inalterable, salvo algunos matices, desde la refundación del partido en 1989, de captar a nuevos segmentos del electorado (fundamentalmente, joven) más allá de los fieles, o viscosos (ésta es la terminología aplicable a tal tipo de elector) ya convencidos, desde los años 90.
De acuerdo con los datos que contengo en mi haber, se ha asistido a una transferencia de voto (o volatilidad interbloques; esto es, transitar de la derecha a la izquierda de una consulta electoral a la otra inmediatamente posterior) del PP a Podemos, de en torno a un 5%-8% de los votantes del partido de Rajoy en 2011. Mientras que ese porcentaje se duplica en el caso de PP-Ciudadanos.
Os vaticino que en los mítines del Partido Popular, Rajoy y los suyos se dirigirán, como interlocutores indirectos de sus invectivas y citas electorales, a Podemos, no al PSOE, como tradicionalmente ha venido desencadenándose, en los años en los que ambos competían por el triunfo electoral, pues Arriola cree que proyectando el foco sobre los de Iglesias, el PSOE caerá apresado en la irrelevancia mediática, hallándose penalizado a favor de Podemos, el cual estiman más frágil, vulnerable y con inexperiencia de gobierno, fracturándose el voto de izquierdas, obteniendo el PP una mayor prima electoral en las circunscripciones más pequeñas, con el saldo favorable en escaños frente a los otros dos contendientes que ello supondría para los conservadores. Sin embargo, enjuicio muy contraproducente esa apuesta, pues alimentará, con total presumibilidad, el trasvase de voto del PSOE a Podemos, conforme vaya certificándose el derrumbamiento inexorable que van a experimentar los socialistas, al cabo de las mensualidades. Con lo cual, se asistirá a un duopolio tal cual lo hemos conocido, con un simple cambio de protagonista en la acera izquierda; de PSOE-PP se convergerá hacia el dúo Podemos-PP, con el PSOE como testigo y convidado de piedra, en cuyas manos recaerá la conformación de gobiernos en las áreas en las que le corresponda emitir veredicto final. O a un tripartito (Podemos-PP-PSOE (algo menor que los dos primeros) al estilo del sistema político mexicano; o, a un cuatripartito (Podemos-PP-PSOE-Ciudadanos), tal y como barajan desde Metroscopia.
Lo tienen muy difícil, harto complicado los socialistas: de no registrar, como mínimo, un 35% de voto en las autonómicas andaluzas (su único bastión irreductible, a día de hoy), ello se traduciría en que, ni aun en su fortín más favorable, con todo el viento soplando en su provecho, con un PP desnortado y sin candidato conocido (Moreno Bonilla) y con un Podemos en construcción –y las encuestas no le garantizan ese resultado, sino uno algo peor-; el desconcierto comenzará a arreciar en las huestes del PSOE y, si se le sobreañadiera un resultado tremendamente positivo para Teresa Rodríguez y Podemos (en torno al 17%-20%, lo cual parecen indicar los sondeos), el efecto contagio del PSOE a Podemos como opción instrumental, útil de victoria electoral sobre el PP en las generales, podría no hacerse demorar demasiado tiempo en el resto de España.
Al PSOE únicamente le redimiría ante su electorado un pacto poselectoral con Podemos en Andalucía, pero ello no porta visos de materializarse con éxito. Podemos no puede, como primera prueba ante las urnas tras las Europeas, coaligarse como ha hecho IU de Andalucía con el partido de los ERE, pues le minaría gran parte de su crédito como partido anticasta. Y con IU la suma entre ambas fuerzas no producirá mayoría absoluta, como sí se plasmara en 2012, así como por la lógica negativa de la coalición de izquierdas a reeditar tal experiencia, con final tan amargo, con la escenificación de ruptura por parte de Susana Díaz con algo más de un año de anticipo sobre el final de legislatura. Así que el único socio estable y viable para el PSOE resultaría ser el PP andaluz, todo un abrazo del oso (en términos metafóricamente políticos) que el elector medio socialista no contemplaría ni aun remotamente que ello se fraguara, pues implicaría que, tras las generales, el PSOE le correspondería al PP el favor brindado en Andalucía, sosteniendo (directa, o indirectamente) al gobierno de Rajoy en su legislatura, a cambio de hacer lo propio en Despeñaperros con Susana Díaz. Ya se han filtrado conversaciones entre PSOE y PP, tanto en Andalucía, como en Madrid, acerca de este asunto tan espinoso (y cómico, pues, tras años propinándose zancadillas y llamándose de todo, resultaría estomagante y singulamente curioso, ver cómo ambos partidos aunarían esfuerzos, a la defensiva, a fin de preservar parte del poder amenazado por parte de fuerzas exógenas al pacto del 78, las cuales comprometerían el reparto de poder de quienes se han beneficiado en el sistema de estratificación social español con motivo de la vigencia del sistema político vigente, tal y como lo conocemos).
Si la alianza con el PP se antoja cancerígena para el PSOE, otro tanto de lo mismo tendría lugar con un respaldo tácito a un eventual gobierno de Podemos en Madrid (o en cualquier Comunidad Autónoma; Aragón, Asturias, Comunidad de Madrid, en las que podría vencer este partido). ¿Por qué? Porque inhabilitaría al Partido Socialista, para siempre, como principal referente político del centro-izquierda, cediéndole tan jugoso cetro a Podemos. Algo así como lo históricamente padecido por el PCE (e IU más tarde) con el PSOE, mientras éste ha preservado su hegemonía como partido de centro-izquierda. Es notoriamente sabido en España que, en una experiencia de gobierno de coalición, suelen ser recompensados electoralmente en las subsiguientes citas ante las urnas los partidos mayores sobre los menores en el seno de dicha cohabitación. De ahí que un acuerdo Podemos-PSOE (con éste como socio más pequeño, lo cual puede suceder, según los sondeos) aboque a los socialistas a un papel residual en la vida política española, en el corto-medio plazo.
Además, tened presente el hecho de que, por su derecha, desde el año pasado ha emergido Vox, formación liderada por el ex-militante del PP Santiago Abascal y apadrinado, entre otros, por el ex-eurodiputado Alejo Vidal-Quadras. Con una presencia muy fuerte en Madrid, y con respaldo financiero por parte del sector empresarial, a pesar de ello no obtuvieron representación en Estrasburgo por unos miles de votos. Si en unas elecciones de segundo orden como en las Europeas, no recabó éxito, al tratarse de un momento sumamente propicio para apostar (dada la circunscripción electoral única, sin barreras de entrada) por listas de partido alternativas y/o a fin de penalizar al partido en el gobierno, como era el caso, mucho menos en unas generales. Aparte de ello, en mi opinión, ha cometido errores graves, tales como prescindir, en la Comunidad Valenciana (en la que disponía de opciones de representación en las Corts en las autonómicas) de una de sus principales valedoras fundacionales, Cristina Seguí, la cual renunció voluntariamente a tomar partido en dicha formación. Y, por último, dada la elección desafortunadísima de una imagen de marca electoral, Vox, que si bien sus precursores se habían inspirado en el latinismo Vox Pópuli, el grueso de la población ello no lo ha asimilado bajo ningún concepto, sino como un remedo pintoresco de la famosa distribuidora de volúmenes enciclopédicos y diccionarios en España, del mismo nombre. Si a ello le incorporamos las chanzas que en las redes sociales provocaron sus heterodoxas incursiones en redes sociales, tales como Twitter, en plenas Navidades, con los llamados 'Voxancicos', que dieron pie a que la mayoría de internautas se mofaran de tal iniciativa, es de prever que, salvo en lo tocante a la disconformidad del sector antiabortista (de ahí la celeridad con la que el Ejecutivo de Rajoy desea modificar, de modo exprés, la legislación sobre tal cuestión, con anterioridad al cierre de sesiones esta legislatura) resulte entendible que Ciudadanos entrañe una amenaza más plausible que la de Vox sobre el Partido Popular.
Muchos expertos demoscópicos han llegado, en cambio, a plantear: ¿habrá fuga de electores de Podemos a Ciudadanos? Es decir, de sectores templados, o conservadores, de la sociedad civil española que, desalentados ante la acción de gobierno del PP y la inacción de la oposición socialista, se adhirieran al proyecto de Pablo Iglesias, más por impulso de rechazo al sistema que por complicidad con Podemos? Sí, pero mucho menor de lo esperado. Además, Podemos lo compensará con un mayor trasvase de voto del PSOE a Podemos, y de IU a Podemos, conforme la inminencia de la importancia capital del voto útil en la izquierda se torne más presente, hallándose cada vez más próximas las elecciones.
Podemos se nutre, en resumidas cuentas, de:
a) Un 40% de electores socialistas (Pablo Iglesias aventaja, aun por muy poco, a Pedro Sánchez, como líder mejor valorado entre los votantes del PSOE).
b) Un 50% de electores de Izquierda Unida.
c) Abstencionistas crónicos.
d) Nuevos electores (fundamentalmente, jóvenes).
Un cordial saludo.