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Pienso (por mi mismo) luego estorbo.

En su último libro no deja de manifestar asombro por ese pedazo de materia, apenas kilo y medio de masa gelatinosa, que llamamos cerebro. ¿Es de verdad algo tan excepcional en la naturaleza?


Se trata posiblemente del sistema biológico más complejo que existe. La biología es algo todavía misterioso, inexplicable: ¿cómo se desarrolla la vida y cómo se autofabrican los animales? Y de todo esto surge el sistema nervioso, una red de neuronas de cifras astronómicas que forman un trillón de conexiones, más que todo el internet de la Tierra. Que la mente surja de esa maraña, me parece una cosa absolutamente increíble. Es justo decir que es el pedazo de materia conocida más asombroso del cosmos.


¿Y en qué estado del conocimiento del cerebro nos encontramos? ¿Todavía tiene que llegar una revolución como la de Darwin en la evolución, o como la de Einstein en la física, para comprender de verdad cómo funciona?


Justamente nos hallamos al comienzo de una revolución darwiniana en la neurociencia. Llevamos más de 100 años, desde los tiempos de Santiago Ramón y Cajal, destripando cerebros y estudiándolos neurona a neurona. Hemos aprendido muchísimas cosas en el último siglo sobre cómo funcionan las neuronas individualmente, de qué están compuestas, qué tipo de proteínas tienen… Yo diría que hemos acumulado un conocimiento bastante grande a nivel molecular y celular. Pero la pieza que falta es saber qué ocurre cuando esas neuronas se conectan entre sí en redes neuronales.


No obstante, ya se adivina lo que puede ser una teoría general del cerebro. Gracias a ella, de repente, empiezan a encajar todas las piezas que estaban sueltas y podemos vislumbrar cómo funciona ese órgano, cuál es su objetivo y qué papel juega cada una de sus partes y cada una de sus neuronas. De ahí que estemos viviendo un momento tan excepcional en la historia de la neurociencia.

¿Y qué tipo de tecnología tiene mayor potencial de vulnerar esos neuroderechos? ¿Con qué dispositivos o intervenciones debemos estar más atentos?


Actualmente, el problema más urgente tiene que ver con la privacidad mental. La neurotecnología y la inteligencia artificial se han desarrollado con muchísima rapidez y, cuando ambas se conjugan, permiten descifrar aspectos muy personales de la actividad cerebral. Por ejemplo, las palabras que conjuramos en la mente, las imágenes, las emociones… Incluso, se han podido descifrar los gestos faciales.

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Esto ya se aplica en la clínica, por buenas razones. Por ejemplo, la neurotecnología ha descodificado las palabras formadas en la mente de pacientes completamente paralizados, lo que ha permitido que se comuniquen con el exterior. Ahora se empiezan a vender dispositivos no implantables, como cascos o diademas, que pueden medir la actividad cerebral de una manera eléctrica, como lo hace un electroencefalograma, y traducir las palabras que las personas generan internamente en su mente. Es algo muy positivo y, al mismo tiempo, muy preocupante, porque las compañías que empiezan a vender estos dispositivos de neurotecnología portátil no están reguladas en absoluto.




 
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